Papel
Políticos para la antipolítica
Está por ver cómo se despejará la incógnita en la ecuación de la gobernabilidad tras las cuartas elecciones generales en cuatro años. El riesgo de este sindiós es que la gente se acostumbre a prescindir de los políticos, sobre todo para ellos.
En España está cuajando la disfuncionalidad democrática de la provisionalidad, o lo que es igual lo que se denomina bloqueo que no es otra cosa que la incapacidad de la clase política para digerir como es debido el mandato de la voluntad popular. Lo cómodo, claro, es dejar correr los plazos y devolver la pelota a los ciudadanos para que experimenten un endémico día de la marmota hasta que los números encajen en su confortable modo de vida pública. Hasta 2011, nuestros representantes se demoraban unos 42 días de media en formar Gobierno, algo normal, asumible en los modos de una democracia liberal consolidada. Tanto como lo era también transitar por una legislatura de cuatro años. Desde 2015, con el advenimiento de nuevos partidos en la escena y el ocaso del bipartidismo, la cosa se truncó y lo cotidiano se tornó en excepcional. Desde entonces, el proceso se ha demorado tres meses o más con el récord de 314 días entre los comicios de diciembre de 2015 y el 29 de octubre de 2016, con investiduras frustradas y demás desventuras en una singladura inhóspita que ha agudizado la incertidumbre y la vulnerabilidad. Este escenario dominado por la interinidad sería considerado como una anomalía para cualquier persona, pero es preciso matizar que no es un caso único en la historia de las democracias occidentales ni siquiera el más estrafalario. Bélgica, y sus eternos contenciosos y desencuentros entre las comunidades flamenca y valona que mantiene fracturada la sociedad y el electorado, tiene el dudoso honor de ser el estado que ha pasado más tiempo sin ejecutivo con 541 días que culminó en octubre de 2014. Holanda tampoco tuvo un desenvolvimiento especialmente ejemplar en lo de sustanciar el resultado de la cita con las urnas. Llegó a los 208 días sin gabinete hasta que en octubre de 2017 se hizo la luz en los Países Bajos. Todo esto, claro, no guarda relación con desenlaces similares pero en países fallidos como Irak o Somalia, entre otros. Las claves son otras. Cabe esperar que la clase política entienda que la desafección ciudadana sólo se enmienda cuando los intereses generales prevalecen sobre las cuitas alicortas y tacticistas.
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