La columna de Carla de la Lá
Los siete pecados capitales del siglo XXI
La columna de Carla de la Lá
Observemos, principios irrefutables como el respeto, la honestidad, la responsabilidad, la fidelidad, la abnegación, la paciencia o la compasión han dado paso a nuevos preceptos, primordiales para ser aceptado e integrarse hoy día, la mayoría insustanciales y segregacionistas donde el más sobrevalorado es sin dudarlo el sentimiento del tonto.
¿Saben lo que es la moralidad? Son las normas consideradas buenas para dirigir o juzgar nuestro comportamiento en comunidad. No quiero ponerme seria, pero ¿se trata de un hecho objetivo? ¿Creen ustedes que existe un código universal o acaso reinan la costumbre y el devenir? Observemos, principios irrefutables como el respeto, la honestidad, la responsabilidad, la fidelidad, la abnegación, la paciencia o la compasión han dado paso a nuevos preceptos, primordiales para ser aceptado e integrarse hoy día, la mayoría insustanciales y segregacionistas donde el más sobrevalorado es sin dudarlo el sentimiento del tonto.
Analicemos los que la sociedad española del SXXI considera pecados capitales, o al menos transgresiones imperdonables con arreglo a la nueva moral. Si son ustedes rebeldes, divergentes o desafectos con los preceptos del nuevo régimen, como esta su cronista predilecta, tendrán problemas.
Acompáñenme, señores y señoras, por el bulevar de los nuevos valores de la sociedad. La hemos construido nosotros y todos somos culpables:
1. Sobrepeso, irregularidades dentales o imperfecciones físicas: A veces pienso que vivimos una especie de Dorian Gray, hacia una corrección física donde estandarizarnos mientras nos deterioramos espiritual e intelectualmente. En una fiesta de tantas, escuchaba a una dama conocida por todos; mientras me hablaba, reparé en sus dientes níveos, cincelados, en su cabello decolorado y exquisitamente planchado, pintadísima y recauchutada, famélica... llegué hasta sus zapatos, los mules más brillantes que he visto, más que su dentadura cegadora. Ella seguía en su discurso fatuo, elemental y (lo que es peor) aburridísimo, sin rastro de empatía y pensé mientras asentía con infinito encanto a la susodicha: ¡Qué zapatos tan primorosos y qué cerebro tan descuidado!
2. No ser progre: en la última época del franquismolos progres eran una minoría de lo más in, familias de clase media o alta, viajados, con inquietudes intelectuales y ganas de libertad. Cantautores, filosofía, cine de autor, denuncia social, americana de pana y barba. Mis padres eran absolutamente progres, gente moderna, valiente y en muchos sentidos transgresora. Por el contrario, hoy el progre es la hegemonía, el ciudadano medio y numeroso, donde ser de izquierdas o feminista de pancarta, no tiene nada de revolucionario, ni es proeza, ni adelanto, ni diría yo siquiera progresismo.
3. Ser creyente: lo más punk, lo más anti-sistema y subversivo que he hecho en toda mi vida es creer en Dios. En mi ambiente, científico e intelectualoide, decir que eres cristiano, que sigues a Jesucristo, es la antesala de la psicosis, queridos amigos; he recibido mofas y menosprecios por este asunto, que me han importado un bledo, francamente queridos, y sigue siendo la mejor decisión que he tomado nunca y la más importante. “La fe no contradice el conocimiento, va más allá del conocimiento”. (Kierkegaard)
4. Comer de todo: Voy a confesarlo, 3, 2, 1: ¡no tengo intolerancias alimentarias! y lo que es más degenerado: todo me gusta, lactosa, gluten, frutos secos, huevos, vegetales exóticos, pescados y carnes procedentes de los animalitos más sociables e inteligentes. Coincidirán conmigo en que esta manifestación suena depravada, en un mundo donde quien más, quien menos es alérgico al menos a alguno de los ingredientes que le ponen en el plato, si no a todos... Vivo rodeada de princesitos del guisante con los que ir a comer es un verdadero suplicio, sobre todo para el personal de los restaurantes _¿tiene perejil? Oh...no, no, no, no, retírelo, ¡cámbieme de plato, de mantel y de silla...!En los cumpleaños de mis hijos, la gran mayoría de los niños llegan con minikits inyectables por si se tragan un cacahuete y se les cierra la glotis, cada niño con unas instrucciones diferentes...he sufrido tal angustia por estas pobres almitas alérgicas que alguna vez he estado a punto de darle a cada uno la merienda del de enfrente y llamar a una ambulancia, pero para que me ingresen a mí. ¡Fobias de impulsión!
