Jorge Vilches

De la tensión a la implosión

El campo de minas plantado por sanchistas y pablistas comenzó a explotar en el Consejo de Ministros

Firma del Acuerdo PSOE - UNIDAS PODEMOS Firman Pedro Sanchez y Pablo Iglesias
Firma del Acuerdo PSOE - UNIDAS PODEMOS Firman Pedro Sanchez y Pablo Iglesias Alberto R Roldán

A las izquierdas gobernantes se les ha ido de las manos la tensión, es decir, enardecer los ánimos del electorado contra el adversario como forma de movilización. Han acabado creyendo que los papeles que asumieron en su comedia eran reales. Los personajes, así, se han comido a las personas. Ahora, sin el muñeco de una oposición dura sobre la que centrar su ira, los ministros se despedazan entre sí.

Sembraron minas por toda la vida pública y privada. Nada se podía hacer o decir sin el visto bueno del clero progresista que nos desgobierna. Una crítica a una medida gubernamental era tildada enseguida de fascista, patriarcal, homofóbica, neoliberal o machista. Al menor gesto, los ministros sacaban su artillería zafia y ramplona contra el enemigo de la derecha.

Confundieron la gobernanza con la propaganda, la realidad con el relato, y prepararon así su implosión. A esto contribuyó un Feijóo que no entró al trapo, que no servía para representar el papel de la ultraderecha malvada contra la que unirse, y consiguió así anular la única estrategia política del Gobierno: la tensión. El campo de minas plantado por sanchistas y pablistas comenzó a explotar en el Consejo de Ministros.

Incapaces de articular aquella tensión hacia el exterior, a las oposiciones, implosionó con gran virulencia. Es así que hemos visto a Yolanda Díaz llamar machista a Pedro Sánchez y al exvicepresidente Pablo Iglesias. A Carmen Calvo, que lo fue todo en el sanchismo, decir que Irene Montero e Ione Belarra son antifeministas. A estas llamar «fachas» a los socialistas que votaron la reforma de la ley del «solo sí es sí». O a Yolanda Díaz afirmar que habría destituido a Marlaska por la catástrofe de Melilla, y al ministro retar a su compañera a decírselo a la cara.

La implosión del desgobierno no va a suponer ceses o dimisiones. Todos tienen su manual de resistencia por encima de la dignidad, la coherencia o la vergüenza. El varapalo sufrido esta semana por Ione Belarra e Irene Montero, sentadas en el banco azul cual gemelas de «El resplandor», no se va a traducir en nada. Las podemitas no quieren romper el Gobierno porque sin visibilidad se aceleraría su desaparición en las urnas.

No importa que su ley estrella haya sido un fiasco, demostrando que el Ministerio de Igualdad es una filfa. Prefieren que Sánchez las eche para victimizarse, que está en su naturaleza, y crear así un relato que dé chance en las urnas. «El PSOE es la derecha. Por eso nos ha echado», dirían. Pero el presidente del Gobierno pasa de todo. Está a lo suyo –sea lo que sea eso–, que siempre está por encima del mundanal ruido que provoca la chusma. Se va a Doñana en Falcon a clamar contra el cambio climático y la derecha, que como todo el mundo sabe son causa y consecuencia.

Nada de esto renta en las encuestas, por mucho que Tezanos diga lo contrario. El resultado de tensionar la política durante mucho tiempo, como han hecho el sanchismo y el pablismo, es el cansancio del electorado. La gente quiere disfrutar de la vida, no estar eternamente enojada. Ya cansado, el votante descubre que el conflicto es impostado e inútil, y que el truco solo sirve para esconder la negligencia. Ese momento de descubrimiento de la estafa política es imborrable. El cansancio, como ha escrito el filósofo Byung-Chul Han, despierta una visibilidad especial que permite distinguir al estafador.

Tensionar la política es un viejo truco consistente en convertir cualquier cosa de la vida cotidiana en un conflicto, desde los semáforos a la obesidad. Hay populistas del socialismo del siglo XXI, con su vulgata de Laclau y Mouffe, que piensan que lo inventaron. La provocación de la lucha como motor de la política ha existido siempre. Solo los inteligentes han sabido controlarla. No es el caso. Ahora estos adanistas son víctimas de su propia estrategia de destrucción calculada.