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Opinión

El sube y baja de Marlaska

El ministro del Interior ha vivido cuarenta y ocho horas de infarto y una desautorización tajante por parte del propio presidente del Ejecutivo, Pedro Sánchez

El ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, visita las obras de la futura sede de la Jefatura del Servicio de Información de la Guardia Civil, en Pozuelo de Alarcón Juan Carlos HidalgoEfe

Una ministra femenina del Gobierno que bien le conoce define así su situación: «Fernando es como un ping-pong, sube y baja según le conviene a Pedro». Buena reflexión sobre el ministro del Interior, Grande-Marlaska, que ha vivido cuarenta y ocho horas de infarto y una desautorización tajante por parte del propio presidente del Ejecutivo, Pedro Sánchez. De defender con ahínco el contrato de balas con una empresa de Israel, avalado incluso por un informe de la Abogacía del Estado, a tragarse la humillación de rescindirlo por órdenes directas de La Moncloa. La formalización del contrato con la empresa israelí Guardian Homeland Security S.A., para adquirir quince millones de balas por valor de seis millones de euros, provocó un auténtico terremoto entre los socios de la coalición gubernamental.

El escenario, ardiente por la oposición de Izquierda Unida que cuenta con una ministra, Sira Rego, ha sido hábilmente aprovechado por la vicepresidenta y lideresa de Sumar, Yolanda Díaz. Ella, en sus horas más bajas electoralmente, con su habitual cinismo, sin ninguna disposición a dejar sus cargos y suculentas prebendas, se ha erigido en triunfadora de la situación y se ha cobrado la pieza de un compañero de Gabinete con el que mantiene una relación muy distante. «Marlaska queda muy tocado», admiten fuentes del PSOE.

La situación era de traca el lunes por la noche, cuando desde Izquierda Unida y sus dirigentes, Antonio Maíllo y Enrique Santiago, se aventuró una posible crisis de Gobierno si no se rescindía el contrato. Un campo de minas invadía La Moncloa, después de que el contrato se hubiera formalizado en plena Semana Santa y desde Interior así lo mantenían. Pero las presiones de Izquierda Unida, secundadas por Podemos, que veían en ello una ruptura de la coalición, fueron asumidas con todo descaro por Yolanda Díaz, erigida en musa de la causa palestina, los derechos humanos y la paz, así como la gran conseguidora por haber convencido a Pedro Sánchez de dar marcha atrás. En unas horas de infarto, desde el Ministerio del Interior se intentó defender el informe de la Abogacía del Estado y advertir de las tremendas consecuencias económicas y diplomáticas que suponen la cancelación del contrato. Todo fue en vano, Sánchez ordenó personalmente su rescisión anteponiendo, una vez más, las presiones de los socios que le sustentan a los acuerdos entre dos Estados democráticos, como bien señala el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo. El varapalo para Marlaska y su equipo es de campeonato.

El espectáculo sórdido, lamentable y utilizado por una fracasada como Yolanda Díaz, con todo descaro. Desde su llegada al ministerio del Interior, Fernando Grande-Marlaska ha vivido sobre una cascada de frentes abiertos, a cada cual más complejo, varios mazazos para un hombre que es juez de carrera.

Marlaska ha afrontado duros ataques de la oposición contra su política migratoria, cada vez más agravada por la avalancha de cayucos y los miles de migrantes que invaden el archipiélago canario. Sobre polvorines de conflictos, Fernando Grande-Marlaska es el ministro más abrasado del Gobierno, algunos dicen que el más aislado, aunque hasta la fecha parece mantener la confianza del presidente. Curiosamente es uno de los pocos que acompañan a Sánchez desde su llegada al Gobierno, metido siempre en un avispero político como el ministro más reprobado de la historia parlamentaria. En el ojo del huracán desde su llegada al ministerio en 2018, en su primer viaje oficial a Marruecos abordó el problema migratorio, que no ha dejado de crecer durante su mandato.

La retirada de las concertinas en Ceuta y Melilla, los asaltos de inmigrantes a la valla, sus enfrentamientos con la Policía Nacional y la Guardia Civil con los ceses del coronel Diego Pérez de los Mozos y la propia directora de la Benemérita, María Gámez, el traslado de los presos de ETA a las cárceles vascas, las cesiones penitenciarias a Bildu, la reciente normativa para abreviar las penas a los etarras más sanguinarios y sus frías relaciones con las víctimas del terrorismo: todos son conflictos bajo su gestión.

Ello contrasta con su pasado como magistrado en el País Vasco y la Audiencia Nacional, donde fue un implacable azote contra el terrorismo etarra y ordenó la entrada en prisión de Arnaldo Otegi. Hasta llegó a estar en el punto de mira de un comando de ETA, que pretendía un atentado contra su vida. Desde su entorno aseguran que no piensa dimitir y que la firma del contrato con Israel se hizo con la aprobación de la Abogacía del Estado y otros ministerios competentes, ahora en silencio.

Su nombre siempre ha estado en las quinielas de una crisis de gobierno, pero Sánchez, hasta la fecha, le ha mantenido. Es como un péndulo hebreo, nunca mejor dicho.