El desafío independentista

¿Os hará ricos la independencia?

La verdad oculta tras la promesa nacionalista es que el cuento de la lechera se viene abajo: el comercio exterior se verá resentido, unas cuantas grandes y pequeñas empresas abandonarán el territorio y la república catalana quedará excluida de la ONU, de la UE, de la OTAN y de otros foros internacionales

La Razón
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La verdad oculta tras la promesa nacionalista es que el cuento de la lechera se viene abajo: el comercio exterior se verá resentido, unas cuantas grandes y pequeñas empresas abandonarán el territorio y la república catalana quedará excluida de la ONU, de la UE, de la OTAN y de otros foros internacionales.

A los estudiantes de economía se les enseña que el saldo final de las cuentas exteriores de cualquier país es siempre cero, de manera que su balanza de pagos muestra que si, por ejemplo, los números son positivos en las relaciones comerciales, en las cuentas financieras aparecerá una cifra equivalente pero de signo contrario. Sin embargo, en 1972, un reputado catedrático, Ramón Trias Fargas, escribió un libro sobre Cataluña en el que sostuvo que esta verdad contable valía para todo el mundo menos para su región. Allí, decía amparándose en datos confusos e incompletos, «parece que el superávit de mercancías es más que compensado por el déficit de otras cuentas, y que queda, al final, un déficit general, más o menos grande, en nuestra balanza de pagos con el resto de España». Trias identificó ese «déficit general» con la diferencia entre los impuestos que pagan los catalanes y la cantidad que el Estado gasta en Cataluña; o sea, con el saldo de la balanza fiscal. Y a partir de ahí, sostuvo que si Cataluña recuperara ese «exceso de impuestos recaudados por el Estado», entonces todos los catalanes –«los que tienen antecesores en la colonia romana y los que acaban de llegar con un billete de tercera», así los describe Trias– saldrían ganando. En realidad Trias Fargas no fue demasiado original, porque lo esencial de su argumento ya lo había formulado en 1933 Jaume Alzina en un libro –«L’economia de la Catalunya autònoma»– de escasa calidad académica, pero de notoria proyección futura, en el que se afirmaba que «la injusticia que la Monarquía cometía en Cataluña no podía ser más clara», pues según sus cuentas la región había aportado el 19 por ciento de los impuestos mientras que sólo recibía el 5,5 por ciento de los gastos del Estado.

Conviene recordar estos precedentes porque en ellos se inspiran, aunque seguramente no lo saben, los políticos nacionalistas que han ido predicando la cantinela esa de «Espanya ens roba» sobre la que han construido su promesa de hacer ricos a los catalanes sin hacer el menor esfuerzo, simplemente declarándose independientes. Vean los lectores, para corroborarlo, lo que en una conferencia pronunciada en 2001 decía Xavier Sala i Martín: con la independencia, proclamaba, «nuestros empresarios verían que sus beneficios serían muy superiores, ... nuestros trabajadores verían que sus salarios serían los más altos de Europa ... y nuestros consumidores verían que su poder adquisitivo podría haber sido un setenta por ciento más elevado que el actual». En definitiva, la promesa de una Arcadia que se lograría, sencillamente, si los catalanes lograban quedarse con el déficit fiscal o, en palabras de Sala i Martín, si España dejara de «robarles la cartera».

Esta fantasiosa promesa de prosperidad vinculada con la independencia ha sido repetida hasta la saciedad, incluso llenándola de números. El ejemplo más acabado de ello lo proporcionan dos catedráticas de la Universidad de Barcelona, Nuria Bosch y Marta Espasa, que en un trabajo académico, publicado por una prestigiosa revista del ramo y financiado nada menos que por el Plan Nacional (de España) de I+D, llegaron a la conclusión de que la secesión le proporcionaría a Cataluña una ganancia fiscal de 16.733 millones de euros anuales que «podrían dedicarse a incrementar el gasto público o a rebajar los impuestos» con los consiguientes efectos beneficiosos para su economía. Claro que, para llegar a eso, Bosch y Espasa, planteaban una condición previa: «se parte de la base –señalaron– de que Cataluña estará en la UE, con lo que no tiene sentido hablar de aranceles». ¡Genial! ¿Y qué pasaría si, como han repetido por activa y por pasiva, todas las autoridades europeas, la secesión de España es a la vez la separación de Europa? Pues que todo este cuento de la lechera se viene abajo: el comercio exterior se resentirá gravemente, unas cuantas empresas grandes y pequeñas abandonarán el territorio catalán, la República Catalana quedará excluida de la ONU, de la UE, de la Organización Mundial del Comercio, de la OTAN y de otro montón de foros internacionales, con lo que no será más que un Estado-paria que no cuenta. Como resultado de todo ello, el PIB catalán se verá reducido sustancialmente, el desempleo llegará a niveles insólitos, la recaudación fiscal caerá estrepitosamente y, con ella, los servicios públicos tendrán que reducirse y las pensiones se verán sustancialmente rebajadas. Esta es la verdad oculta tras la promesa nacionalista de hacer ricos a los catalanes con la independencia.