5. Los piropos: Siempre he sido muy piropeada pero nunca, ni remotamente se me ha pasado por la cabeza que esta clase de requiebros, desde los más galantes hasta los más incómodos, tuvieran que ser prohibidos por suponer un perjuicio para la dignidad femenina. Mi primer piropo me lo echaron en Barcelona con 11 años y desde entonces, ¡qué demonios! Desde entonces, ha sido un no parar hasta los 40. Ahora me piropean muy poco, supongo que influye el hecho de que casi siempre voy rodeada de niños y animales que tiran de todas mis extremidades en distintas direcciones. Hace días, caminando con Pepillo, un tío gritó desde una terraza: ¡Chaval, eso es una madre y no lo que yo tuve! Ambos nos reímos mucho. Supongo también que me piropean menos porque está mal visto, como fumar, echar piropos.
Es una pena, mis hijas nunca sabrán lo que es un "¡Guapa!"de calle, “echao” con desprendimento.
6. No ser healthy: Que no, que no se fuma, ni se comen galletas, ni cereales, ni pan, ni leche, ni café... ustedes desayunen soluciones de cúrcuma, coman aguacate, quinoa y lentejas con kale, si son muy glotones unos daditos de tofú, ¿chorizo, morcilla? Eso son bajezas, impropias de un individuo elevado del s XXI. Y luego directos al gimnasio, a ver si van a engordar y la hemos liao (pecado capital n1)... ¡Ah el gimnasio...! lugar de culto en los 70 donde bailarines y artistas y hasta intelectuales se solazaban con el mens sana in corpore sano; elitista y exclusivo en los 90 de American Psyco y Calvin Klein; símbolo de la peor canalla en 2019.... ese horrible lugar al que he estado acudiendo con fidelidad religiosa desde hace 15 años.
Necesito una excusa fundada y racional que creerme para no volver. Al fin y al cabo, una persona inteligente no necesita ir al gimnasio: a saber, el gimnasio es vulgar, grosero: cada vez más barato y accesible... nos lo ponen demasiado fácil_el mío está tan cerca de mi portal que he perdido todo interés y respeto por él.
Además, el abuso del gimnasio va contra el patrimonio moral de este país donde estar demasiado bueno, no cabe duda, es indeseable con vistas a preservar el orden y la unidad de una familia de bien. Adiós amigos, me voy al gimnasio con la levedad de un corderito. Por otra parte, la agresividad hay que canalizarla en el gimnasio, en la cama, en los negocios o al teléfono con cualquier compañía teleoperadora. Fuera de esos escenarios, está muy feo.
7. La violencia física: por fortuna la violencia física está totalmente denostada y prácticamente aniquilada en el primer mundo y sólo encontramos pequeños focos resistentes que rápidamente son castigados por la ley. Ya no pegamos, ni apenas gritamos en ninguno de los ámbitos de socialización, desde el más superficial al círculo más íntimo. Sin embargo, la violencia psicológica y la agresividad pasiva campan alegremente donde quieren, todo bajo unas maneras, deliciosas. Yo no digo que tengamos que volver a las manos, que viva la ganancia antropológica, pero mucho cuidadito con la agresividad, que ni se crea ni se destruye, tan sólo se transforma, como los hidratos.
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