La Haya
El mayor trauma del clan Bruni
El nuevo filme de la hermana de la cantante destapa otra vez los demonios familiares. Su hermano falleció a los 46 años
Si el cine puede servir de terapia, para Valeria Bruni Tedeschi dos películas no han sido suficientes. Como si de una trilogía autobiográfica se tratara, la hermanísima de Carla Bruni vuelve a exorcizar sus demonios familiares en un nuevo filme: «Un château en Italie» («Un castillo en Italia»). Y aunque la actriz y directora asegura que no tiene por qué tratarse de su propia familia, el parecido con la realidad es flagrante. No es fruto de la casualidad si su madre, la pianista Marisa Borini, interpreta el papel de la matriarca; ella misma, el de su hija y, como telón de fondo, Castagneto Po, el castillo-mansión en el Piamonte turinés en donde los Bruni-Tedeschi residieron hasta que en los setenta se instalaron en París huyendo del terrorismo de las Brigadas Rojas y del que se deshicieron en 2009. Tampoco es azar si el drama que sostiene la película, la desaparición de uno de sus protagonistas víctima del sida, coincide con la muerte de Virginio, el hermano mayor de Valeria y Carla, arrastrado por la enfermedad en 2006. «Justo en un momento bisagra en que el pasaba en Occidente de ser mortal a una patología crónica», recordaba estos días Valeria en una entrevista, con la frustración y el dolor de que su hermano no pudiera beneficiarse a tiempo de los avances médicos contra el virus. Por eso, su cinta, pese a describir una situación muy reciente, asegura que es «una película de época». «Porque hoy en Francia el sida ya no causa el mismo estupor que entonces».
En este retrato de familia de la alta burguesía llevado a la gran pantalla, la ausencia de Carla Bruni es tan notable como sospechosa. Aunque según su realizadora no hay que interpretarlo como un gesto de rivalidad o enemistad entre dos hermanas a las que, lejos de lo que suele escribirse, une «un preciado lazo». La razón es otra, según Valeria. Su intención era hablar de la relación «casi incestuosa» entre un hermano y una hermana, con lo que no procedía incluir una tercera para contar «esta historia de fusión». Para la mayor de las Bruni, «Un château en Italie» escenifica el divorcio entre esos dos seres queridos, explicaba la actriz a «Le Figaro», al igual que su ópera prima, «Il est plus facile pour un chameau...», refleja «el divorcio entre una hija y su padre». A imagen de la dolorosa separación que ella misma tuvo que asimilar tras la el fallecimiento del patriarca de los Bruni-Tedeschi en 1996.
Pero, sin duda, la muerte de Virginio, con sólo 46 años, es el mayor de los traumas familiares. «Cuando se pierde un hijo, uno vive toda su vida con eso. Ese duelo es mi día a día», contaba a la Prensa Marisa Borini al rememorar la preparación de su personaje y la abstracción necesaria para no verse sumergida en cada instante por la emoción. La memoria de Virginio sigue viva en la regata que cada año se celebra en el sur de Francia en homenaje a su pasión por la vela. También en una exposición de fotos que este solitario del mar tomó durante décadas, de la Patagonia a las Indias pasando por la Polinesia, y que han sido recopiladas por su viuda, Isabelle Bezin. Pero sobre todo en la Fundación para la investigación médica que las hermanas Bruni y su madre crearon al morir Virginio, dándole su nombre, y a la que fueron revertidos los 18 millones de euros obtenidos de la subasta del mobiliario y las obras de arte que albergaba Castagneto Po. En este clan a la italiana, en donde la sangre tira mucho y «la familia es nuestra fuerza», aseguran, el ex presidente francés Nicolas Sarkozy se ha arrogado, tras su matrimonio con la cantante y modelo, el puesto de «pater familias» dejado vacante tras su muerte por Alberto Bruni-Tedeschi, que en sus últimos suspiros de vida reveló a Carla que siempre la quiso como su propia hija.
Regreso al palacio familiar
La ex primera dama descubrió entonces no sólo la identidad de su padre biológico, Maurizio Remmert, un italiano instalado en Brasil desde hace 30 años y con el que su madre tuvo un idilio, sino la disipada vida sentimental que mantenían sus progenitores. Pero eso es agua pasada. El último trance ha sido tener que volver al palacio familiar por exigencias del guión, Hoy propiedad de un príncipe saudí que lo adquirió por algo más de 17 millones de euros, sus paredes están impregnadas de más de medio siglo de recuerdos, y de cada rincón de sus 1.500 metros cuadrados y 40 estancias rezuman cientos de anécdotas que Marisa Borini ha revivido con un melancólico pellizco en el estómago. Pero a sus 83 años, y con varios recitales de piano aún en su agenda, la matriarca de los Bruni ya sólo mira hacia adelante.
Directora (y hermana) polémica
No es la primera vez que Valeria Bruni (en la imagen junto a su hermana Carla y la madre de ambas, Marisa Borini Tedeschi) obliga al clan a pasar por algún que otro mal trago con sus películas. Su carácter –dado a la subversión– ha llevado a más de uno a ver en sus trabajos una crítica a su cuñado, el ex presidente francés Nicolas Sarkozy. De hecho, su participación en el filme «Les mains en l'air» se interpretó como un reproche a la política de inmigración del entonces mandatario francés.
«Déjà vu»
Era la primera visita oficial como monarcas de los recién entronizados Felipe y Matilde de Bélgica, pero el encuentro en La Haya con Guillermo Alejandro y Máxima de Holanda acabó dejando una anécdota digna de hemeroteca. Al ver a las renias subiendo las escalinatas del Palacio Real de Noordeinde algunos creyeron estar sufriendo un «déjà vu» y recordaron la foto en la que Bruni y Doña Letizia hacían lo propio en la Zarzuela: sin duda, la forma y el color del vestido azul marino de Máxima y el frambuesa de Matilde favorecieron la comparativa.
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