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Cayetano Martínez de Irujo: “La cocaína me perturbó por completo”

El aristócrata publica un libro con sus memorias que se publicará el próximo 4 de septiembre, “De Cayetana a Cayetano”

Cayetano Martínez de Irujo
Cayetano Martínez de Irujolarazon

El aristócrata publica un libro con sus memorias que se publicará el próximo 4 de septiembre, “De Cayetana a Cayetano”

Cayetano Martínez de Irujo, hijo de la Duquesa de Alba, va a ser el protagonista de unas memorias que se publicarán el próximo 4 de septiembre y que recibirán el nombre de “De Cayetana a Cayetano”. La Otra Crónica, de El Mundo, ha tenido acceso en exclusiva a uno de los primeros capítulos del libro, donde se relatan algunos de los episodios más oscuros del aristócrata.

En el texto, el protagonista recuerda su paso por la mili, donde explica que trató de pasar lo más desapercibido posible a pesar de su condición de noble (“Nos han dicho que eres príncipe o algo... Que sepas que eso es una mierda bien grande y con asas” / “Yo he nacido en un palacio. ¿Dónde has nacido tú, macho? ¿Acaso me ves algo raro?”), la dejadez de su familia a una edad tan corta para un adolescente (“La realidad es que con 16 años no daba cuentas a nadie y en mi familia ignoraban que a menudo dormía fuera de palacio”) o su pasión por los caballos (“Con 18 años, mayor de edad y acabado el colegio, ya estaba volcado en la hípica: había asaltado tres campeonatos de Europa junior”).

Sin embargo, lo más destacable del texto es su coqueteo acusado con las drogas y la noche, así como con el sexo. En un momento concreto el hijo de la Duquesa de Alba afirma: “Entré en una vorágine que no me perdí: empecé con 18 y acabé con 23. Me metí a saco, sin saber que existía una cara B de la fiesta y la noche. Fue un tiempo hedonista y creativo, pero también devastado por las drogas. Me perturbó por completo la coca, que corría en los locales de Madrid con gran facilidad”. Y explica el motivo de ello: “Era carne de cañón para convertirme en prisionero de algunas sustancias, solo era un chico triste y desencantado, sin consejos, sin guía y con una importante contradicción interna”.

Después, explica sus constantes escarceos con las mujeres: “Tenía una botella reservada en todas las discotecas. Era el niño bonito de Madrid, tenía éxito y todo lo que quería en cualquier sentido. El sexo se convirtió en mi válvula de escape. Vivía en una obsesión: seducir mujeres de todas las nacionalidades. Ninguna se resistía. Esa locura acrecentó mi confusión, ni cumplían el papel de madres ni de novias ni ningún otro. Era un intento vano de suplir vacíos”.

Un fiel compañero de estas andanzas fue José María Martínez-Bordiú, más conocido como Pocholo. El aristócrata explica que “fue su fiel compañero”. “Éramos inseparables. Había más amigos pero los calaveras nocturnos eran los más divertidos. Acabábamos en un afterhour, nos movíamos con tres grupos de chicas, no sabíamos ni dónde despertábamos, era una auténtica locura”.

¿Y cómo acabó todo ello? “Un día me asusté a mí mismo. ‘Hasta aquí he llegado’, me dije. Busqué soluciones, pedí ayuda a Jacobo (su hermano) que me facilitó un contacto en Inglaterra. Cogí mi maleta y me fui a un centro especializado. Mi madre desconocía la situación, la avisé antes de partir. Reaccionó bien. Pero ella no era consciente de la realidad de la vida”, explica. Todo ello fue únicamente “el comienzo de un proceso más largo en el que tuvo que cortar relación con sus amigos de la capital, recluirse y no beber alcohol”.

Todo para nada porque, como él mismo indica, la cosa no fue tan fácil. Acababa por “continuar cayendo en agujeros” y seguía festejando con Pocholo, levantándose “cada día en un sitio diferente de Madrid”. Pero todo apuntaba a una dirección: la falta de amor y el vacío emocional que sufría tras la pérdida de su padre: “Era sensible, buscaba cariño y aceptación del entorno familiar con verdadera ansia. Nadie me preguntaba nada desde que murió mi padre”. Y recuerda a dos figuras fundamentales en su desarrollo: “He de reconocer la suerte de contar con el apoyo de Florián Cortijo, quien me enseñó a montar y fue casi como un padre, y Luis María Ansón, otro padre adoptivo”.

Finalmente, fueron sus caballos quien le arrojaron de ese putrefacto mundo y quienes le empujaron a abrazar una vida renovada: “Únicamente destacaré una cosa de los años vividos con tal intensidad. Después de la fiesta me iba a montar cinco caballos. Nunca abandoné mi responsabilidad diaria, aunque fuese sin dormir [...] A mí me salvaron el deporte y mi fuerza de voluntar para seguir levantándome cada día. También la parte equina, que me obligó a salir de España”.