
El análisis
No en mi (pro)nombre
Illa está cayendo en ese mal endémico que aqueja a todos los presidentes desde Jordi Pujol: creerse que Cataluña son ellos

Esta semana pasada, mi paisano Salvador Illa vino al foro Metafuturo 2024, organizado por Atresmedia en Madrid, para explicar lo que quiere hacer su Gobierno autonómico con nuestra región de origen. Desde buen principio, quedó claro que Illa tenía ciertas dificultades para manejarse con los pronombres. Empezó hablando de Cataluña en tercera persona, como si fuera una señorita a la que se puede invitar a tomar café; es decir, algo similar a lo que le pasa a Íñigo Errejón con ese señor llamado Patriarcado, quien según nos cuenta habla en su cabeza y le obliga a hacer cosas contra su voluntad.
Dada su supuesta intimidad con esa señorita llamada Cataluña, Salvador Illa aseguraba conocerla perfectamente y saber con todo detalle su salud, lo que ella desea, necesita y piensa. El problema es que, en la misma frase y, sin ningún punto y seguido, desde el pronombre en tercera persona («ella» para referirse a Cataluña) pasaba abruptamente sin transición al plural de primera persona «nosotros» y a decir lo que los catalanes teníamos intención de hacer y lo que no. Literalmente, afirmó: «Cataluña no se va a ninguna parte, nos quedamos, pero no será ni mudos ni callados».
Por esos saltos chapuceros en su retórica, se hace evidente que Illa solo está entrenado para conferenciar con auditorios de palurdos, incapaces de detectar a primera vista los fallos lógicos de discurso. Porque la inevitable pregunta que nos vino a la mente fue: ¿a quién se refiere con ese «nosotros»? Porque los catalanes somos muchos y de intenciones bastante dispares.
Me temo que nuestro amigo Illa está cayendo una vez más en ese mal endémico que aqueja a todos los presidentes autonómicos catalanes desde Pujol, en cuanto llegan al poder. El de creerse que Cataluña son ellos o su gobierno y ponerse automáticamente a hablar como si sus desvaríos fueran la voluntad de todos. Pero hoy Cataluña es menos que nunca una unidad. De hecho, es cuando aquel mantra tan deseado del catalanismo de «ser una nación” resulta más que nunca desmentido por la realidad de pensamiento de sus habitantes.
Si una nación es siempre –según las canónicas definiciones y todas las reflexiones acumuladas por Renan– una comunidad con un mismo propósito y dirección, hay que reconocer que los catalanes tenemos actualmente unos proyectos absolutamente encontrados para el futuro de la región que no tienen nada que ver entre sí y van en direcciones opuestas. Están los que se quieren ir de España, los que se quieren quedar en España y los que intentan explotar económicamente esa tensión con un uso falaz del federalismo (en realidad confederalismo).
Las mentiras y las falacias son igual de perjudiciales, pero no son exactamente lo mismo según las definiciones de la lógica y de la retórica. La mentira es decir directamente que es aquello que no es (búsquenlo en Aristóteles). La falacia, en cambio, es introducir un salto lógico en el discurso para intentar que parezca ser aquello que no lo es. Una gran parte de los catalanes estamos en desacuerdo con el concierto fiscal y no nos vamos a callar solo porque nos beneficie particularmente, ya que obtener esa ventaja a base de explotar a las otras regiones nos parece supremacista y repugnante. Añadamos que además permite a los ricos apropiarse de los excedentes. ¿Es eso una mejor distribución de la riqueza? ¿Es eso socialismo? Obviamente, con respecto a la redistribución de la riqueza, es una disociación entre la teoría y la práctica similar a la que práctica Errejón con el feminismo.
No les extrañe. En Cataluña hace tiempo que no existe izquierda. Nunca debemos perder de vista que, curiosamente, los dos principales líderes de la supuesta izquierda catalana (Illa y Junqueras) se definen hombres de misa. Me parece bien que recen. Creo que todo el mundo tiene derecho a tener sus creencias religiosas (sobre todo si son de religiones que hicieron el esfuerzo de civilizarse). Ahora bien, si reconocen la autoridad divina tendrán que admitir que se contradice contundentemente con cualquier materialismo histórico. Salgan del armario y muéstrense como los conservadores que realmente son. Hasta que no lo reconozcan, cuando hablen de los catalanes, les prohíbo rigurosamente que lo hagan en mi nombre.
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