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La mala alimentación: una epidemia en nuestra sociedad

Somos lo que comemos y eso, hoy día, no es nada positivo

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Somos lo que comemos y eso, hoy día, no es nada positivo: exceso de azúcar, productos ultraprocesados que en nada se parecen al alimento original... Sin olvidar otros factores que, por culpa de la actual sociedad de consumo, también nos afectan indirectamente, como pesticidas, piensos de mala calidad o productos que pasan más horas en transportes y cámaras frigoríficas que en su propia planta. Si a todo ello sumamos los horarios descontrolados, comer raciones excesivamente grandes, no masticar bien los alimentos o el estrés, el resultado es una bomba de relojería de efecto no tan retardado que está diezmando nuestra especie.

Efectivamente, comemos mal y eso nos está matando. No es una exageración ni una frase hecha, numerosos informes en todo el mundo, como el Estudio de la Carga Global de Enfermedades (GBD, por sus siglas en inglés), han analizado la influencia de la alimentación en nuestra salud, y las conclusiones son devastadoras. Una mala dieta puede ser responsable de más muertes que los accidentes de tráfico o el tabaco, y está demostrada su relación directa con las enfermedades cardiovasculares o con algunos tipos de cáncer. Es algo generalizado en las sociedades mal llamadas ‘civilizadas’.

Según este GBD, que evaluó el efecto de factores de riesgo alimentarios en la salud de las personas en 195 países, solo en 2017 se pudieron constatar 11 millones de muertes asociadas a una mala alimentación a nivel mundial. Y es que desde 2016 hay más fallecimientos por sobrepeso que por malnutrición

Texto de la OMS:

"A nivel mundial, el sobrepeso y la obesidad están vinculados con un mayor número de muertes que la insuficiencia ponderal. En general, hay más personas obesas que con peso inferior al normal. Ello ocurre en todas las regiones, excepto en partes de África subsahariana y Asia."

Y mientras tanto la industria alimentaria no ayuda precisamente, sino que (esto también son hechos probados), tiende a primar su propio beneficio en detrimento de la salud pública. No solo ‘fabrican’ alimentos con una mínima cantidad de nutrientes y muchos componentes químicos adicionales son dañinos, sino que además tratan de engañarnos con atractivos etiquetados que nos hacen creer que esos productos, precisamente, sí son ‘más sanos’, ‘sin azúcar añadido’ o incluso ‘caseros’, cuando no hay nada más lejos de la realidad.

¿A qué estamos esperando?

Ante todo esto aún vemos a muchas personas que no parecen preocuparse o no le dan a la alimentación la importancia que realmente tiene. Y sin embargo, afortunadamente, también hay otra corriente de consumidores cada vez más conscientes que demandan alternativas y soluciones. Y no estamos hablando de ‘dietas milagro’ o de opciones radicales (que a veces también prescinden de los nutrientes necesarios), sino de equilibrar la balanza entre lo que somos y lo que comemos, entre lo que necesitamos y lo que gastamos, entre lo que nuestro cuerpo tolera y lo que no. Entonces, ¿por dónde podemos empezar? La experiencia me dice que lo mejor es empezar por donde uno se sienta, de verdad, cómodo. No ganamos nada con abordar un proceso que abandonaremos a los pocos días o que no nos guste realmente. Porque de lo que se trata es de cambiar de hábitos para cambiar de vida, para siempre.

En líneas generales, y mucho más allá de menús o de alimentos prohibidos, una dieta saludable para cualquier persona debería estar basada en cuatro pilares fundamentales: no a los ultraprocesados, no al azúcar, una dieta baja en carbohidratos, y sí a las grasas. Esto se traduce en una alimentación basada en lo natural, con un mayor consumo de vegetales y de alimentos ricos en grasas y proteínas como pescados, carnes y frutos secos, que es, básicamente, lo que ha estado haciendo el hombre hasta hace solo unos pocos años, y es también lo que nos ha permitido ser la especie dominante que somos hoy. Seamos realistas, no estamos diciendo que tengamos que volver a lo que comíamos en el pasado, pero sí que adaptemos nuestra dieta a lo que tenemos y somos hoy utilizando siempre alimentos naturales de calidad (y no ‘los más baratos’). Y por supuesto, lo ideal es combinar estos cambios con el ejercicio y actividades que permitan mantener la salud mental (meditación, yoga, mindfulness, etc.).

Ya lo decía Hipócrates hace más de veinte siglos: “que tu medicina sea tu alimento, y el alimento sea tu medicina”.

Niklas Gustafson es experto en nutrición