José Antonio Vera
Un problema de principios
Decir que España es Frankenstein es querer poco al país
En el momento político que vivimos, hoy más que nunca están de plena actualidad las palabras pronunciadas por Alfredo Pérez Rubalcaba a Susanna Griso en Espejo Público en 2016. El político fallecido, a quien tanto decía admirar Pedro Sánchez, al menos cara a la galería, dijo en antena que «no puedes hacer depender la estabilidad del gobierno de España de alguien cuyo objetivo político es irse de España, vamos, romper España: se trata de un problema de principios», porque «el argumento según el cual si nos sentamos con ellos acabarán siendo buenos» se cae cuando «también cabe la posibilidad de sentarse con ellos y acabar siendo malos, o sea, que no te hagan caso». Y añadía: «Gobernar España es muy complicado y exige apoyos parlamentarios sólidos, si quieres hacer un buen gobierno y si no quieres chapucear, porque el PSOE no se puede permitir el lujo de chapucear».
Rubalcaba lo tenía claro. Tenía los principios claros. Los principios del PSOE, que eran los suyos pero también los de González, Guerra, Bono, Ibarra, Chaves, Leguina, Vázquez, Corcuera y hasta los del actual barón castellano-manchego García-Page, que considera que el Gobierno no puede estar sometido a los designios de un huido de la Justicia que tiene ahora el mando a distancia de la política española.
Claro que todo esto a Sánchez le da igual. Decía ayer Isabel Díaz Ayuso que el líder del «no es no» al PP se ha convertido en el abanderado del «sí es sí» a cuanto pide el separatismo. Sí a la amnistía ilegal y al referéndum inconstitucional, y no al plan presentado por Feijóo para no seguir cediendo terreno a quienes, como decía Rubalcaba, «quieren irse y romper España». La propuesta del presidente del PP a Sánchez era novedosa y estaba trabajada: convocar elecciones tras dos años de gobierno en minoría con ofrecimiento de seis pactos de Estado para acometer las reformas que necesita el país sin estar sometidos al chantaje independentista. Seis pactos entre las dos fuerzas mayoritarias para evitar elecciones anticipadas, blindar al Estado y garantizar la igualdad entre los territorios. Seis pactos y reducir el Gobierno de 22 a 15 Ministerios para dar ejemplo de austeridad en un momento de crisis e inflación disparada como el actual.
Es evidente que Feijóo ya conocía la respuesta que le iba a dar Sánchez, aunque tal vez no se pudiera imaginar la sucesión de desplantes a que le sometió: desde poner la reunión de su Ejecutiva apenas una hora después para evitar que se alargara el encuentro hasta acudir al mismo con exceso de parafernalia o asesores, por no decir las burlas de la ministra portavoz y de la portavoz del partido hacia el candidato popular. Burlas impropias de quienes aún ejercen, siquiera sea en funciones, la tarea de representar a los españoles en sus ministerios. Pero da igual.
No se trata de hacer el menor esfuerzo por construir sino de destruir, romper todos los puentes para un acuerdo de mínimos entre los más votados, siguiendo el patrón de la ideología Frankenstein, también anticipada por Rubalcaba. Dicen algunos que España es Frankenstein y que hay que estar orgulloso de un gobierno de tal pelaje. Olvidan que Frankenstein era un monstruo creado a partir de cadáveres, un engendro atroz y destructivo que mataba a sus seres queridos, de presencia tan execrable que hasta el mismo fantoche se asustaba de su imagen.
Hombre, decir que España es Frankenstein es querer poco al país. No se convierte lo feo en bello simplemente por decirlo. La gente puede y sabe discernir. Cuando Pérez Rubalcaba habló de «investidura Frankenstein» no lo hizo en el sentido positivo que hoy le pretende atribuir al término el argumentario socialista, sino apuntando en la única acepción –negativa, peyorativa y monstruosa– del pavoroso personaje creado por Mary Shelley hace 225 años. Un personaje triste y atormentado en cuyo espejo no merece quedar reflejada la nación.
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