Líbano

Postales desde el Líbano

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“Y usted, ¿qué hace aquí?”, todos parecen coincidir en la misma fórmula de saludo, y en la misma media sonrisa de cortesía, o tal vez de condescendencia. El Sur del Líbano es el lugar perfecto para que no se le haya perdido a uno nada, pero donde al parecer algo esperaban encontrar asirios, fenicios, babilonios, persas, griegos, romanos, turcos, franceses, sirios e israelíes. Sólo encontraron un paraje agreste y árido, cuajado de pedruscos y miradas recelosas, a fuerza de tanto pasarles por encima.

A día de hoy, tras la última guerra contra Israel en 2006, que dejó la región un poco más agujereada que de costumbre, la situación es de tensa calma, monitorizada por los Cascos Azules en ella destacados por mandato de las Naciones Unidas. Una de las zonas está controlada por un contingente multinacional de hasta 3.700 hombres y mujeres, mandados por un general español. El centro de operaciones y de acuartelamiento es la base Miguel de Cervantes, cerca de Marjayoun.

“Soy dibujante. He venido a hacerles una visita. Busco motivos para mis ilustraciones”, se me ocurre responder al sargento Serrano, suboficial de enlace y caballero legionario. A mi tampoco me parece una respuesta muy convincente, lo que no impide que sea recibido con todos los honores y con la proverbial hospitalidad de nuestro Ejército, que nunca escatima en amabilidad y en el café del comedor de tropa.

Allí me espera el general Pérez de Aguado, de la Brigada Paracaidista, al mando de todo lo allí desplegado, blandiendo un pan con tomate. Sus conocimientos de la región, de su historia y de la actual situación rayan la erudición, mimetizándose con el terreno: “El comandante Roviralta, Oficial de comunicación, le acompañará a donde usted quiera ir. No tenga reparo en preguntar. Está usted en su casa”.

Y es así como conozco hasta el último rincón de la base, perfecta máquina de despliegue militar, logístico y operativo. Desde la sala de mando de operaciones hasta la clínica veterinaria, donde se recupera satisfactoriamente una oveja traída desde los montes cercanos al Golán. “Es una oveja wassi, como las que salen en el portal de Belén”, apostilla con orgullo el teniente coronel médico Lara. “La semana pasada salvamos un perro que todos daban por desahuciado. Y tenemos una gallina en lista de espera”. Una vez puestos, debe ser difícil decir no.

El capellán de la base, padre Barquín, se está empollando de nuevo lo cogido con alfileres en el seminario. “En el Líbano conviven los musulmanes chiíes y sunníes con los cristianos maronitas, ortodoxos y hasta presbiterianos. También hay judíos en el Norte y drusos en el Este. Mañana como con el arzobispo ortodoxo”. Labor más diplomática que pastoral esa. Si bien el páter se patea todas las posiciones fronterizas para dar misa en los destacamentos.

En un minuto todo puede saltar por los aires

En las carreteras hay puestos de fruta. Carteles de mártires de Hizboláh te advierten de que nada está olvidado. Un puesto de observación israelí, al borde de la Blue Line, en efecto nos observa. Campos sembrados de minas jalonan la franja de seguridad. Los olivos crecen a su relativo albedrío, invadiendo con sus ramas espacios prohibidos. “La situación es de calma. Hasta que cualquier encontronazo la rompa”, percisa el comandante Amézcua. Los Cascos Azules no pueden intervenir, sino instar al Ejército libanés a restituir el status. “He estado en Kosovo y en Afganistán –dice el paraca Márquez-, y esto está demasiado tranquilo”. En diez años, unos cuantos escarceos y doce españoles muertos, en defensa de la Patria. Hay yihaddistas a doscientos kilómetros y talibanes a la vuelta de la esquina, en un mundo sin retaguardia. “Echo de menos a mis hijas y a mi mujer, claro, pero ella sabía con quién se casaba”, dice el sargento Iglesias, mientras de reojo me cubre las espaldas durante la patrulla. Atardece en la orilla libanesa del río Wasani, alargándonos las sombras. “Es hora de volver”.

“No olvide contar que aquí hay soldados de Gerona, de Bilbao, que saben por qué se enfundan este uniforme. Yo soy uno de ellos”.

Vuelvo a casa cansado, con olor a Hércules, atiborrada la retina de imágenes, muy, muy agradecido y con un enorme peso en el pincel.¿Y qué pinto yo ahora?