Opinión

Susto o muerte para Sánchez

¿De verdad hubo algún ingenuo pensante en La Moncloa que creyese que los pactos con Bildu no afectarían?

Pedro Sánchez y Emiliano García-Page
Pedro Sánchez y Emiliano García-Page, ayer, en el mitin que ofrecieron en PuertollanoEusebio García del CastilloEuropa Press

El 28-M descifrará una parte sustancial de cómo va a marchar el resto de la legislatura. De ahí que estas elecciones superen lo municipal y autonómico. La movilización en algunos partidos es propia de unas generales. La deriva por la que Pedro Sánchez ha llevado el país, de la mano de declarados enemigos de España y de nuestro orden constitucional, tiene culpa. Aun cuando se intente esconderlo en campaña, «Frankenstein» es un monstruo enorme que ninguna lona publicitaria puede tapar.

El presidente se debe a quienes le mantienen en el poder. Entre ellos, a Bildu y a sus listas colonizadas por pistoleros de ETA con las manos manchadas de sangre. Una ignominia. No me sorprende que algunos barones del PSOE se rasguen las vestiduras y expresen su repugnancia. Hasta Sánchez ha dicho que puede ser legal, pero no decente. Con todo, no se olvide que él, por acción, y los otros, por omisión, son todos culpables de haber consagrado a Arnaldo Otegi elevándolo a socio preferente del Gobierno. De hecho, muchos ministros no han tenido dudas y han cerrado acuerdos más fácilmente con Bildu que con el PNV.

¿De verdad hubo algún ingenuo pensante en La Moncloa que creyese que los pactos con Bildu no afectarían a los votantes de Emiliano García-Page, Guillermo Fernández Vara, Ximo Puig, Javier Lambán…? Lo que ha habido es falta de escrúpulos por doquier. Y también un servilismo al líder impropio de políticos con personalidad y principios sólidos para las altas responsabilidades que ostentan. En la rueda de prensa posterior al pasado Consejo de Ministros, la portavoz del Gobierno, Isabel Rodríguez, mostró cuál era la estrategia monclovita al respecto: evitar que se hablase de los herederos de Batasuna. De hecho, solo concedió la palabra a medios que no fuesen a ponerla en un brete con el tema Bildu. El temor a que la inmoral naturaleza de sus alianzas se ancle en la carrera electoral es claro.

Lógicamente, en los pasillos de Moncloa resuenan ahora aquellas palabras de Sánchez en una entrevista de 2015: «Con Bildu no vamos a pactar. Si quiere lo digo cinco veces o veinte. Se lo repito, no vamos a pactar». Entre aquello y hoy se han sucedido incontables entendimientos entre el PSOE y Otegi. Y demasiados e intragables gestos de «blanqueamiento» hacia quien tanta muerte y horror ha causado y nunca ha pedido perdón ni se ha arrepentido.

El PSOE venía negando protagonismo a sus compañeros de viaje desde hace semanas de forma reiterada. Se acercaban las urnas. También a Podemos, socio de la coalición. La prueba se presumía sencilla: sacarlos del foco. Así lo querían entender los estrategas del presidente. Hasta que ha sido el mismo Bildu quien les ha roto el escaparate. Los anhelos de ETA se hacen realidad con Sánchez, quien les ha abierto de par en par durante estos años las puertas de todos los ministerios. Es un paso que el presidente del Gobierno jamás debió dar. Pero lo dio. Por propia voluntad. Y le va a pasar factura en este camino al 28-M. Porque entre dirigentes socialistas hay consenso de que su cotización es a la baja. En cambio, sube la de Alberto Núñez Feijóo, aun cuando Sánchez esté regando la campaña con una tómbola de anuncios de miles de millones.

El mantra de los socialistas nos habla de su capacidad para retener el poder autonómico, pero los populares parecen en condiciones de mantener lo suyo y sumar al azul La Rioja, Aragón o Baleares, además de la Comunidad Valenciana, y tienen ahora cien ojos puestos en Extremadura, Castilla-La Mancha y Cantabria. Canarias tampoco la tiene asegurada el PSOE.

El escenario para Sánchez, de cualquier forma, va a ser diabólico. De susto o muerte. Difícilmente las cosas podrán seguir igual para él. Porque será susto si el presidente queda en manos de Podemos, con Pablo Iglesias en la sombra, para reeditar gobiernos autonómicos. Iglesias, entonces, estará en condiciones de cobrarse en plato frío su ansiada venganza por el ninguneo a Ione Belarra e Irene Montero. «El castigo sería enorme», admiten en la sala de máquinas socialista. Y en ese juego de cobros aplazados, en el que el exlíder de los morados mostraría su fortaleza, también saldría perdiendo la protegida Yolanda Díaz.

Peor serían las cosas si el PP le arrebata un puñado de comunidades autónomas y capitales simbólicas, como por ejemplo Sevilla o Valencia. Eso sería muerte para Sánchez. Un PSOE hecho añicos. ¿Recuerdan el año 2011? No es impensable que entonces la crisis interna sacuda los rincones de la organización. «¡Sálvese quien pueda!». Una debacle electoral tendría efectos demoledores en la confianza interna hacia su secretario general. Más, teniendo en cuenta que el Gabinete se mantiene únicamente por mera inercia. Y que el ciclo del presidente, a pesar de las fotos con Joe Biden en la Casa Blanca y la inminente Presidencia de turno europea, está finiquitado. Nada asegura a estas horas que el resultado del 28-M llegue al extremo de claridad como para sacudir los cimientos de la sede de Ferraz. Por supuesto. Quedan dos semanas por delante. Pero las «ganas» de Ayuso para derogar el «sanchismo» son muy pegadizas.