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Podemos: Última oportunidad para frenar el debate sucesorio

Iglesias salvó su liderazgo ante los suyos, pero solo entrar en el gobierno podría evitar que el evidente desgaste se haga insostenible.

Foto: Platón
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Iglesias salvó su liderazgo ante los suyos, pero solo entrar en el gobierno podría evitar que el evidente desgaste se haga insostenible.

Las urnas salvan a Pablo Iglesias de tener que enfrentarse prematuramente al debate sobre su sucesión al frente de Podemos. Le queda «mecha» todavía, como confirmaba él mismo en los últimos días de campaña. Pero la caída en escaños, le sitúa también ante su última oportunidad para intentar entrar «in extremis» en un Gobierno progresista difícil de articular con los nuevos resultados electorales. Ésta era la máxima del partido desde su año fundacional. Será, esta vez sí, su última oportunidad para tratar de entrar en La Moncloa, pues acusa ya en sus espaldas el desgaste de la primera negociación fallida con el PSOE en verano. Si en las conversaciones que se tornan inmediatas, Podemos no logra un hueco en el gabinete ministerial, será la segunda ocasión en la que el líder morado fracase en su intento y se encontrará ante una militancia difícil de convencer, de nuevo, del argumentario morado de que entrar en el Ejecutivo es imprescindible para atar al PSOE. Las voces dentro y fuera del partido que clamaban por un acuerdo programático antes que la repetición electoral, ya marcaron, entonces, ese camino, aunque respaldaron, entonces, su objetivo de ser imprescindibles dentro de La Moncloa para obligar al Partido Socialista a virar hacia un eje progresista y focalizado en medidas sociales.

La campaña electoral ha terminado por empujar la estrategia de Iglesias de llamar a la movilización para construir un Podemos fuerte con el que obligar a Pedro Sánchez a no mirar a la derecha. De hecho, en la formación fiaban todo a pescar ayer votos entre el electorado socialista desencantado con la dirección sanchista. Las llamadas de Iglesias a las pretensiones socialistas de pactar una gran coalición blanda con el PP tras las elecciones y a usar el conflicto independentista como excusa, han surtido efecto en las urnas al no castigar duramente a la formación. Ésta era la sensación que se vivía en los últimos días en el cuartel general. No preveían una caída mayor a la que sufrieron en las elecciones de abril respecto al 2016, donde se dejaron 29 escaños y un millón y medio de votos. Momento en el que tocó suelo, víctima de las batallas internas que habían herido a la dirección nacional.

Iglesias ha salido airado de la contienda electoral, donde ha logrado mantener su suelo electoral y ha resultado indemne del reparto de culpas sobre el bloqueo electoral, a pesar de perder siete escaños respecto a las elecciones del pasado abril. En la opinión pública ha calado el mensaje de que era Pedro Sánchez y no Pablo Iglesias el político responsable de la repetición electoral. El temor entre la dirección morada era que el PSOE usaran los pactos electorales como caballo de troya para dañarlos y conseguir el trasvase del electorado morado descontento con la hoja de ruta seguida en verano por los de Iglesias, pero, el asunto que iba a monopolizar la semana de campaña y en los debates se vio ensombrecido por Cataluña, la desaceleración económica y la exhumación de Franco.

Aval también para el líder morado en las urnas, no solo al poder mantener con el PSOE la correlación de fuerzas –aunque se verá perjudicada por el rearme del centro derecha–, sino que consigue finiquitar políticamente el efecto del Más País de Íñigo Errejón, que amenazaba a principio de campaña algunos escaños decisivos para la estabilidad de Iglesias, como en Madrid. Sin embargo, la batalla de antaño amigos, ahora rivales políticos, se ha saldado con rédito a favor del líder morado. Los tres escaños de Errejón serán presentados esta semana por Pablo Iglesias ante su dirección nacional y Consejo Ciudadano Estatal como un triunfo irrefutable, al no ensombrecer su liderazgo.

La baza de Iglesias, por Antonio Martín Beaumont

Las horas posteriores al 10-N prometen ser de muchas llamadas en el seno de las filas moradas. «¿Y ahora qué?» va a ser la pregunta preferida. Por descontado, incertidumbre. Pablo Iglesias ha esperado a la vuelta a las urnas para mover ficha en la partida de los próximos días. El líder de Podemos ha reiterado que, en ocasiones, las cosas tardan en salir, y él ha querido asumir en primera persona tal premisa. Ésa ha sido su postura, consciente de lo que se juega. La búsqueda de un acuerdo con el PSOE ha sido su santo y seña, sacudiendo a Sánchez con su presumible deseo de abrazarse a Pablo Casado para sellar «la gran coalición». Iglesias, a diferencia del vaporoso Íñigo Errejón, ha logrado encontrar su hueco en una carrera muy polarizada. La estrategia de erigirse como la única opción de izquierdas –un flanco descuidado por Sánchez en su giro al centro hasta que la emprendió contra Vox– ha resultado eficaz, a pesar de la pérdida de diputados. El retroceso puede significar una victoria si logra doblar el pulso al presidente en funciones. Porque el final está ahora mismo en el aire. Todo vuelve a estar pendiente de si Iglesias consigue o no cogobernar. Y ahora sí, siendo él mismo vicepresidente. Aunque, esa hipótesis debería contar con el concurso de unos separatistas echados al monte. Un comodín que a Sánchez le costaría mucho utilizar. «Lo importante de una negociación es que sea integral», ha insistido: «Yo sé que en un papel Sánchez me firma lo que sea, hasta la nacionalización de la banca». Está claro que conoce bien al personaje que tiene delante. Iglesias contempla con gozo hasta qué punto se le ha complicado el escenario a Sánchez. «Un elemento que nos favorece incluso con menos diputados», aseguran quienes rodean al jefe de filas. Con Abascal tan lanzado, la tentación del PSOE de ofrecer al PP una «abstención patriótica» es harto difícil. E Iglesias lo sabe.