Gobierno de España
Se acabó el recreo
«¡Hossanna, aleluya y viva la Libertad! Me apresuro a comunicar a usted que la Unión Liberal y el Progreso se han dado ya la mano, y pronto se abrazarán para realizar como un solo partido la salvación de España». «La de los tristes destinos»,Pérez Galdós
iempre he tenido especial predilección por Stephan Zweig, un intelectual que murió de dolor de Europa, cuando el continente todavía estaba en llamas. Una de sus obras que más me gusta es la que se titula «Momentos estelares de la humanidad» de 1927, de la que rescato una cita que me parece especialmente brillante: «Así como en la punta de los pararrayos se concentra la electricidad de toda la tormenta, en determinados instantes, en un corto espacio, se acumula una enorme abundancia de acontecimientos. Lo que por lo general trascurre apaciblemente de modo sucesivo y sincrónico, se comprime de golpe en ese único instante que todo lo determina y todo lo decide». La crisis de «Lehman Brothers» y la emergencia de los populismos que la crisis trajo consigo es uno de esos momentos estelares que ha sufrido el mundo y, con especial virulencia, España. Y, como ha ocurrido siempre, los separatistas han aprovechado estas dificultades para cuestionar la esencia misma de España.
Como acabo de apuntar, la crisis financiera afectó a todos –países desarrollados y países en vías de desarrollo– pero a nosotros nos perjudicó especialmente porque nos cogió en paños menores: endeudados hasta las cejas, en plena orgía inmobiliaria y con la competitividad por los suelos.
La pérdida de riqueza y empleo, el desequilibrio de nuestras cuentas con el exterior, el déficit de nuestras administraciones y el deterioro de nuestro sistema financiero fueron más serios que en otros países que, mal que bien, habían sido menos alegres en los días de vinos y rosas.
La crisis acabó con el crédito de Rodríguez Zapatero y dañó seriamente al gobierno de Rajoy, del que formé parte. Como ha ocurrido siempre en la Historia, el cambio del escenario económico acarrea un cambio del escenario político y una revolución en el terreno de las ideas. Podemos, un partido revolucionario con aires caribeños, capitaliza la indignación ciudadana y emerge con fuerza. El secesionismo catalán cobra nuevos aires, como ocurre siempre que España está en dificultades. Crece C’s enarbolando tres banderas: frenar a los nacionalistas, regenerar la vida política y modernizar la sociedad española. Para rematar la fiesta aparece Vox envuelto en la bandera de España y apelando a los colectivos agredidos por la izquierda. Los viejos y buenos tiempos del bipartidismo son ya pasado y hay que adaptarse a un mundo nuevo.
Las elecciones de 2011 fueron las últimas en que el PP y el PSOE se reparten el santo y la limosna, aunque salen muy tocados. Las elecciones de 2015 certifican que la primera Transición ha terminado y abren un periodo de inestabilidad que no ha terminado todavía: Rajoy forma Gobierno con la abstención de los socialistas históricos y la oposición de los sanchistas; Sánchez gana la moción de censura; se convocan nuevas elecciones; Sánchez fracasa en su investidura y ahora nos toca votar otra vez.
Las cosas no han funcionado porque nos hemos empeñado en repetir soluciones «canónicas» que en circunstancias normales funcionan pero que en circunstancias extraordinarias son absolutamente inapropiadas por frágiles o por divisivas.
Son extraordinarios los acontecimientos que se están produciendo en Cataluña, porque lo que allí se está dilucidando es la pervivencia de España como Nación. Y lo peor es que los constitucionalistas vamos perdiendo por el desistimiento de los sucesivos Gobiernos y por nuestra incapacidad para armar un relato alternativo a los separatistas. Pedro Sánchez, como antes Sáenz de Santamaría, cree que el suflé bajará por las distensiones internas entre los separatistas. Yo no lo creo. Conozco bien a Oriol Junqueras y a Tardá. Ahora levantarán el pie del acelerador, pero nunca renunciarán a la independencia. Se servirán de las instituciones para ensanchar su base social
–especialmente entre los jóvenes– hasta que llegue un momento en que sea muy difícil revertir la situación.
Pero no todo es Cataluña. Son muchos los que creen que estamos en puertas de otra crisis económica que, no será una crisis de demanda, como la de «Lehman Brothers», sino una crisis de oferta de la solo se sale con reformas estructurales profundas, como las que se acordaron en los Pactos de la Moncloa. Y lo cierto es que llevamos cinco años sin hacer ninguna reforma de fundamento. El lema de la Revolución francesa fue: «Liberté, égalité, fraternité». El de la revolución digital será: «Liberté, égalité, productivité». Nos tenemos que poner las pilas y mejor antes que después porque no está la Magdalena para tafetanes.
Lo que ahora toca es empezar una segunda transición para estar en condiciones de afrontar los desafíos que tenemos encima y los que ya se otean en el horizonte. Y eso requiere la revisión de la Constitución, incluida la Ley Electoral; la reforma de las instituciones públicas que se nos han quedado viejas; la actualización del sistema tributario, un nuevo sistema de financiación de las Comunidades Autónomas y de la Seguridad Social y el aggiornamento de nuestro sistema productivo para adaptarnos a los nuevos tiempos presididos por la digitalización y el ecologismo.
Es obvio que esta segunda transición no puede abordarse sin un acuerdo de los tres grandes partidos constitucionalistas –el PSOE, el PP y Ciudadanos–. Sirva como aval de esta afirmación unos párrafos de un artículo de Ortega publicado solo cinco meses después de proclamar la República: «En un Estado sólidamente constituido pueden comportarse los grupos con cierta dosis de espíritu propagandista. Pero en un ahora constituyente eso sería mortal. Yo confío en que los partidos no pretenderán hacer triunfar a quemarropa lo peculiar de sus programas. La falsa victoria que hoy pudieran conseguir caerían sobre su propia cabeza.» (Un aldabonazo, 9 de setiembre 1931). Si no queremos que la historia nos devore a nosotros también, deberíamos hacer caso del de Ortega.
Si ganamos las elecciones, Casado debería ofrecer a Rivera y a Sánchez entrar en su gobierno. Si es Sánchez el que las gana debería hacer lo mismo. Pero quiero ser muy claro: en ningún caso estoy pensando en una abstención técnica para permitir un gobierno de Sánchez. Sánchez no es de fiar y es más que probable que, una vez en Moncloa, haga lo que le parezca oportuno prorrogando presupuestos o tirando de decretos leyes. Y dada la actual correlación de fuerzas, una moción de censura es rigurosamente imposible. Si Sánchez llega a Moncloa será para quedarse. En suma, coalición sí, pero abstención no. Conociendo a Sánchez, esta «grosse Koalition» solo será posible si se basa en un acuerdo muy concreto y para un periodo determinado. Más o menos lo que se hizo en 1977 con los Pactos de la Moncloa y la Constitución de 1978. Una especie de «Union Sacrée» que bien podría llamarse Juntos por España. Si no lo hacemos por patriotismo, hagámoslo para que la crisis que se otea en el horizonte no se lleve por delante lo que tantos años nos ha costado hacerlo, lo que sería peor, acabe con una de las Naciones más antiguas del mundo. Concluida la tarea, se disuelven las Cortes y al que Dios se la dé, San Pedro se la bendiga. Se acabó el recreo. Hay que empezar a hacer los deberes que no hemos hecho hasta ahora.
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