Los otros veranos de los reyes españoles

De Santander a San Sebastián o Sanlúcar de Barrameda, estas han sido las localidades elegidas por los Borbones españoles para sus días de descanso

Marivent no siempre ha sido el lugar de retirada estival de las cabezas coronadas de nuestro país

Los Reyes de España, Felipe Vi y Letizia Ortíz junto con Reina Sofía, en la recepción ofrecida a las autoridades de las Islas Baleares y a una representación de la sociedad balear en el Palacio de Marivent © Alberto R. Roldán / Diario La Razón. 03 08 2023
Recepción oficial Reyes Felipe y Letizia en Palacio de Marivent a la sociedad balear. © Alberto R. Roldán / DiAlberto R. RoldánFotógrafos

Durante estos días, el palacio de Marivent es el centro neurálgico de la información referente a la familia real española. Allí pasan sus días el rey Felipe VI con la reina y sus hijas, así como doña Sofía acompañada, seguramente, de Irene de Grecia y de alguna de sus amistades más cercanas. Pero no siempre la isla ha sido el lugar de retirada estival de las cabezas coronadas de nuestro país.

Antes de que las vacaciones se consideraran así, es decir, antes incluso de que entendiéramos el propio concepto del ocio, los reyes ya disponían de algunos lugares donde retirarse. Si bien espacios como la Casita del Príncipe o la del Infante les servían para distanciarse durante unas horas de la corte, allí el rey no dejaba nunca de ser el rey. Los palacios de Aranjuez, La Granja o el Pardo ejercieron por temporadas y según las preferencias del monarca como espacios donde relajarse, pero aquello, realmente, no eran vacaciones.

La que comenzó la tradición del retiro veraniego real fue Isabel II, en el siglo XIX, que ya desde pequeña conoció lo que era pasar unos días lejos de Madrid. Sus ciudades elegidas tuvieron muchos que ver en un principio con las recomendaciones de sus médicos, que le aconsejaban visitas a Barcelona, San Sebastián y Santander. De hecho, según cuentan, fue ella la que comenzó y disfrutaba de crear cierta rivalidad entre las dos ciudades del Cantábrico. Por su parte, su hermana, la infanta María Luisa y su marido, Antonio de Orleans, el duque de Montpensier, prefirieron el sur. De hecho, se construyeron un palacio para ello en Sanlúcar de Barrameda, el espectacular palacio de Orleans-Borbón.

Palacio de Orleans-Borbón, considerado el primer castillo neomudéjar construido en España y actual sede del Ayuntamiento de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz)
Palacio de Orleans-Borbón, considerado el primer castillo neomudéjar construido en España y actual sede del Ayuntamiento de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz).Agencia EFE

Los reyes en la playa

Como iniciadora de la tradición de pisar la playa, Isabel II fue una de las primeras monarcas que puso de moda las casetas en las costas de nuestro país. Se trataba de unos elegantes y elegantes espacios que servían de refugio y de zona de estar para la familia real. La que mejor supo darle salida a estas construcciones, eso sí, fue la reina María Cristina. Fallecido su marido Alfonso XII, la regente, conocida como ‘doña virtudes’, optó por hacer de San Sebastián su lugar de residencia en las semanas de verano. Incluso, durante esos días, conoció a un joven Cristóbal Balenciaga. En aquella ciudad, de hecho, hizo construir un palacete que se convirtió en un símbolo de la ciudad: el palacio de Miramar. Durante 30 años, la reina acudió de manera asidua a la Bella Easo. Ella fue la que, de hecho, la puso de moda entre la aristocracia y la convirtió en un lugar de glamour. El casino de la ciudad o el Hotel María Cristina (que de hecho lleva su nombre, como uno de los puentes de la capital guipuzcoana) dan buena cuenta de ello. Pero, hablábamos de casetas reales. María Cristina tuvo la suya, un bonito pabellón en madera que mediante unos raíles le acercaba al mar para que pudiera disfrutar de sus baños. Un accidente, con consecuencias fatales para uno de los operarios al retirar la caseta, provocó que aquel pabellón se acabara transformando en una caseta fija, la Casa Real de Baños, un espectacular edificio para la Concha.

Este foco de interés que generó la presencia de la reina se vio también en detalles como la cantidad de gente que llegó a congregar, como Mata Hari, Leon Trotski, el Sha de Persia o la familia Rothschild, aunque tampoco negaremos que la neutralidad de España durante la Gran Guerra también tuvo mucho que ver.

Con la llegada de la reina Victoria Eugenia a palacio, las cosas cambiaron un poco. El nuevo matrimonio real comenzó a preferir Santander como destino de sus vacaciones. Fue entonces cuando se decidió construir el palacio de la Magdalena, un regalo de la ciudad (por suscripción popular) al monarca que según cuentan hacía las delicias de la reina. Ella misma se encargó de la decoración y su estilo arquitectónico, de claro sabor british, hizo que se convirtiera en su favorito. Al parecer, adoraba el aire de Balmoral que tenía (ella había nacido en aquel castillo inglés) así como el relax que respiraba la familiar durante aquellas semanas.

El lugar no podía ser más espectacular, en lo alto de la península de la Magdalena, con vistas al mar y a la ciudad y con todo lo que el joven monarca podía desear: en Cantabria podía salir a cazar, jugar al tenis o nadar e, incluso, disfrutar del aeroplage, un deporte de “alto riesgo” donde podía casi volar. Los reyes fueron fieles a la capital cántabra durante 17 años.

Ambos palacios, además, eran propiedad privada de la familia real y, tras la Guerra Civil, se les devolvieron a sus herederos, aunque con la llegada de la democracia, don Juan de Borbón optó por vender ambos, consiguiendo gracias a ellos más de 200 millones de pesetas.

Esto hizo, claro, que los jóvenes principies españoles, don Juan Carlos y doña Sofía, no dispusieran de lugar de vacaciones, aunque ellos por su parte se solían dividir esas semanas entre Estoril, donde visitaban a los conde de Barcelona; Grecia, para visitar a la familia de doña Sofía (hasta que se exiliaron), y Galicia, donde acudían a visitar a Franco.

En 1973 llegó Marivente y, desde entonces, las vacaciones reales volvieron a recuperar el glamour del que se despidieron tras la II República.