Filosofía

La heroicidad de criar hijos sin aldea

as nuevas generaciones nos estamos quedando sin los referentes que nos daban las aldeas y pueblos de antes

La heroicidad de criar hijos sin aldea
La heroicidad de criar hijos sin aldealarazon

Aunque el proverbio “Se necesita una aldea para criar a un niño” se ha convertido en un cliché, el impacto de nuestras realidades sin aldeas es está causando estragos en nuestra calidad de vida de innumerables maneras.

Y cuando hablo de aldea, no me refiero a “un conjunto de casas o edificios, más grande que una aldea, pero no tan grande como una ciudad, ubicado en algún área rural.” Me refiero a la forma de vida inherente a comunidades multigeneracionales relativamente pequeñas, relativamente contenidas. Comunidades en las que los individuos se conocen bien, donde comparten las alegrías, las dificultades y las tristezas de la vida diaria, y en las que se nutren mutuamente en momentos de necesidad. Comunidades que cuidan el bienestar de los niños siempre en movimiento y los ancianos cada vez más dependientes, y se sienten alimentados por su esencial contribución al grupo que los sostiene con seguridad.

Estoy hablando del entorno más natural en el que se puedan criar los niños. Estoy hablando de una forma de vida para la que estamos biológicamente programados, pero resulta que esto es casi imposible de encontrar en los países desarrollados. Estoy hablando de que la principal necesidad no satisfecha es una causa de la frustración que la mayoría de las madres sin aldea sienten. Aunque el proverbio “Se necesita una aldea para criar a un niño” se ha convertido en un cliché, el impacto de nuestras realidades sin aldeas es está causando estragos en nuestra calidad de vida de innumerables maneras.

En ausencia de la aldea...

Los padres sentimos una enorme presión a medida que intentamos compensar lo que anteriormente proporcionaba la comunidad entera.

Nuestras prioridades se distorsionan y no son claras cuando intentamos satisfacer tantas necesidades diferentes a la vez.

Nos sentimos menos seguros y más ansiosos sin los límites, las expectativas y el apoyo de un grupo bien conocido de personas con quienes crecer.

Nos vemos obligados a crear nuestras tribus durante los grandes cambios de fase de nuestra vida, cuando tenemos menos tiempo y energía para hacerlo.

Nuestras relaciones de pareja se ven comprometidas por nuestras necesidades que antes se distribuían entre la comunidad, y las expectativas a nuestros seres queridos se incrementan a niveles poco realístas.

Tendemos aferrarnos a nuestros ideales y paradigmas de crianza de los hijos, incluso cuando nos divide a nosotras mismas, en un intento por sentirnos más seguras y menos abrumadas por tantas maneras y opciones.

La forma natural de ser y vivir de los niños está en juego, ya que en la mayoría de los vecindarios y comunidades ya no se ven grupos de niños que exploran, crean, juegan y alimentan su curiosidad.

Corremos como locos tratando de compensar la interacción, la estimulación y las oportunidades de aprendizaje que alguna vez tuvimos a poca distancia.

Olvidamos cómo se siente lo “normal”, dejándonos una sensación como si no estuviéramos haciendo lo suficiente, o lo suficiente de las cosas “correctas”.

La depresión y la ansiedad se disparan, particularmente durante las fases de nuestras vidas cuando instintivamente sabemos que necesitamos más apoyo que nunca pero no tenemos la energía para encontrarlo.

Nos sentimos desempoderadas por las muchas responsabilidades y presiones con las que estamos tratando de afrontar cada día.

Gastamos dinero que no tenemos en cosas que no necesitamos en un intento de llenar los vacíos que sentimos.

Confiamos fuertemente en las redes sociales para sentirnos conectadas, lo que a menudo nos lleva a sentirnos aún más aislados y fuera de lugar.

Nos sentimos solas e invisibles, incluso estando rodeadas de personas.

A menudo nos sentimos juzgadas y malentendidas.

Nos sentimos culpables por casi todo: no querer o tener tiempo para ser los compañeros de juego principales de nuestros hijos, no trabajar lo suficiente, trabajar demasiado, permitimos demasiado tiempo de pantalla para poder cumplir con las millones de responsabilidades percibidas, etc.

Alegría, ligereza y diversión parecen cosas difíciles de acceder.

Se espera que seamos independientes y nos sentirnos avergonzadas sentir que necesitamos a los demás.

Tomamos decisiones que no reflejan nuestros valores sino nuestras necesidades profundamente insatisfechas.

