Opinión

Resucitar al PSOE andaluz

La lección que los ciudadanos pueden sacar de la jugada del TC es que la justicia no existe

Los expresidentes de la Junta Manuel Chaves y José Antonio Griñán. EFE/José Manuel Vidal
Los expresidentes de la Junta Manuel Chaves y José Antonio Griñán. EFE/José Manuel Vidal.José Manuel Vidal EFE/POOL

Tengo miedo de que el Tribunal Constitucionalnos quite la Eurocopa porque Carvajal pasó de Sánchez. Todo es posible con un Gobierno que ha colonizado el Estado para que su presidente acaricie más poder del que es conveniente en democracia. Esa influencia espuria se ha manifestado en la anulación de las sentencias de los ERE por el TC. El caso muestra justamente lo que es el sanchismo: manejar las instituciones en beneficio propio, envolviendo su arbitrariedad con la legalidad.

Conde-Pumpido y los sanchistas que pueblan el TC han conseguido dar la vuelta al mayor caso de corrupción de la historia de España. Lo que fue un fraude, apropiación indebida y medio Código Penal, ahora es lawfare porque Sánchez necesita resucitar al PSOE andaluz. El origen de la maniobra está en la situación paupérrima del partido socialista en algunas autonomías, como Madrid, por ejemplo, y la necesidad de Sánchez de reconstruir la organización para que esté a su servicio.

En Moncloa saben que el PSOE no puede vivir siempre de carambolas, como fue que Junts en las últimas elecciones generales sacara siete diputados comprables. El panorama les resulta inquietante si han de adelantar los comicios a octubre de 2024. El partido sanchista ha bajado en todas las regiones, salvo Cataluña, y eso impide sumar suficientes diputados para una próxima convocatoria a Cortes. Sánchez culpó a los líderes autonómicos tras los últimos comicios locales, que se saldaron con un mapa azul de España. Anunció entonces una purga, pensó en colocar a los ministros en las baronías y vio que no era suficiente.

Al ver que los barones son incapaces por sí mismos, ha tomado las riendas empezando por Andalucía. Sánchez tiene la convicción, como todos, de que Juan Espadas no sirve para resucitar nada. No tiene carisma ni proyecto, y no es percibido como una alternativa frente a un Moreno Bonilla muy serio. La recuperación pasa por devolver a la vida política al viejo PSOE andaluz, limpiar su reputación y deslizar que el PP ganó las elecciones en esa comunidad por una maniobra judicial producto de la “máquina del fango”. Este es el motivo de la amnistía encubierta a la que asistimos por obra y desgracia del TC.

En esta maniobra no importa el deterioro institucional, lo que es una paradoja justo cuando Sánchez va a sacar su plan de “regeneración democrática”. La lección que los ciudadanos pueden sacar de la jugada del TC es que la justicia no existe, que los tribunales son un campo de batalla entre partidos, con jueces militantes que toman decisiones sucias, prevaricadoras, con el único objetivo de eliminar al enemigo. El daño a la autoridad, en este caso, a la Audiencia Provincial de Sevilla y al Tribunal Supremo es tan grande como la autoinfligida por el Tribunal Constitucional. Visto en perspectiva, el asunto es peligroso para la democracia, porque un pueblo polarizado por el Gobierno y una parte de la oposición, que no cree en la justicia, en la separación de poderes ni en el espíritu conciliador de la democracia, cae fácilmente en el autoritarismo.

La amnistía encubierta ha sido una jugada muy premeditada. La buscó Sánchez y él mismo la anunció en un mitin al referirse a Magdalena Álvarez. Todo indica que hubo instrucciones, como las recibidas por Álvaro García Ortíz, el Fiscal General del Estado, para “ganar el relato” en una batalla política contra Ayuso aunque se vulnerase la ley.

Esto también debería ser un aviso al PP a la hora de apañar el CGPJ y elaborar la nueva ley del poder judicial con Sánchez. El personaje que habita la Moncloa no es de fiar. Es capaz de hacer cualquier cosa con tal de satisfacer su ambición, y envolverlo en una narración en la que su enemigo parezca el agresor. Y ojo, porque cuenta con una militancia fanatizada, ciega, una prensa engrasada, y unos votantes fieles que prefieren a un tirano progresista antes que a un demócrata constitucionalista. Cuidado.