Debate de investidura
Una sesión para retratar a todos
Feijóo actuó como «un presidente de fiar» y Sánchez estaba por estar. De fondo, el injustificable bochorno del griterío en el lugar en el que nos representan a todos
No interpreté como buen augurio el atisbar desde la tribuna una camiseta de la Guerra de las Galaxias entre la bancada de los diputados. Coincidía el avistamiento con los aplausos con que recibían los populares la llegada de Feijóo y los gritos de «presidente». Asocié, sin que mediara voluntad alguna, apoyos insuficientes con el vocablo «amnistía» y, todo ello, con el citado atuendo disruptivo. Sin solución de continuidad, así son las cabezas, resonó en mi córtex la frase de la princesa Amidala en el episodio III: «Así es como muere la libertad, con un estruendoso aplauso». Rectifiqué a Amidala (lo que podría morir aquí es la igualdad entre ciudadanos, primero, y luego ya lo que sigue) y busqué a Sánchez, pero me encontré a Yolanda Díaz, de blanco, que gesticulaba exageradamente moviendo la melena. Como si en lugar de ante una sesión de investidura del oponente estuviese a las puertas de una fiesta en la que se siente la más guapa, en calidad de anfitriona o de novia. Ione Belarra e Irene Montero, como inquietantes gemelas, tecleaban en sus móviles sentadas, juntas y solas, adolescentes displicentes sometidas al trámite impuesto e ineludible. Les faltaba masticar chicle y no me atrevo a asegurar que no lo hiciesen. Así las cosas, cuando Feijóo se encaramó a la tribuna, sin que le dieran los números y con la experiencia del que lo hace por primera vez, mi confianza en su intervención era tendente a por los pelos. Algo parecido a tener hambre y que te den comida de hospital.
Pero, contra todo pronóstico, se presentó y actuó como «un presidente de fiar». Ajustó el tono y el temple y, a puerta gayola, empezó por donde había que empezar: con un no rotundo a la amnistía, ni por los votos que le faltaban siquiera («porque tengo principios, límites y palabra»), reivindicando la Transición «y su vigencia». Sánchez, que estaba pero por estar (a él, como al pecio de aquello que se dio por llamar Podemos, la democracia le hastía), no tomaba ni notas porque no pensaba ni contestar. «Esta sesión de investidura nos retrata a todos», decía desde la tribuna el candidato a la Presidencia y no era consciente desde allí arriba de hasta qué punto estaba teniendo razón. Ni hasta el que la tendría: un Sánchez indolente enviaba a Óscar Puente a dar la réplica. Evitaba así, por incomparecencia, el dar la cara y explicaciones ante una amnistía que parece demasiado probable. Por compensar, Puente aprovechaba el protagonismo impuesto por servidumbre debida a base de macarrismo sanchista, por homenajear, supongo. Tiraba de todo el repertorio del «capo dei capi» para encarar debates evitando dar explicaciones: que si Franco, que si ETA, que si Irak, que si la Gürtel... El inventario hecho de la trayectoria del PP por parte de este PSOE a cada ocasión que se le presenta, que son todas, es digno de elogio, meticuloso trabajo de arqueología. Más que un debate de investidura parecía la disección de la infamia ajena sin posibilidad de redención ninguno. El PP es para este Gobierno de progreso en funciones lo que para el feminismo es hombre blanco heterosexual: siempre estará en deuda por lo que hicieron otros antes. Ellos, sin embargo, no parecen tener mácula. A sus propios ojos, claro.
Injustificable el bochorno del griterío en el lugar en que, esos que bramaban, de una bancada y de otra dependiendo del momento, nos están representando a todos y tomando decisiones que nos incumben. Incluida, llegado el caso, la de vender, por cuatro votos contados y a cambio de un ratito más con el culo en el asiento, la igualdad de todos. Aunque estuviera el barullo, ni más ni menos, que a la altura de la chulería del que subió por poderes a la tribuna. Demasiado hacía Feijóo en contestarle (a la primera, que no ya a la segunda), demostrando que sí hay quien en política hoy todavía respeta al contrario. Y, es más, al ciudadano. Pero que sea precisamente una presidenta del Congreso, que lo primero que hizo fue saltarse los procedimientos, la que tenga que llamar al orden a adultos, da una medida bastante exacta del actual estado de nuestras instituciones. Por ahí, quizá, se debería empezar. Y por eso es un acierto que Feijóo le haya espetado a un Sánchez cuasiausente (me gustas cuando callas porque aprietas la mandíbula y te miras de reojo en las pantallas…) que su actitud no le iba a hacer cambiar a él la suya. Y ojalá sea así.
Efectivamente, esta sesión de investidura, previsiblemente fallida, ha servido para retratar a todos. Y Feijóo se ha revelado como un presidente de fiar, sí. Pero también como capaz de hacer una oposición digna a alguien capaz de dinamitar aquello que nos une en beneficio propio. Que Amidala se equivoque.