Opinión

Pardiez

Nepotismo y enchufados, acoso sexual por políticos, injusticia tributaria y doscientas personas condenadas a morir ahogadas por ineptitud e ineficacia

Vista del hemiciclo mientras el presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez (c, al fondo), se dirige a la Cámara en el primer día de su debate de investidura para exponer su nuevo programa de Gobierno y pedir la confianza a la Cámara para revalidar su mandato en la Moncloa, este miércoles, en el Congreso de los Diputados.
La actividad política se detiene en el parón de los días de Semana SantaMariscal POOLAgencia EFE

El parón de actividad pascual provoca siempre un breve momento de suspensión del tiempo que invita a hacer un balance. El resumen de esta reflexión es que la realidad política actual semeja un anuncio de laxante. Su eslogan: todo atascado.

En el atasco, encontramos personas que cobran dinero público sin aparecer por su lugar de trabajo y sin saber siquiera cuál es la dirección donde se ubica ese puesto laboral. Tenemos también conspicuos diputados de izquierda, que denunciaban con energía cualquier ataque a la mujer, acusados ahora de acoso sexual. Luego, la ministra de Hacienda, que prometía que iba a llevar a cabo la tan necesaria reforma del sistema de financiación autonómico, en todo el tiempo que lleva en el Gobierno no solo no la ha hecho, sino que va a perdonarles sus deudas a los más gastadores a cambio de siete votos.

La gran ministra de Hacienda, la que lo iba a arreglar todo, la que llegaba tan acelerada a las ruedas de prensa que parecía que iba a atravesar el parabrisas de su coche si estornudaba, ahora resulta que quiere premiar a los derrochadores y castigar a los que han cumplido con sus obligaciones. Añadamos que Félix Bolaños es tan enérgico como un reloj de cuco y que Óscar Puente es tan eficiente como para hacer unas auditorías de su propio negociado que no detectan la corrupción que aflora ante el juez sobre su propio ministerio.

Resumiendo: nepotismo y enchufados inútiles a cargo de nuestros impuestos, acoso sexual por parte de representantes políticos, injusticia tributaria y doscientas personas muertas por no haber realizado unas obras que estaban programadas desde 2010. No voy a entrar a dilucidar si la intención de esos políticos era buena o mala, pero lo que está claro es que han tenido tiempo de sobra para dejar patente su ineptitud y su ineficacia. No pueden esperar de nosotros que nos creamos sus pomposas agendas de futuro. Sería como obligar a hacerse uno mismo la revisión de próstata. Tal que si nos propusieran que nos auto practicáramos un tacto rectal: algo incómodo, contraintuitivo y que además nunca nos permitirá saber lo que estamos buscando exactamente. No es como hurgarse la nariz.

Sus supuestas agendas de felicidad contradicen el sencillo planteamiento aritmético que ya definió Epicuro hace veinticuatro siglos sobre la búsqueda del placer. Se trata de no perseguir dichas imaginarias capaces de producir desdichas superiores. Es decir, no querer mantener intocado un cauce para salvar la ecología y condenar con ello a doscientas veinticinco personas a morir ahogadas. La gente, en realidad, me da la sensación de que nos conformaríamos con la humildad de nuestros pequeños goces, sin rimbombantes agendas de dorados futuros de progreso que nunca se cumplen.

Lo peor de esas agendas es que, para vendernos sus siempre discutibles propósitos, operan con pequeñas coacciones constantes –más eficaces cuanto menos manifiesta sea su presencia– que manipulan los circuitos de recompensa. Aseguran la «corrección» perseguida por la idea que tienen ellos de las instituciones, con técnicas de reflejo condicionado derivadas todas de la idea de placer y felicidad futura que proponen.

El problema es el día en que todas esas agendas, proposiciones y promesas contradicen de forma significativa los hechos reales, las iniciativas concretas, los sucesos. Nunca hemos de subestimar el choque de esa contradicción. Se ignora voluntariamente de una manera frívola, irresponsable y superficial. Pero yo me acuerdo de todo lo leído sobre qué le aconteció a la república alemana hace exactamente ahora un siglo. Todo sucedió antes de que llegara Hitler al poder. Por decisiones políticas erróneas previas, se creó una gran inflación económica que provocó una gran depreciación de la moneda.

Con esa depreciación de la moneda, los ahorros de los pensionistas y los pequeños trabajadores y empresarios pasaron a no tener valor y a no servir apenas para comprar ni los bienes de primera necesidad. A su vez, tuvieron que ver cómo todos aquellos que se habían endeudado con préstamos enormes se encontraban en la curiosa tesitura de que, debido a la brutal caída de la moneda, estaban en situación de poder cancelar sus deudas con una simple cosecha de huerto. Démonos cuenta de lo que eso supone para los valores de toda una sociedad: de golpe, de la noche a la mañana, gente que había trabajado toda su vida, aceptando la idea socialmente difundida de que si ahorraban y se sacrificaban duramente tendrían éxito y estabilidad, se encontraban sin nada.

Y, por el contrario, los aventureros, los que no habían prescindido del riesgo, de la intemperie, los que habían vivido sin prudencia, eran los únicos que se salvaban de la miseria general. La sociedad alemana sintió que se premiaba al derrochador irresponsable y se castigaba al esforzado que cumplía los compromisos. La gente perdió, a partir de ese momento, toda la confianza en los políticos y en la república. Y luego votaron a Hitler.

La Historia, como maestra de experiencias, es maravillosa. Del mismo modo que rescatamos de ella la ecuación de Epicuro desde tan lejos y comprobamos su veracidad y vigencia, permitidme que rescate una vieja expresión del español y que, ante tanta agenda, ineptitud y atasco, exclame, con la natural preocupación y alarma: ¡pardiez!