Quizás lo peor de todo es que la ausencia de la aldea está distorsionando el sentido de identidad de muchas madres y familias. Nos está haciendo sentir que nuestras deficiencias son la culpa de nuestras luchas, lo que perpetúa aún más la sensación de que debemos hacer aún más para compensarlo. Es una trampa. Un ciclo que se autoperpetúa. Una realidad distorsionada que deriva su fuerza de las mentalidades opresivas que todavía existen, a pesar de todas nuestras libertades.

Aquí propongo un nuevo enfoque, por si es útil.

Tú y yo no somos el problema en absoluto. Estamos haciendo mucho, muchísimo. Podemos sentirnos inadecuadas, pero es que estamos en primera línea del frente, del problema, lo que significa que somos a la vez las y los más afectados. Nos toca absorber el impacto de una estructura social rota y aún opresiva para que nuestros hijos no tengan que hacerlo.

Y esto nos hace héroes, no fracasadas.

No, no estamos oprimidas de la misma forma en que solíamos estarlo (ni tampoco de la misma manera en la que lo están aún otras mujeres por el mundo), pero no nos equivoquemos: en ausencia de la aldea/ tribu, estamos en otro tipo de desventaja. Podemos tener más libertades que nuestras madres, pero nuestra carga sigue siendo desproporcionadamente pesada y opresiva.

Desde el principio de los tiempos (y hasta hace muy poco), las madres han llevado las cargas de la vida conjuntamente. Lavamos la ropa en las orillas de los rios mientras nos reíamos de los niños pequeños y llorábamos la última pérdida de amor o de vida. Tejimos, cosimos, cosechamos, limpiamos o arreglamos cosas mientras intercambiamos historias y nos ocupabamos de nuestras abuelas ancianas. Nos cuidamos mutuamente las heridas, tanto físicas como emocionales, nos apoyamos en momentos de fortaleza, y buscamos el consejo de los sabios, experimentados y queridos ancianos de nuestra comunidad.

La vida en la aldea fomentó una sensación de seguridad, inclusión, propósito, aceptación e importancia. Todos estos elementos son esenciales para poder construir y prosperar.

¿Y ahora? Ahora nos vemos obligados a crear todo eso nosotras solas dentro de una sociedad que se ha reestructurado física y energéticamente en torno a un nuevo conjunto de prioridades. Es un modelo que prioriza ganancias sobre las personas y que amenaza el bienestar de casi todo lo que nosotras como madres estamos programadas para cuidar y proteger.

Aunque soy optimista por naturaleza, este dilema me ha desanimado muchas veces a lo largo de los años. ¿Cómo puede una nación entera de madres realizar un cambio tan enorme mientras estén debilitadas individual y colectivamente por la ausencia de lo que necesitamos tan desesperadamente?

Los cambios culturales importantes en la priorización, la estructura y el poder están claramente en orden (y creo que están sucediendo, aunque sea caóticamente). Mientras, cada una de nosotras tiene la opción de hacer:

Podemos asumirlo, hacer las paces y conformarnos con la forma en la que están las cosas, o ejercer las libertades que nuestras madres y padres ganaron para nosotros y comprometernos a hacer nuestra parte única y esencial para crear un cambio, comenzar desde nuestro interior y trabajar para salir. Para ti y para mí será poco probable que viviremos la experiencia de criar niños en una aldea real, pero eso está bien. Esta generación va de otra cosa. Esta generación nuestra trata de despertar para descubrir quienes realmente somos y lo que queremos, y después restablecer el destino de nuestra sociedad. Asumir tu rol en la re-población de las aldeas de nuestra cultura comienza por estar entera, sin disculpas ni excusas, ser valientamente tu misma.

Aquí te propongo unos pasos a dar cuando te sientes preparada para ello:

Una cosa tienes que tener muy clara. El hecho de que estés luchando no es un reflejo de tus insuficiencias, sino de las circunstancias culturales poco naturales en las que estás viviendo.

Honra tus necesidades, son tuyas. La mayoría de las madres van por la vida con sus propias necesidades profundamente insatisfechas, mientras se centran casi exclusivamente en las necesidades de los demás.

Esto es precisamente lo que nos impide ganar fuerza y mejorar nuestras circunstancias, tanto individual como colectivamente.

Atrévete a ser vulnerable. Sentirnos conectadas de una manera rica, segura y auténtica es esencial para prosperar. Cultivar esta calidad de conexión requiere coraje y voluntad para poder salir de tu zona de confort. Lo que más quieres se encuentra al otro lado de esa conversación que tiene un comienzo incómodo o de una presentación embarazosa.

