Opinión

Con Ribera, no

Tendrá que oír en el Congreso preguntas sobre la distancia entre su alarmismo ecologista y su falta de previsión y de obras públicas

La designada vicepresidenta europea de Competencia y Transición Limpia, Justa y Competitiva, Teresa Ribera, participa en la inauguración de la jornada “Las mujeres deciden en Europa. Mujeres y gobernanza Europea”, organizada por la Fundación Alternativas, este viernes en Madrid.
La designada vicepresidenta europea de Competencia y Transición Limpia, Justa y Competitiva, Teresa Ribera, participa en la inauguración de la jornada “Las mujeres deciden en Europa. Mujeres y gobernanza Europea”, organizada por la Fundación Alternativas, este viernes en Madrid. Fernando VillarAgencia EFE

Todo apuntaba a que los populares europeos, con una política de alianzas distinta en Bruselas que en España, iban a tragar con la designación de Teresa Ribera. Parecía que, como mucho, iban a someter a la devota sanchista a un examen difícil, con preguntas comprometedoras. El resultado no hubiera sido más que un bochornoso enjuague que habría dejado al PP de Feijóo sin nadie a quien culpar. Una vez votada Ribera se consideraría bendecida por los populares, ajena a la política española y desaparecería, como Calviño. Ahora el PP tiene la oportunidad de que Ribera dé explicaciones en España por su negligencia desde 2018, cuando asumió el Ministerio de Transición Ecológica.

Tendrá que oír en el Congreso preguntas sobre la distancia entre su alarmismo ecologista y su falta de previsión y de obras públicas. Habrá de aclarar su ausencia y sus declaraciones, la carencia de empatía, y el intento de huida a un buen remunerado puesto en la UE sin hacerse cargo ni explicar las decisiones de su ministerio. Tampoco esperamos gran cosa de Ribera en dicha sesión porque no asumirá ningún error y se dedicará a atacar a Mazón. Sin embargo, saldrá tocada de esa sesión parlamentaria y su imagen en la UE ya no será la misma.

El triunfo del PP sería que, tras escuchar a la ministra, decidieran en Bruselas sustituir a Ribera por otra persona. La sanchista ha demostrado que no está a la altura para prevenir y gestionar una catástrofe medioambiental a nivel europeo. Si ha fallado en España, qué se puede esperar de su actuación continental. Los populares deberían trasladar este mensaje a Von der Leyen: se puede mantener el acuerdo con los socialistas europeos cambiando al nominado, y que siga siendo un español. De esta manera, la sesión parlamentaria de control de Ribera el 20 de noviembre se antoja trascendental.

El plan del PP se puede completar si funciona la hoja ruta señalada a Mazón. El presidente valenciano irá el jueves a las Corts a dar explicaciones y anunciar cambios. Es su obligación. Debe aguantar las críticas por muy duras y ciertas que sean, absorber la crisis en su persona, iniciar la reconstrucción y, al filo de 2027, antes de las elecciones autonómicas, dejar paso a otra persona para encabezar la lista del PP.

El PSOE es otra cosa. Tiene otro estilo. El sanchismo se caracteriza por escurrir el bulto y culpar a otros sin dejar el poder. Crea un relato, juega con los tiempos y el olvido, y se aferra a los cargos responsabilizando a los demás de los errores. Esto es lo que está haciendo con la tragedia en Valencia. No hizo nada cuando debía, y quiso, como se leyó en los papeles de Ana Redondo, la ministra de Igualdad, aprovechar su «momento» a costa del bienestar de los valencianos. Luego el Gobierno ha ido de puntillas para acogerse a una tregua con el PP, y conseguir el nombramiento de Teresa Ribera como comisaria europea. Eso suponía colocar en un cargo importante de la UE a la máxima responsable de la imprevisión y mala gestión de la catástrofe.

Hasta el 20 de noviembre, día de la sesión de control, Ribera se volverá a encerrar para estudiar. Tendrá que aprenderse un argumentario que evite respuestas ciertas sobre la actuación nefasta de la Confederación Hidrográfica del Júcar y de la Aemet. Memorizará algún zasca para no contestar a por qué en 2020 vetó en el Senado una enmienda en los Presupuestos Generales del Estado para destinar siete millones que evitaran inundaciones en el Barranco del Poyo. O por qué no permitió que los agricultores limpiaran los ríos de cañas y ramas, como pedían, con el argumento de que la naturaleza debía volver a su sitio y que había que borrar la «mano del hombre». Y no dudo de que hablará de los «ultras» para no responder a su ocurrencia de «hervir el agua». Es el estilo sanchista.