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Debate de investidura

Un discurso de incoherencias decentes

La Razón La Razón

Y llegó el día que llevan esperando sus creadores desde hace dos años. Pedro el naif, Pedro el soft, Pedro el político pop, acudió bajo el telón de etiquetas que acompañan su imagen y figura, para pedir al Parlamento que sea responsable y a sus señorías que le ayuden a gobernar, no sea que despierte del sueño que han generado en su mente la acción de unos pocos y la omisión de muchos. En una sesión de no investidura se comprometió a dibujar otro país, a esculpir una nación diferente, sin más crédito que el de ofrecer esperanzas vanas de cesión en el descuento.

El discurso nunca ha sido lo mejor de un político creado para dar imagen y no semejanzas, pero es preciso subrayar que el argumentario de Sánchez ayer estuvo más apegado al método que nunca. El contraste como elemento de posicionamiento del mensaje y la incoherencia como déficit comunicativo habitual.

El principio de su intervención ofrece una idea de lo complicado que supone vertebrar hechos cuando tus idease se asientan en juicios de valor asumidos: "Nos encontramos aquí reunidos 350 mujeres y hombres a los que los españoles nos han encargado que busquemos una solución política". Bien como exordio, pero incongruente con mensajes posteriores en los que reafirmaba que de esos 350, 122 no le valen, y apenas si tienen encaje en su propuesta, pues son de Rajoy, y que optar entre dejar "su Gobierno en funciones durante los próximos meses o apostar por un cambio nacido del diálogo y del acuerdo".

La retahíla de incoherencias se localizaron sobre todo en los primeros párrafos de su discurso, el que principia tu declaración de intenciones, el que anuncia medidas o soluciones, el que retrata la foto fija posterior: Dijo Sánchez: "Estoy convencido de que los ciudadanos que hoy nos escuchan lo último que desean oír son reproches cruzados, descalificaciones o defensas cerradas de nuestras siglas, nuestras ideas o nuestros programas". Pero poco después, defendió con solemnidad que "con el señor Rajoy no se puede pactar, gobierna solo y frente a todos". Todo ello antes de concluir que "nuestra propuesta es la de tender la mano al Grupo Popular para dialogar". En todos mis años de trayectoria analizando discursos jamás había visto tanta incoherencia sintáctica y de ideas. Sobrevolaba en el hemiciclo el verbo estoico de Séneca ante cada palabra de Sánchez: "no hay viento favorable para quien no sabe dónde va".

Fue un discurso, no obstante, decente, porque la clave de un discurso reside en escribirlo para que lo escuchen aquellos a los que quieres convencer o movilizar o a aquellos de los que deseas obtener algo. Se escribe para oír, no para leer. El resto pertenece a una estructura excluyente que se sitúa en los propios márgenes del discurso. Tiene fin pero no destinatario. Tiene alma pero no fuerza. De ahí que la estrategia argumentativa ayer se situara en dirigir los esfuerzos persuasivos a la bancada de Podemos, que, bien pertrechada en la negación evidente, sonreía con sorna a Sánchez y aplaudía con ironía sus agradecimientos a Ciudadanos ("mestizaje ideológico", le llamó, jugando con la metáfora continuada que en el líder socialista viene siendo habitual) mientras espera su turno en la trinchera pura de la izquierda. Ni siquiera le sirvió a Sánchez usar y abusar de los conectores de atención en su discurso ("es evidente que se ha creado una falsa esperanza. Vamos a hablar claro"), con los que derribar la intransigencia de Iglesias y los suyos. Tender la mano cuando del otro lado no hay brazo es una táctica suicida. Obtener la confianza de la Cámara desde la exclusión y la presunción, un fracaso anunciado. De hecho ya lo sabía. A pesar de insistir en la necesidad de acuerdo, reconoció saber "de antemano el resultado de esta investidura".

Como ahora parece que Ciudadanos, ese partido premium de la derecha (así le llamaban durante la campaña) es imprescindible para que el partido fetén de la izquierda gobierne, apenas si le dio a la formación de Rivera el reconocimiento de rigor a su capacidad de sentarse a negociar donde otros no han estado y a otros no se les quiere ver. "Cambiar significa moverse", repitió Pedro Sánchez en una intervención larga, de casi hora y media, en la que las preguntas retóricas se sucedían bajo autorrespuestas motivadas por la necesidad de parecer un hombre de Estado, de centro, a pesar de sus incoherencias evidentes. El diálogo, concepto abusado en el blanco de los folios, no es un programa de gobierno, ni siquiera una actitud política. Es una necesidad de contexto que ayer, el líder socialista, quiso imponer como marco, aunque sus palabras y sus hechos delataran fugas programáticas en más de una ocasión.

Asesor de comunicación

Director de La Fábrica de Discursos