Análisis

Representar de verdad

Si con la ley de amnistía el Gobierno va a ir contra la mayoría de los españoles, entonces ¿a quién representa exactamente?

El candidato de JxCat y expresidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, protagoniza este sábado un acto en Elna, en el sur de Francia, para presentar su candidatura a las elecciones catalanas del 12 de mayo.
Carles Puigdemont es el principal beneficiado por la futura ley de amnistía David BorratAgencia EFE

Cualquier persona criada en un entorno de una mínima sutileza sabe cuál es el problema del gobierno representativo. El principal defecto del gobierno representativo es precisamente que no es representativo. Eso no quiere decir que no sea el sistema menos malo que hemos encontrado de cara a gobernarnos y otorgar el poder a unos seres humanos para que ejerzan su dominio sobre otros, aunque ser el menos perjudicial no implica tampoco que esté a salvo de defectos y limitaciones. El principal es que nunca puede realizarse del todo. Es «casi» representativo o «bastante» representativo (en mayor o menor medida, el abanico es amplio…), pero nunca se culmina del todo. Eso deja abierta la gatera a diferentes situaciones piojosas como la que ahora estamos viviendo en España.

Actualmente sabemos que una gran mayoría de españoles considera injusta una medida que quiere adoptar el Gobierno. El Gobierno conoce perfectamente esa opinión mayoritaria de la población, pero prefiere ignorarla para poder, con esa medida, comprar los apoyos necesarios que le permitan retener los mecanismos de poder en sus manos y los privilegios que eso conlleva. Si el Gobierno va a ir contra la mayoría de los españoles, incluidos muchos de aquellos que le han votado, entonces ¿a quien representa exactamente este Gobierno? ¿a sí mismo?

Aquello que equivocadamente llamamos «soberanía del pueblo» es en realidad soberanía de cada uno de los individuos y, como explicaba John Stuart Mill, adquiere unidad política cuando coincide con el orden social espontáneo. Los votantes solo tienen la obligación de honradamente intentar aportar su mejor juicio acerca de los intereses colectivos. Los representantes entonces no se deben solo a sus electores, sino al conjunto de la población, idea de Burke que ha quedado ya superada por la realidad en la medida que, actualmente, los representantes fían su deber a los intereses de partido. En este caso, los intereses del partido en el Gobierno son retener el poder como sea y de ahí que niegue la voluntad colectiva.

Tendemos a pensar que tener un Gobierno es un bien, pero siempre olvidamos que, desde un punto de vista estrictamente democrático, la necesidad de tener que aceptar un gobierno es simplemente un mal necesario. Lo ideal, lo utópico, sería que pudiéramos entendernos sin necesidad de que unas personas ejercieran su dominio sobre otras. Ya que eso no sucede así, para evitar perjudicarnos, creamos mecanismos de gobierno. Por tanto, cualquier gobierno es simplemente un mal menor. Si el gobierno es además democrático, pues todavía mucho menor.

Ahora bien, como acertadamente observaba Tocqueville (siempre él), cuando las clases políticas se encierran en sí mismas pueden hacerlo a través de dos caminos. O bien procedimientos más o menos formales del tipo disciplina de grupo o de partido, o bien trucos legales del tipo de subvenciones a formaciones y requisitos de militancia que inducen a autoexcluirse a los más capaces e independientes de juicio, mientras se atribuyen sueldos y compensaciones a los mediocres e incapaces, todo a cargo de los representados. No es extraño que, ante la posibilidad de un horizonte como ese, se hallan rebelado una multitud de soberanías individuales y por ello presenciemos fiscales que se oponen a fiscales, jueces que se enfrentan al criterio de otros jueces y una agitación general en todos los diferentes niveles de la vida política española. Da risa pensar que Sánchez presentó sus medidas de gracia argumentando que eran para mejorar la convivencia y ha conseguido enfrentar a todos los estamentos.

El nudo de la argumentación política ha consistido siempre –y siempre consistirá– en la manera de establecer una representación auténtica o la forma posible más cercana a ella. Cuando un Gobierno ignora la voz de su población, tiene mal futuro. Nunca se ha visto a un Gobierno que gane unas elecciones después de llevar a su país a una guerra.

A veces pienso que es una pena escribir para tener que ocuparse seriamente de semejantes miserias políticas. Pero luego, por un momento, recuerdo cómo está democráticamente el resto del mundo y me rehago. Pienso cuántos en el orbe envidiarían mi suerte de poder ocuparme de ellas. Por eso me gusta presenciar todas esas soberanías individuales que no se resignan. Un saludo para ellas.