El personaje
Yolanda Díaz: el ocaso de la esperanza roja
Está por ver cómo sale de las tres citas electorales que se avecinan, aunque los vientos no le son favorables
Pinchó en hueso en Galicia, su propia tierra, donde no sacó ni un solo escaño. Desde entonces, la estrella de la vicepresidenta y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, está en horas bajas. En el Gobierno y en el PSOE la acusan de haber impedido sacar adelante los Presupuestos Generales del Estado y no controlar a su socia en Cataluña, la exalcaldesa y lideresa de Barcelona en Comú, Ada Colau. Algunos ministros reconocen que ahora mismo «se le hace el vacío» en las reuniones del Ejecutivo, con evidente frialdad por parte del presidente, Pedro Sánchez, algo que también se detecta en los plenos del Congreso. En Sumar, su formación política que hasta el momento va de batacazo electoral, denuncian sus «dedazos», como demuestra la elección de Estrella Galán, secretaria general del Comité Español de Ayuda al refugiado (CEAR), para encabezar la lista en las elecciones europeas después de que otros nombres hayan rechazado una oferta con vaticinios de fracaso. En medio de una contestación interna entre la sopa de siglas que integran Sumar, Yolanda arranca este fin de semana su congreso fundacional con cesiones de poder territorial a Izquierda Unida, Más Madrid, Equo y los Comunes para no reventar una crisis en Madrid, Andalucía y Cataluña. En esta Asamblea, la vicepresidenta aspira a cimentar toda una cascada de organizaciones a la izquierda del PSOE, a excepción de sus antiguos aliados, ahora adversarios, de Unidas Podemos.
La que fuera gran esperanza de la izquierda alternativa a los socialistas, la nueva «zarina roja» designada a dedo por su entonces gran mentor, Pablo Iglesias, la mujer que se erigía como la musa de un comunismo radical de corte blando, no consigue remontar y está en la cuerda floja en el seno del Gobierno. Aunque logró colocar a algunos de sus peones (Ernest Urtasun, en el ministerio de Cultura; Sira Rego, cuota de IU, en un departamento fantasma de Juventud e Infancia, y Pablo Bustinduy, enemigo de Iglesias, en Derechos Sociales como sustituto de Ione Belarra, toda una provocación a los podemitas), su poder e influencia en el Gabinete son muy bajos.
Su gestión al frente de la cartera de Trabajo es contestada por los empresarios, quienes la acusan de estar entregada a los sindicatos UGT y Comisiones Obreras, y así se lo expresaron al propio Pedro Sánchez en una reunión privada mantenida hace unos días con directivos del Ibex en el Palacio de La Moncloa. Según estas fuentes, el presidente está molesto por no haber podido aprobar los Presupuestos en el Congreso, necesarios para consolidar la legislatura, y en el grupo socialista acusan directamente a Yolanda Díaz. Además, sus relaciones con la vicepresidenta y ministra de Hacienda, María Jesús Montero, son tensas. Para colmo, sus declaraciones contra el turismo o el horario de los restaurantes han puesto en pie de guerra a los sectores comerciales que más contribuyen a la economía productiva del país.
De manera que la rubia comunista envuelta en guante de seda vive un ocaso político. Para sus ahora enemigos de Unidas Podemos, es «cínica, ambiciosa, demagoga y traidora». Que se lo digan a su gran mentor, Pablo Iglesias, y a sus dos acólitas, Ione Belarra e Irene Montero. La vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Trabajo se ha cargado de un plumazo a toda la cúpula de los morados en la coalición de gobierno y en el grupo parlamentario del Congreso, desplazando a Belarra y Montero al Grupo Mixto. La lideresa de Sumar, tan locuaz ella, zalamera y besucona, es guante de hierro en bolitas de seda y quiere dejar claro quién manda en el espacio a la izquierda del PSOE.
En su batalla por el poder, Yolanda se ha movido en un crudo enfrentamiento con sus antiguos amigos de Podemos. Fue la primera en viajar a Bruselas para verse con el fugitivo Carles Puigdemont, le importa un bledo cargarse la Constitución y vocifera esa cantinela de «plurinacional» con una imponente patochada: «Somos un país de países», en una definición de España que suena a broma. Mantiene su Vicepresidencia y la poltrona de su Ministerio de Trabajo sin importar que, bajo su gestión, los datos del paro en España arrojan las peores cifras de Europa.
Al frente de una ensalada de 24 partidos, Yolanda Díaz se cree más atractiva y menos arisca que Ione Belarra o Irene Montero, despliega sus encantos de musa comunista en encaje de seda, melena rubia y modelitos de lujo sin reparos para traicionar a Pablo Iglesias, quien escogió a esta gallega como heredera sin ser militante de Podemos.
Afiliada al PCE y sindicalista de Comisiones Obreras, Iglesias fue su asesor cuando ella trabajaba con el dirigente del BNG, José Manuel Beiras, a quien también luego dio la espalda. Desde su militancia en el grupo En Marea llegó como diputada al Congreso, se forjó como portavoz en relaciones laborales y su ascenso fue vertiginoso hasta que Iglesias la propuso ministra de Trabajo en el Ejecutivo de coalición social-comunista, donde siempre estuvo vigilada de cerca por Belarra y Montero, ahora totalmente destronadas. Pertenece a esa casta comunista con doble vara de medir, roja por fuera, burguesa por dentro, enfundada en trajes de diseñadores y zapatos de alta gama, con una melena teñida de mechas rubias que se cambió hace años cuando su cabello natural, muy oscuro, la hacía bastante mayor.
Quienes bien la conocen la definen como «una roja entre algodones», con herencia familiar de comunistas y sindicalistas que, sin embargo nunca sufrieron los rigores de una saga puramente obrera. Separada ahora de su marido, Andrés Meizoso, tras 20 años de matrimonio, madre de una hija, Yolanda Díaz presume de pancartera del feminismo radical, la amnistía ilegal y el separatismo inconstitucional. Está por ver cómo sale de las tres citas electorales que se avecinan, aunque los vientos no le son favorables.
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