Análisis
¿Por qué fue Montilla a la Plaza de Oriente?
Se reunió junto a Pujol y Puigdemont en Prada de Conflente, un escenario señalado para el independentismo
La plaza de Oriente, en Madrid, era el lugar donde los seguidores de Franco se reunían en el siglo pasado para mostrarle su adhesión. Actualmente es un lugar muy agradable pero, dado los tiempos de connotación y cazas de brujas en los que vivimos, uno teme que algunos quieran marcarlo y desecharlo como lugar feliz solo por el hecho de que lo escogieran un puñado de fascistas para reunirse allí y loar a su líder. Tras la muerte del dictador, todavía siguieron haciendo concentraciones en ese escenario una vez al año, para recordarle e intentar que la llama de su ideología se mantuviera encendida. Desde 1975 hasta más allá de 1981 (es decir, más de media década más allá de la muerte del dictador) se repitieron aquellas manifestaciones públicas como lugar común, cada vez un poco más decrépitas, cada vez un poco más penosas.
Aquí en Cataluña, la mitad de la población que no es afecta al nacionalismo suele hacer la broma de que nuestro regionalismo ultramontano también tiene su propia Plaza de Oriente, que es la universidad catalana de verano en Prada de Conflent, al sur de Francia. Allí se reúne cada año lo más granado del sectarismo regionalista y se han escuchado a lo largo de las décadas todo tipo de proclamas, principalmente orientadas al supremacismo, frecuentemente con una base cultural tan traída por los pelos que rozan la simple astracanada intelectual. Por supuesto, Prada de Conflent es uno de esos lugares –tan habituales hoy en día– interesados empecinadamente en difundir la confusíón entre tradición y cultura por intereses propios. Esa estrategia de confusión se da modernamente porque permite dos comodidades en política pública. La primera: cuando defiendes tradiciones propias moralmente impresentables siempre puedes usar como excusa que estás defendiendo la cultura. La segunda: así, los departamentos de cultura de los partidos no han de tratar con temas verdaderamente culturales (que siempre llevan carga crítica y son enojosos) sino con folklore maquillado que siempre es buenista y maniqueo. Porque, a ver: ¿quién querría ser tan poco majo como para dejar que se pierdan las bonitas y sostenibles alpargatas del abuelo? Nadie.
Explicados estos íntimos y no muy conocidos parámetros de la vida catalana, cabe preguntarse: ¿Por qué fue Montilla la semana pasada a nuestra Plaza de Oriente regional de Prada? Se celebró allí un homenaje a Pau Casals y con esa excusa se hizo la propuesta de reunir a varios expresidentes de la Generalidad, muchos de ellos con juicios pendientes por variados delitos. Montilla posó dócilmente en la foto junto a Pujol y Puigdemont. Luego, contradictoriamente, le reprocharán a Feijóo que salga en una foto donde también sale un narco.
Montilla no puede usar la excusa de que fue una encerrona y que no sabía a dónde iba. Ni a Felipe González, ni a Solana, ni a Borrell se les hubiera ocurrido ir a la Plaza de Oriente para fotografiarse con Blas Piñar, aunque les hicieran un homenaje a los Machado. ¿Qué nos está queriendo decir con este movimiento el partido de los socialistas en Cataluña? Pues que piensa volver a su viejos y cómodos tiempos de indulgencia con el nacionalismo y de tibieza para con los abusos e injusticias a una parte importante de la población catalana, precisamente la que más deberían defender porque proviene de la emigración y el progreso social por la propia capacidad y esfuerzo, no por la agenda de contactos y posibilidades familiares. El resultado: Montilla fue abucheado por los ultramontanos mientras paradójicamente los blanqueaba. Vuelve el socialismo humillado y comodón, al que le resulta muy confortable el argumento de la supuesta convivencia para no coger el toro por los cuernos. Pero esa incapacidad de plantar cara el nacionalismo con argumentos, de no atreverse en Prada a recordar públicamente al supremacismo lo inmoral del egoísmo, ya no sirve. Por eso se dio la aparición de Ciudadanos. Muchos de los votos actuales del socialismo catalán son prestados. Ya está demostrado además que la convivencia no está en peligro pensando diferente. Por tanto, se puede hablar con todos sin necesidad de colaborar en fotos. El PSC necesita una nueva estrategia. Pero no se atreve con ella.
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