Malversación
A todo trapo
Si alguien no aumenta su cuenta de ahorro personal, pero tiene las vacaciones pagadas, ¿no está obteniendo una ventaja ilegítima?
Esta semana se ha sabido que la gestoría belga Megyxx Sprl, que fiscaliza las cuentas de la asociación que recibe donaciones ciudadanas con fines políticos para los independentistas huidos en Waterloo, ha avisado de que algunos gastos personales, como un viaje en velero de Toni Comín por la costa del sur de Francia, eran incompatibles con la legalidad. CatGlobal, que así se llama la asociación, canalizaba los gastos de fugados como el número dos de Puigdemont. La gestoría belga alerta en un informe que varios de esos gastos no podían justificarse de forma legal.
El episodio es una oblicua ilustración a pie de página para todo el debate que se está suscitando en torno a cómo abaratar la malversación para hacerla encajar en la ley de amnistía. Las buenas leyes son las que están redactadas con claridad –corto y ceñido, como dicen los toreros– y que delimitan un hecho general al que han de someterse todos. Cuando en temas tan claros e importantes se empiezan a hacer matizaciones de intenciones, destinos, cuantías, claroscuros, es inevitable que se cree una gatera por la que los interesados puedan escapar por las fisuras a las responsabilidades generales.
Los distingos sobre conceptos de «enriquecimiento personal» son tan laxos como ambiguos. ¿De qué enriquecimiento personal hablamos? ¿Enriquecimiento personal moral, monetario, cultural? Si alguien no ve aumentar su cuenta de ahorro individual, pero va por la vida con los gastos y las vacaciones pagadas, ¿no está obteniendo una ventaja ilegítima sobre las existencias más sufridas de sus conciudadanos? Preguntaré más: si esos dineros no van directamente a su patrimonio, pero los destina a organismos y empresas que luego pueden darle trabajo o favorecer su futura actividad profesional y la de los suyos, ¿no se está estableciendo también entonces privilegios personales con caudales públicos?
Yo no dudo que el viaje en velero de Comín por el mediterráneo tenía seguramente como destino Ítaca, el lugar mítico de los independentistas que ejerce para ellos de símbolo desde el poema de Kavafis. Pero pónganse en el lugar de los catalanes (independentistas o no) que viven junto al mediterráneo y tienen que tomar cada día el tren de cercanías que corre paralelo a la costa para ir a trabajar. Hasta la fecha, la única manera de soportar los retrasos, los parones por los robos de cobre, las demoras, era mirar con paciencia por la ventanilla la hermosa línea de esa inmensidad azul del mar y distraernos de las cuitas cotidianas poniéndonos poéticos.
Cuando esa imagen incluía un velero inmóvil en el horizonte, podíamos considerarnos afortunados. La mente soñaba y se deslizaba hacia formas sensuales de aperitivos bajo el sol, murmullos de olas y brisas epidérmicas, alejándonos de las penas y los trabajos inmediatos. Pero ahora, llámennos malpensados, al verlo no podremos evitar pensar si bajo esa vela inmóvil, como un sueño errante, no yace un líder político enriqueciendo su ánimo para compensar las fatigas psicológicas de esas terribles persecuciones de las que asegura ser víctima por parte de malandrines que pretenden nada menos (tendrán caradura) que las leyes sean iguales para todos.
Como manera de escapar de las persecuciones, reconozcamos que un velero es un medio de locomoción poco veloz. Quizá no el más ágil, pero desde luego más cómodo que los míticos maleteros de coche oficial. Pero en su lentitud seguramente esté la clave de su utilidad. Es posible que la intención fundamental sea que el viaje a Ítaca dure lo máximo posible, que se convierta a poder ser en eterno, infinito, que nunca llegue a su meta. Así, el enriquecimiento de salud, filosófico y, por supuesto, nunca directamente monetario, está garantizado para siempre o, al menos, para lo que dura toda una larga y triste trayectoria de ideólogo.
Yo creo que, a estas alturas, todos hemos dejado atrás la infancia y sabemos cuan compleja es la vida y la variedad contrapuesta de métodos que hay para disfrutarla y ganársela con esfuerzo. Pero si queremos que los contribuyentes sigan confiando en las instituciones más vale que el poder legislativo no haga tonterías y ponga por delante, no el siempre discutible destino de las malversaciones, sino el hecho de haber sido destinadas para aquello que debían o no.
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