Opinión
Sánchez y los juegos del hambre
La Constitución se la está pasando el Gobierno en funciones por el guano
Si en algo estamos de acuerdo (casi) todos, pese a ese gran e indiscutible logro de Sánchez que es la enorme fractura social, es en que nos encontramos ante un momento excepcional. Excepcional en su sentido clásico, en su primera acepción: que constituye excepción de la regla común. Y esa regla común nuestra, que sería la Constitución, se la está pasando el Gobierno en funciones por el guano. Así que sí, el momento es excepcional. Luego, a partir de ese acuerdo, nos dividiríamos entre los preocupados por la voladura controlada de las bases del Estado de derecho y los de «por lo menos no gobierna la derecha». ¿Qué tendría que hacer la derecha para ser peor que una izquierda capaz de cargarse la separación de poderes y la igualdad entre ciudadanos, sin más motivación que la mera transacción por interés personalista? La respuesta es nada. No porque no pudiera hacerlo, que podría. No voy a poner yo ahora la mano en el fuego por una oposición que ha estado en dejación de funciones mientras tanto se le necesitaba y que parece haber despertado ahora, de golpe, solo cuando ha reaccionado la calle. Y que lo ha hecho, además, para subirse al carro y por inercia, como aquella tropelía que se dio en llamar Podemos al instrumentalizar el 15M. No porque no pueda, digo, sino porque no lo necesita. No necesita hacer nada peor porque lo peor, para los demócratas sin ideal democrático, es ser de derechas. Así que ya lo está haciendo. Ya están siendo de derechas. O, mejor aún, no siendo de izquierdas, aunque no se sea tampoco de derechas. El centro también es derecha. Todo es derecha si no es muy izquierda.
Para ellos, para los del «mucho mejor que estén haciendo política que matando» (como si todo político en algún momento hubiese tenido que elegir, invariablemente, entre una cosa y la otra y tuviésemos que agradecerles el gesto), pluralidad política es que haya una oposición sin posibles que no moleste demasiado, que no fiscalice y no estorbe. Unos contrapoderes, ni contra ni poderes, que asuman que lo único moralmente aceptable es ser de izquierdas. Ni siquiera serlo: decir que se es (a Bildu, ERC o JuntsxCat pongo como ejemplo). Lo inaudito es que, además, lo reconozcan desacomplejadamente. Lo dice explícitamente en un editorial (que no una editorial) con serias limitaciones ortográficas y gramaticales, el Partido Socialista Obrero Español al señalar a la media España que está en contra de la esta ley como «viejo enemigo» y apuntar que «estos» no serán «los que nos dobleguen». Y lo dicen explícitamente al reconocer en ruedas de prensa que es esto o que gobierne la derecha. Y este sería el segundo gran logro de Sánchez: hacer de la desvergüenza arte y que ya nadie disimule, ni por decoro. Ni siquiera Isabel Rodríguez en el papelón de tener que decir que el presidente (en funciones) ha demostrado que cumple su palabra y que por eso lo que diga mañana será lo que se haga los próximos cuatro años. Cuatro años, a las puertas ya de esa más que previsible investidura, que no parece que vayan a ser un camino de rosas: con minoría en el Parlamento, una oposición con músculo en el poder territorial, varias asociaciones de jueces en contra, varias de abogados, de fiscales, de funcionarios del Estado (Guardia Civil, diplomáticos, inspectores de hacienda, notarios, de trabajo, policía, tac…), medios de comunicación, entidades sociales… Y teniendo que poner de acuerdo para sacar adelante cada iniciativa a los Cien Mil Hijos de San Luis que son Sumar y los independientistas. Bienvenidos a los juegos del hambre.
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