Política

Podemos

Un jurista “a lo Carmena” o un médico para las listas

El líder de Podemos, Pablo Iglesias, en una imagen de archivo / Efe
El líder de Podemos, Pablo Iglesias, en una imagen de archivo / Efelarazon

Cuando parecía estar a punto de tocar el cielo con sus manos, el tinglado, seguramente montado de forma artificial, empezó a desmoronarse. Todo en Podemos es sólo ya una ceremonia de cartón piedra. Pablo Iglesias ejerce un hiperliderazgo que ha vaciado el papel del partido. Él es imprescindible. Sin él, su gente camina como pollo sin cabeza. De ahí que se publicitase su regreso como si se tratase de una nueva temporada de Juego de Tronos. Eso sí, con Iglesias como único protagonista. El cartel del líder, puño en alto ante una multitud en la Puerta del Sol, con el mensaje «Vuelve» y las letras de «él» destacando en otro color, radió tanta testosterona que el propio Iglesias tuvo que asumir el error en medio de una riada de críticas y memes. La excusa oficial fue que el «anuncio» nunca debió ver la luz y era sólo una versión del equipo de diseño.

Pero una cosa son las liturgias de los partidos, y las cada vez más importantes estrategias de marketing para seducir al electorado indeciso, y otra la realidad de los sondeos publicados y de las circunstancias internas que maneja el secretario de Organización, Pablo Echenique. Porque, a estas alturas, ni siquiera el revulsivo del regreso de Iglesias «tira» de los balances preelectorales de Podemos. Y el líder morado es consciente de ello. Muchos de los desgarros y de los lastres de la formación vienen «de provincias». De ahí que su primera decisión haya sido convocar a sus barones horas antes de la «reaparición» ante sus fieles.

Iglesias suspira ahora por una tregua en aquellos lugares donde hay declaradas guerras internas; por la unificación del mensaje; por una moderación en las tentaciones independentistas de los Comunes; por seducir a las confluencias que han decidido hacer la próxima campaña por su cuenta. Porque es consciente de que, para negociar de tú a tú con un PSOE, al que todas las encuestas dibujan al alza, tendrá primero que volver a «matrimoniar» con las Mareas, con el partido de Ada Colau y con Mónica Oltra y Compromís.

Y todo ello aunque, en el fondo, el pensamiento de la cúpula morada, de Irene Montero a Pablo Echenique y demás acompañantes, sigue siendo el culto a la personalidad. Porque ninguno sabe exactamente qué hacer con unas siglas que son de Pablo Iglesias, todas suyas. Tanto, que cifran en su regreso la única forma posible de tomar oxígeno. «Es la vitamina que nos da energía militante», confiesa su guardia pretoriana sin sonrojarse. Una esperanza, por cierto, que se ha instalado no solo en la sede morada de la madrileña calle Princesa, sino también en Ferraz... y en La Moncloa. Iván Redondo, el «spin doctor» del presidente del Gobierno, lleva semanas diciendo a todo el que quiere escucharle que la reelección de Pedro Sánchez va proporcionalmente ligada al grado de recuperación de Iglesias en las urnas de abril.

En el imaginario de su entorno más cercano, Iglesias «retorna fresco» frente a rivales «ya quemados» por estas semanas de larga precampaña. Algunos de los dirigentes con los que hablo dicen confiar sin ninguna duda en el instinto de Pablo Iglesias, en su ascendencia sobre las bases y en su dominio de la «teledemocracia» para unos debates que se antojan decisivos. Y esperan también que su líder se saque algún conejo de la chistera. En estas últimas horas de golpes de efecto en las listas electorales, en Podemos nadie descarta que Iglesias regrese con un as seductor bajo la manga. Juristas «a lo Carmena», ex socialistas del perfil de José Antonio Pérez Tapias y algún reputado profesional de la Sanidad circulan por las quinielas. Un escenario que muchos ven necesario, pues todo indica que el electorado les va a pasar una pesada factura por la incoherencia del chalet de Galapagar y otros dislates, que han transformado la ilusión inicial que despertó la frescura política de Podemos en un sentimiento que es, en ocasiones, de abierta antipatía. Tradicionalmente, las divisiones internas, las purgas y las traiciones –la espantada de Íñigo Errejón no se ha digerido todavía– son la tarjeta de presentación de un seguro castigo en las urnas.

Es posible que Pablo Iglesias se enfrente el 28-A a una debacle. Nadie a estas horas puede negarlo. A partir de ahí, ¿podría precipitarse la sucesión, como ha dejado entrever Irene Montero anunciando el pronto liderazgo de una mujer? De momento, ese debate sigue sellado. Pero son cada vez más quienes ven a Iglesias muy distante de aquel joven e imparable líder que llego a coquetear en 2016 con la idea de convertirse en el referente mayoritario de la izquierda española.