El desafío independentista
Puigdemont: Un trapecista de circo sin red
Obsesionado con cumplir su sueño de ser un mártir del «procès», el presidente catalán se enroca presionado y secuestrado por la CUP. No acepta opiniones contrarias: «Allá vosotros», le decía a los empresarios cuando le informaban de que se iban.
Obsesionado con cumplir su sueño de ser un mártir del «procès», el presidente catalán se enroca presionado y secuestrado por la CUP. No acepta opiniones contrarias: «Allá vosotros», le decía a los empresarios cuando le informaban de que se iban.
Ninguno de sus predecesores se atrevió a llegar tan lejos. Josep Tarradellas era un gran hombre de Estado. Jordi Pujol, un listo bien aprovechado. Y Artur Mas, un mediocre alocado. Pero nunca se arrojaron al monte como lo ha hecho Carles Puigdemont Casamajó, obsesionado en cumplir su sueño de inmolarse y ser el auténtico mártir del «procés». Según ha sabido este periódico, los dos ex presidentes de la Generalitat contactaron con Puigdemont para intentar «descafeinar» la Declaración Unilateral de Independencia (DUI). En el primer caso, desde veteranos convergentes muy vinculadas al entorno de Pujol, y en el segundo, en una larga reunión personal celebrada la noche del lunes en el Palau. Mas, enormemente preocupado por el embargo económico que atenaza su cabeza, le instó a una solución a largo plazo «a la eslovena» para ganar tiempo. La respuesta del presidente fue muy tajante. «Yo sí entraré en la historia», les dijo a sus interlocutores plenamente convencido de que será el segundo Companys en proclamar la república catalana.
Las horas previas a su comparecencia fueron de infarto con una fuerte división dentro del bloque soberanista. Artur Mas, que recibía el mazazo de no obtener financiación para el embargo de cinco millones de euros impuesto por el Tribunal de Cuentas, era partidario de una llamada DUI «vegetariana», en palabras de dirigentes del PDeCAT. Es decir, una exaltación de los resultados del referéndum ilegal del 1-O, sin apelar al contexto unilateral de independencia, que no conlleve duras consecuencias penales. Puigdemont se negó en rotundo, obstinado en la declaración solemne secesionista. Por su parte, el líder de Esquerra Republicana Oriol Junqueras, muy quemado por la masiva fuga de empresas sugirió en la reunión del Govern el martes por la mañana la DUI descafeinada y el horizonte de unas elecciones plebiscitarias. «Es lo que ahora nos conviene», admiten dirigentes de ERC ante el complicado horizonte.
Por el despacho de Puigdemont pasaron muchas personas en estas tensas horas previas, algunos destacados empresarios para comunicar su firme decisión de trasladar la sede fiscal de sus compañías fuera de Cataluña. «Allá vosotros, yo seguiré adelante», les dijo el presidente. Uno de ellos define así la situación con gran pesar: «Tuve la sensación de estar en una consulta psicológica». El presidente de la Generalitat se mostraba imperturbable, enrocado y con deseos de una mediación internacional. «Le dijimos que era imposible, eso solo sucede entre Estados propios», cuenta un destacado financiero. A su juicio, Puigdemont era inflexible, muy presionado por las CUP, evocando la movilización callejera, la consulta del 1-O y sin un sólo resquicio para volver a la legalidad. «Como un monolito», afirma uno de los interlocutores.
En sus numerosas conversaciones con antiguos colaboradores de Jordi Pujol, Mas y Oriol Junqueras, hubo una unánime conclusión: de nuevo el victimismo, la España opresora, las inhabilitaciones judiciales, las cargas policiales del 1-O y la movilización de la calle. Las presiones de las CUP fueron determinantes para endurecer el discurso, mientras los letrados del Parlament alertaban de las consecuencias penales. Según fuentes de Junts pel Sí la reunión previa a su comparecencia «fue de traca», porque los radicales antisistema exigían un pronunciamiento muy duro. Artur mas, y el ex presidente de la Cámara autonómica, Joan Rigol, intentaron suavizarla. Los intentos desesperados por lograr un mensaje de un mediador internacional atrasaron el debate pero no dieron ningún fruto. El jarro de agua fría internacional era inevitable y no colmaba las aspiraciones independentistas.
En el entorno del clan Pujol la tristeza era evidente. «Se ha comido nuestro legado», dicen personas cercanas a la familia. En el de Mas, bastante tienen con la multa que les viene encima y su cara en la tribuna de invitados del Parlament era elocuente. En las filas de ERC atisban un horizonte electoral sin mucha demora, dada la actual situación. La misma idea que cunde entre los partidos constitucionalistas, que ven en Puigdemont un personaje amortizado, rehén de las CUP, aunque no por mucho tiempo. Señalan su enorme torpeza cuando las expectativas electorales de los antisistema bajan por momentos. «Un presidente desastroso», afirman dirigentes del PSC, Cs y el PP. «Un trapecista de circo sin red», opinan antiguos dirigentes de Convergència, con el lamento de que «Todo cuanto hicimos en treinta años no ha servido para nada».
Fuentes del Palau reconocen que Puigdemont es un presidente secuestrado por su «núcleo duro», muy alejado de la antigua cúpula de Convergència, y que redactó su discurso con pocas personas. Entre ellos, algunos que ya trabajaron a su lado como el secretario general, Joan Vidal de Ciurana, su jefe de gabinete, Josep Rius, la secretaria personal Anna Gutiérrez, la jefa de coordinación Elsa Artadi, y el controlador de la maquinaria de comunicación y propaganda, el periodista Jaume Clotet. En el plano político, la justa comunicación con Junqueras, que espera darle la estocada final, y más con el portavoz Jordi Turull, un «cachorro» convergente, secesionista a tope. «Los demás no hemos visto ni un papel», dicen en privado consejeros de la Generalitat. Para mal, mejor que bien, Puigdemont ya es historia de la peor en Cataluña.
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