Ser consciente tus fortalezas. ¿Qué te hace sentir fuerte y totalmente viva/o? ¿Qué te anima y te da energía con solo pensarlo? ¿Quién serías en tu aldea si tuvieras una? Aprovechar sus fortalezas e aplicarlas es una de las mejores maneras de atraer a la clase de personas que desea en su vida, bendecir e inspirar a los demás y construir una comunidad de una manera que te llene en lugar de agotarte.

Forma parte activa en algún grupo.

No importa que sea un grupo de apoyo a la lactancia, un grupo de tejer, una compañía de danza, una comunidad de la parroquia, un club de kayak o un colectivo de homeschooling, comprométete con un grupo en crecimiento de cualquier ámbito de tu vida que te anima o satisface una necesidad tuya. Aprovecha los contactos que cultivas dentro de esta comunidad para practicar el demostrarte valiente y auténtica y pedir lo que necesitas, ya sea apoyo, recursos o ánimos.

Haz tu parte y solo tu parte. Aunque es tentador llenar nuestras vidas hasta el borde con compromisos que marcan la diferencia, hacerlo solo nos resta energía. Lee el libro Essentialism escrito por Greg McKeown, si te identificas con esta dificultad.

Practica amor propio y compasión propia. En una cultura de “nunca es suficiente” es esencial que forjemos relaciones sanas con nosotras mismas para poder defendernos de los muchos mensajes que nos impactan continuamente sobre quiénes debemos ser y qué nos hace merecer la felicidad y el amor. De hecho, veo el practicar el amor propio como el mayor posible regalo que nuestra generación de madres podría dar a las madres del mañana.

Habla con sinceridad. Incluso cuando estás aterrorizada. Incluso si te hace la más valiente en la sala.

Imagínate una nueva manera. Hacía donde nos dirigimos no se parece en nada de donde venimos. Crear el tipo de futuro que queremos requiere imaginar ese futuro y creer que una nueva manera de vivir es posible. Se clara y piense en grande. ¿Qué deseas?

He probado la vida en tribu.

-Durante mis años de universidad, cuando mi tribu de idealistas y soñadores estaban todos a un tiro de piedra, y aún no nos habíamos suscrito a las reglas sociales “adultas” que nos indicaban qué era lo más importante.

—Cuando mis primos de jóvenes adultos vivieron con nosotros por temporadas, durante varios meses a la vez. Nunca he disfrutado de la maternidad más que en aquellos días, en los que supe que las necesidades de los niños, el hogar y sus individuos se compartían con alegría entre las almas amorosas.

—En el retiro con otras mujeres, cuando recordamos cada una de nosotras lo mucho que tienen en común nuestras luchas y lo desesperadas que todas nos sentimos buscando ese apoyo constante, la diaria interacción, curación, ligereza y facilidad.

—En festivales al aire libre, cuando se recrea una aldea, aunque solo sea para un fin de semana de camping, y todos se juntan en una forma comunitaria, con un ritmo cooperativo y un estado más ligero.

—Durante el tiempo que pasé junto a las madres mayas en el empobrecido México rural. Allí fui testigo de las bendiciones hechas posibles en convivencia con una tribu, sin embargo marginada.

Durante esos períodos de tiempo sentí cómo mi alma fue nutrida profundamente. Cada vez que experimento esto que nos falta en nuestra vida diaria, vuelvo a fortalecerme y ser optimista. Esa es la energía necesaria para crear el cambio.

No tengo idea de lo que depara el futuro, pero sí tengo claro lo siguiente:

– Debemos estar compartiendo, celebrando, llorando, cayendo y levantándonos juntas.

– Tenemos abuelas, tías, vecinas y primas para compartir los momentos cotidianos, para que nos guíen y nos ayuden a ver lo sagrado en toda esta locura.

– Necesitamos sentirnos cuidadas durante los meses posteriores al parto, cuando estamos enfermas, sentirnos sostenidas cuando lo necesitamos y apoyadas durante las transiciones difíciles de la vida.

– Nuestros hijas e hijos deberían ser cuidados y criados dentro de las estructuras sociales que consideramos mejores para ellos.

Encuéntrate, y luego encuentra a tu gente. O hazlo al revés. Simplemente no te conformes. No nos conformemos con una forma de vida creada por aquellos que no honran nuestra alma ni aprecian a nuestros bebés.

Estaré justo a tu lado, haciendo mis cambios,

Beth

Traducido del artículo: In the absence of a village mothers struggle most por el Instituto Europeo de Salud Mental Perinatal