Opinión

Pacto miserable

Sánchez se siente liberado y ha tomado la decisión de poner una alfombra roja a quienes le mantienen en La Moncloa

Pedro Sánchez se ríe durante el pleno de investidura en el Congreso de los Diputados.
Pedro Sánchez se ríe durante el Pleno de investidura en el Congreso de los DiputadosAlberto R. Roldán La Razón

La degradación política de Sánchez no tiene límites y es incompatible con las formas y el fondo de una democracia. Una multitud de navarros acompañados por Alberto Núñez Feijóo, su plana mayor y la de UPN se echaron a la calle en Pamplona para demandarle directamente que abandone su intención de expulsar de la alcaldía a Cristina Ibarrola y entregarla a Bildu. Otra miseria que el líder de los populares denuncia como parte del acuerdo encapuchado firmado por el PSOE con los de Arnaldo Otegi. Sánchez, obviando el mínimo ejercicio de memoria histórica, culmina así su seguidismo con la formación heredera de ETA, “premiándola” con la capital de Navarra.

El presidente no disimula a la hora de repartir sustantivas concesiones a sus compañeros de viaje para conseguir sus objetivos. Esta operación era un fleco pendiente para Sánchez en su apresurada carrera por normalizar la relación con el aparato político de ETA. El líder socialista, desde La Moncloa, ya había convertido a Otegi en socio preferente. Ahora va un paso más allá y le reconoce “indispensable” ante la aritmética en el Congreso de los Diputados. Esa estrategia, envuelta además en una pátina social desplegada en Madrid, sirve a los radicales vascos para amenazar la hegemonía del PNV en el País Vasco. Mientras, Sánchez sabe que siempre puede tirar de ellos. La elección del momento no es casual: Ferraz actúa a sabiendas del ambiente navideño que se respira en España.

Tampoco es que a los dirigentes del PSOE se les haya notado particularmente incómodos por regalarles la capital navarra a los bildutarras. Algún diputado socialista pudo removerse en su escaño durante la sesión de control en el Congreso por la celebración del ministro de Transportes, Óscar Puente, de que se sumaba otra alcaldía a la lista “progresista”, hablando del brazo político de una banda que ha asesinado a compañeros de siglas. Pero poco más. Quizá por eso, los argumentarios emitidos desde la cocina socialista colocan el acuerdo en el ámbito local. Una coartada que olvida lo difícil que es desmontar la lectura de que ha habido un “pacto secreto” con quienes no han tenido reparo en llevar en sus últimas listas a terroristas condenados por delitos de sangre.

Sánchez se siente liberado y ha tomado la decisión de poner una alfombra roja a quienes le mantienen en La Moncloa. Sabe que en ello va su continuidad. Y, dentro de ese bloque, está Bildu. “Todo quedó ya amortizado el 23-J”. Así se expresa el núcleo duro sanchista. Según ellos, incluido su líder, las elecciones generales avalaron sus pactos. Así que... campo abierto. Por eso, durante este mandato, se multiplicarán, ya sin mediar ningún escrúpulo, los gestos de acercamiento a los proetarras. Y uno de los muchos pagos tendrá como protagonistas las excarcelaciones de presos de ETA. Como nada es casual, en otro gesto más, la portavoz parlamentaria de Bildu, Mertxe Aizpurua, pisaba la semana pasada la moqueta de la zona reservada al Gobierno en el Congreso acompañada del secretario de Organización del PSOE, Santos Cerdán, para reunirse con la titular de Hacienda, María Jesús Montero.

Quién le ha visto y quién le ve, pensará alguno ante el enfado del pastelero líder de UPN, Javier Esparza. Por votar en contra de la reforma laboral, sacrificó a los diputados nacionales Sergio Sayas y Carlos García Adanero por orden directa de Félix Bolaños, entonces sólo ministro de la Presidencia. A Esparza, por quedar bien con Sánchez,se le ha atragantado la pasta. Bien claro quedó que todas las cartas ya estaban boca arriba cuando Sánchez, durante la sesión de su investidura, le reprochó a Unión del Pueblo Navarro sus golpes recordándoles que gobernaban en Pamplona porque el PSN no apoyaba a Bildu. Era una condena anunciada. Desde aquel momento, sólo borrando el amplio historial de cambios de opinión de Sánchez podían ya dormir tranquilos en la capital navarra.