Historia

Zaragoza

El peor día de Don Juan Carlos

Don Juan junto a sus hijos, Juan Carlos y Alfonso, en una imagen tomada durante su infancia
Don Juan junto a sus hijos, Juan Carlos y Alfonso, en una imagen tomada durante su infancialarazon

«¿Qué hacían el casquillo y la bala disparados por un arma distinta a la que empuñaba Juanito en el mismo lugar donde acababa de morir su hermano?», se pregunta Eugenio Mosteiro, ayudante de Don Juan, una vez solo en el lugar del accidente. Un accidente que el padre de Don Juan Carlos intentó ahogar, una vez que tapó la «Long Automatic Star» del calibre 22 con el mar portugués. Y que el Gobierno de Franco manipuló al utilizar un comunicado menos lírico para asegurar a los ciudadanos españoles, y al resto del mundo, que la muerte del Infante Alfonso se la había propiciado él mismo.

«Fue una metedura de pata, un resbalón importante», asegura el historiador y reiterado investigador de la documentación borbónica desde hace décadas, José María Zavala. Y el autor de «El secreto del Rey», que cuenta a LA RAZÓN los entresijos de este «thriller» con el Rey de España como protagonista, que gira en torno al trágico suceso real y que presenta a un «Juanito» heroico, que incluso arriesgará su vida por el amor de su vida.

Una novela que fluye entre lo real, lo verosímil... y lo imaginario. Una inquietante mezcla, con Estoril –exilio luso de los Borbones– como marco de la acción y con «Villa Giralda» de testigo directo. Zavala deja que sea el lector quien interprete y juzgue los pasajes. ¿Es Mafalda Cornaro un personaje ficticio o la «efigie» de la condesa Olghina de Robilant? ¿Fue la muerte del hermano del Rey un error de bala cargada, o un plan fallido con Don Juan Carlos como objetivo?

«Yo no tengo ninguna duda de que fue un accidente». ¿Descartamos completamente un complot que proviene de un vengativo hijo bastardo de Alfonso XIII? El autor reprime una sonrisa, satisfecho de la expectación. «Yo creo que habrá muchas personas conocedoras de los hechos que pasarán un rato muy entretenido, pero al mismo tiempo dudarán de si la Policía lusa investigó aquello. España y Portugal tenían muy buenas relaciones en aquel entonces», comenta. Relaciones que pudieron aprovecharse para aclarar lo que algunos dudaron. «Júrame que no lo has hecho a propósito», le espetó un destrozado Don Juan a su hijo, dos días antes de mandarlo de vuelta al cuartel militar de Zaragoza, donde recibía instrucción. Antes que «Juanito», jefe de Estado. Pero la reacción de un padre dominado por la impotencia podía generar elucubraciones sacadas «en frío». Varios lustros de investigaciones le llevan a Zavala a expresarse con tranquilidad sobre aquella manipulación de Estado. «Cuando se supo que el arma la empuñaba Juan Carlos, hubo quien empezó a sospechar. Entonces pensaron que la mejor manera de ocultar el asunto era tergiversarlo». Enfatiza con el índice. «Y no había motivo, porque fue un claro accidente. Mentir en algo así es un craso error, generas luego confusión», asegura. La misma que pudo sentir el tío de Don Juan Carlos y hermano de Don Juan, Jaime de Borbón, quien «reclamó» una investigación judicial. Mientras, la fotografía de Mafalda Cornaro sobre su mesilla era el verdadero despertador del traumatizado cadete 4.565.

Zavala decide ser pragmático tras la pesada insistencia en que Mafalda no puede ser un personaje sacado únicamente de la imaginación. «Mafalda está inspirada en la condesa Olghina de Robilant, con quien el Rey mantuvo una relación». No una de tantas. «La condesa me comentó en su día que guardaba un cariño muy especial de Don Juan Carlos», asegura, comentario poco inspirador si se tiene en cuenta que en el libro antepone la vida de ella a la suya propia. «Junto con Gabriela de Saboya, fue su gran amor de juventud. Otra cosa es que tuviera futuro, porque siempre fue muy consciente de que el futuro Rey de España debía casarse con una mujer de sangre regia». Conciencia que no podía reprimir su instinto al ver a Olghina en Estoril. Con el Atlántico de testigo, y lectores ávidos de la sección de Sociedad que reconocieron al joven príncipe, Don Juan Carlos la sacaba a bailar en un restaurante de la playa del Guincho. No hizo falta cruzar una sola palabra para que Olghina, o Mafalda, le dijese que «deseaba compartir con él el resto de su vida».

Paseos a bordo de «El Satillo» hasta Isla Berlengas, largas caminatas por la arena... Una historia de amor en la que el escritor nos presenta una faceta inédita de Don Juan Carlos, con el fondo de una muerte que marcaría su vida, y no sólo por la pérdida de su hermano. A «Juanito» no se le permitió el abandono; se le obligó a comportarse como lo que fue después. Un Rey.