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Jorge Valdano: «Luis Aragonés espiraba fútbol»

Jorge Valdano
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Hubo un tiempo en el que se pensaba que el fútbol y la intelectualidad estaban tan reñidos como para que resultara impensable que un futbolista leyera. Pero apareció Jorge Alberto Francisco Valdano (argentino y con nombre de telenovela) y la perspectiva de las cosas cambió. A partir de entonces, entre filias y fobias, el discurso del que fuera futbolista, entrenador y director del Real Madrid empezó a ser tan considerado por todos que, con el paso de los años, citar frases de Albert Camus, como la de «todo lo que sé de la moral de los hombres lo aprendí del fútbol» comenzó a ser habitual entre muchos que, previamente, se las habían criticado a Valdano. Pero no a todos les quedaban tan bien en parlamento. Tal vez porque Jorge no hablaba de oídas, sino que llevaba mucho leído de Camus, de Umbral, de Borges o de Marina, a quien descubrió en aquel primer «Elogio y refutación del ingenio». No es de extrañar que, entre el amor a la lectura y la pasión futbolística, le nacieran las ganas de escribir sobre la vida, pero siempre con el trasfondo del fútbol, sin duda motor de la suya. Tras cinco libros, acaba de publicar «Los once poderes del líder» (Conecta), donde cuenta lo que tanto ha desarrollado en conferencias durante años: cómo aprovechar las experiencias deportivas para hablar de liderazgo, trabajo en equipo, motivación y todo lo que agita a un equipo de alta competición. Será que el fútbol replica la vida. O tal vez sea el deporte. «Es el deporte el que enseña desde la práctica. El fútbol tiene la condición de ser un deporte colectivo que te obliga a renunciar a parte de tu individualidad para ponerlo en beneficio del equipo. Y entiendo que hay algo de laboratorio social en ese micro mundo, desde donde se pueden sacar conclusiones válidas para hacer un libro sobre liderazgo, apoyándome en historias que he vivido a lo largo de los últimos 40 años». Lo interesante es descubrir cómo se puede aplicar a la vida lo que se ha aprendido jugando. «Cuando se juega, se aprende sin saber que se aprende, pero todo eso va dejando un poso de principios primarios de solidaridad, de repartición de roles, que se puede transmitir, no solamente a otro futbolista, sino también a distintos ámbitos como el empresarial o el educativo». En «Los once poderes del líder» hay muchos protagonistas cuyas anécdotas sirven para ejemplificar lo que, según Valdano, se consigue con esas varitas mágicas que abren las puertas al liderazgo; pero supongo que algunos madridistas acérrimos, que hace poco criticaban las alabanzas de Valdano a Messi («el mejor jugador del mundo es Messi y el segundo Messi lesionado») no llevarán bien tanta presencia de Guardiola. «Bueno, el libro empieza con una anécdota de Di Stefano, sigue hablando de Molowny, y quien es un actor principal en prácticamente todos los capítulos es Raúl; pero sí que hablo de Guardiola y además muy bien. Creo que del enemigo también hay que aprender. El fútbol es un territorio un poco sectario y está bien, porque hablamos de un ámbito eminentemente emocional; pero cuando uno escribe un libro no lo hace desde la emoción, sino desde la inteligencia o el conocimiento, y no hay por qué renunciar a ejemplos tan claros como el de Guardiola».

El libro parece de alguien que mira al fútbol más desde el balón que desde el escudo de su equipo para intentar ser imparcial y poder aprovechar esas vivencias impagables que iluminan poderes tan fundamentales como el de la esperanza. «Cuando uno lidera, tiene que tener sueños que acepte la totalidad de la gente que tiene bajo su responsabilidad. La primera vez que tuve contacto con un líder con esos reflejos para cambiar la visión de las cosas, yo tenía apenas 18 años, jugaba en la selección argentina juvenil y era la primera vez que venía a Europa a participar en un torneo. El entrenador era un seductor profesional ,César Luis Menotti, primer campeón del mundo con Argentina. Nosotros entonces pensábamos que los europeos eran muy altos, muy fuertes y muy grandes con respecto a los sudamericanos, que éramos más técnicos, más imaginativos, pero que no competíamos en el terreno físico. Y esa leyenda nos intimidaba. Cuando llegamos a Toulon, Menotti nos llevó a ver un partido de Alemania que nos confirmó la teoría. Nadie decía nada, hasta que un flaquito, que tenía un cuerpo que era una miseria, se animó a comentar en voz alta lo que sentíamos todos: ''¡Es que son fortísimos!''. Menotti, con unos reflejos inolvidables dijo: ''¿Pero usted está loco o qué le pasa? Fuerte es usted, que ha convivido con microbios y bacterias toda su vida y aquí está, jugando al fútbol cincuenta mil veces mejor que esos burros''.

Menotti sabía que la pregunta la había hecho el miedo y que con miedo no se puede competir y reaccionó para darnos la seguridad que necesitábamos. No sé si fue por eso, pero salimos campeones». Creo que ese poder de esperanzar también debió tenerlo Luis Aragonés, recién desaparecido. «Era un hombre que espiraba fútbol, muy querido por sus jugadores y responsable de revolucionar a la Selección española, convirtiéndola en referente del buen fútbol en el mundo». El poder de la esperanza unido al de la credibilidad «porque todo empieza en la ética», al de la pasión «porque es contagiosa», al del estilo, «porque es lo que nos distingue», al de la palabra, «que si es del líder tiene que elevarse para que todo el mundo sepa a qué atenerse», al de la curiosidad, «que nos obliga a renovar los conocimientos cada día», al de la humildad, «que nos permite saber qué tenemos que corregir y mejorar», al del talento, «que hay que encontrar cuanto antes y después acompañarlo con el esfuerzo», al de la simplicidad, «que necesita un conocimiento profundo y tener claro el objetivo», y al del éxito, «que sólo tiene sentido si está alabado por el mérito y únicamente se disfruta si se puede compartir», son «Los once poderes del líder». Unos poderes que, según Valdano, «tienen la capacidad de poner al hombre en acción, dignificándolo».

Personal e intransferible

Jorge Valdano nació en Las Parejas (Argentina), en 1955. Está casado, tiene dos hijos de los que se enorgullece, no cuenta de qué se arrepiente, «esas facilidades no las doy», perdona casi todo y olvida «con más facilidad de la recomendable». Le hace llorar «cualquiera que se lo proponga. Yo voy al cine y si el director se propuso hacerme llorar me hace llorar seguro. Y si no se lo propuso, muchas veces también». A una isla desierta se llevaría «una cosa cuadrada y una redonda: un balón y un libro»; le gusta la cocina vasca, es abstemio, sueña que le persiguen y las piernas no le responden, de mayor le gustaría «ser feliz» y si volviera a nacer no querría ser él: «Nooo, yo ya estoy agotado. No sólo me gustaría ser otro, sino que te diría que otro cualquiera...».