Papel
Un logo para buscar un logro
El cambio al círculo y las letras unidas representa el paso de un partido de siglas a un colectivo unido que conecte con las personas.
El nuevo PP, cansado de permanecer fuera del nuevo tablero emocional en el que parecen situarse las actuales preferencias juveniles, quiso dar ayer un golpe de efecto (y al mismo tiempo de gracia) a su conocida imagen, ese sanctasanctórum intocable al paso del tiempo, apenas si modificado lo sustancial bajo la aprobación de presidentes y secretarios generales. Ahora, el nuevo PP parece querer capitanear el juego de cambiarlo todo para que nada parezca lo que siempre fue. Y qué mejor manera de empezar su entrada al quirófano de la campaña que retocando el singular escudo que ha ejercido de señera desde la Transición.
Una operación de retoque estético que busca cambiar la fotografía de una fachada dañada por años de pelotazos particulares, ajada por años de descuidos éticos y miradas desnortadas. Un logo con el que el PP pretende romper con los diques analógicos que lastraban su demandada renovación, su «welcome» a la modernidad política y comunicativa. Un logo en busca de un logro, que es situarse en los quicios de un segmento joven que parece no tener suficientemente activado. Un logo operado a golpe de bisturí tuitero. Nuevos tiempos exigen nuevas formas. Las siglas, ancla de toda identidad política, permanecen, eso sí, bien visibles, pero con una resolución más limpia y nítida, dejando la estela de un mensaje preciso: somos el PP... pero no aquel PP. Del azul oscuro, clásico, vetusto, de una España que oponía valores y que arrastraba virtudes y defectos transitivos, a este azul claro, limpio, redondo, sin aristas que mancillen su esencia.
Pablo Casado, junto al resto de jóvenes «millennials» que parecen tomar las riendas de una comunicación huérfana durante mucho tiempo –demasiado– de estrategia y rumbo táctico, entiende y asume el rol fundamental de lo digital. Porque se ha criado bajo sus normas. Lidera esa nueva hornada de políticos captadores de la esencia que exigen los nuevos parámetros de la comunicación; más horizontales, menos informativos, más conversativos, que demandan menos qué y dónde y más cómo y para qué. En entender los mecanismos actuales de política comunicada reside la diferencia entre estar o desaparecer del mapa cognitivo, visual y sentimental del ciudadano.
De ahí que ayer se quisiera escenificar el minimalismo de un cambio con la firmeza y confirmación de unas bases de principios sólidos, basados en una centralidad de la que muchos desconfían (de momento) y que deben recuperar. Pero sólo con la imagen no basta. En la política escenificada, en el fondo todo es forma y serán las maneras y comportamientos futuros los que validen si esa renovación es de interiores o es mero barniz periférico.
El paso de un partido de siglas a un colectivo unido de personas, de ahí que las letras del logo renovado estén tan juntas, fundidas en una sola, cohabitando en una estancia que debe liberar de una vez por todas el aire impuro que ha viciado hasta el último de sus rincones. Unas siglas para una nueva generación, con toques setenteros pero gráfico chic, similar al que luce, por cierto, en su cuenta de Twitter el Partido Demócrata. Muchos quieren ver en esta similitud la prueba de cómo se está apuntalando el viraje liberal que tanto demandan bases y votantes a un partido cómodo hasta hoy en el frontispicio de la carcunda. Sólo en Génova saben qué quieren decir con este cambio. Ahora deben sentirlo, transmitirlo, compartirlo y conversarlo. Aplicar lo que predican, para que el paso por quirófano no deje parches descosidos de formación moribunda. Noviembre espera.
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