Artistas
El síndrome de Paris Jackson
A muchos se les conoce desde que la luz quiebra por primera vez su frente –cuando sus padres hacen el tradicional posado con el recién nacido frente al hospital– y su álbum familiar, aunque debiera ser íntimo, se podría recolectar a golpe de hemeroteca y de portadas de revistas. Sus biografías están documentadas detalle a detalle: sus cumpleaños, su primer día de colegio, sus paseos familiares e, incluso, en algunos casos, su primera indigestión etílica. Muchos de ellos se han labrado una carerra profesional propia y otros tantos no tienen más mérito en su currículum que el apellido que acompaña su nombre, con el que han conseguido abrir más de una puerta y firmar alguna que otra visita a los platós de televisión. Los Alba, los Flores, los Bosé, los Molina, los Thyssen, los Medina, los Cristo, los Ordóñez, los Pantoja... todos son diferentes, pero tienen algo en común: son hijos de famosos y, como tales, parecen heredar, sea cual sea su estirpe, rasgos muy peculiares: «No existe un patrón, pero sí hay una serie de variables y circunstancias en las que suelen coincidir. La primera infancia es estupenda: tienen un nutrido círculo de amistades, todos les adulan y quieren ser amigos suyos en clase, y los padres a menudo compensan sus asuencias con cuestiones materiales, así que los críos están encantados de haberse conocido. El problema es cuando llega la pubertad y van descubriendo que mucha gente sólo se les acerca por ser quienes son. Entonces es cuando son realmente conscientes de que han vivido toda su vida en una burbuja. Empiezan a ser desconfiados y las frustraciones emergen», asegura Isabel Menéndez, psicóloga experta en el área infatil y juvenil.
Sumergidos en un oasis de lujo y glamour, en el que todo resulta excesivamente sencillo, muchos de estos descendientes de famosos están marcados por una infancia sometida al estrés y a las garras de la popularidad. «Sus padres no les han dado las herramientas necesarias para enfrentarse al mundo real», comenta Menéndez. Por eso, a los expertos no les sorprende que muchos caigan en un vacuo hedonismo, que les lleva a padecer trastornos y dependencias. Desde desórdenes alimentarios como los que padeció Allegra, la hija de Donatella Versace, que confesó haber tenido anorexia en su juventud, a la interminable lista de hijos de estrella estrellados que han proliferado en Hollywood: el hijo de Paul Newman, Scott, murió por sobredosis y Michael Douglas no sólo tuvo que afrontar la pérdida de su hermano Eric por este mismo motivo, sino que ahora también lidia con Cameron, su primogénito, que actualmente cumple una condena por tráfico de estupefacientes. La falta de autoestima y las depresiones también han engrosado la leyenda negra del mundo del espectáculo. De hecho, antes de que Paris Jackson intentase quitarse la vida, otros hijos de famosos pasaron por episodios similares e, incluso, consiguieron sus fines: Cheyenne, la hija de Marlon Brando, se suicidó en su casa en Thailandia porque nunca logró superar el fallecimiento de su novio al que, para colmo de la truculencia, había asesinado su hermanastro Christian, también hijo del intérpretre que pasará a la historia del cine como el legendario Vito Corleone. Familias desestructuradas y, sobre todo, la desatención de los progenitores se convierten muchas veces en la base del problema. Tanto, que algunos de los nombres que engrosan esta lista, darían su fortuna por talar de raíz sus árboles genealógico. El propio Michael Douglas dio en la clave del problema en la carta que escribió al juez antes de que condenasen a su hijo a prisión: «Cameron viene de una familia de estrellas de cine y adictos. Lleva desde los 13 años abusando de sustancias y le influyó mucho mi fallido matrimonio con su madre, Diandra. Además, yo por mi trabajo era un padre que estaba siempre ausente. Soy consciente de que es un adulto dueño de sus actos. Pero los genes también pesan. Yo tengo alguna idea de lo que es vivir con la presión de tener un padre muy famoso». El protagonista de «Atracción fatal» resumía así, en su doble rol de víctima y verdugo, el sufrimiento que a veces lleva aparejado ser el hijo de una estrella cuya presencia parece absorber toda la luz del universo. «Algunas veces se proponen ser como sus padres, pero son figuras inalcanzables en la mayoría de los casos y por eso el miedo al fracaso está presente en estos niños. El hijo de Jordi Cruyff, por ejemplo, quiso ser futbolista, pero nunca iba a llegar a ser como su padre. Aún siendo bueno, la presión hace que uno mismo se ponga barreras», explica la psicóloga. Conocida es también la competencia que se ha establecido entre Julio Iglesias y su hijo Enrique, que ha sido uno de los pocos capaces de hacer sombra a su exitoso progenitor.
Sobreexpuestos
La familia Iglesias Preysler es un buen ejemplo de cómo puede afectar la popularidad a su prole. Mientras que los mayores, nacidos del matrimonio entre el cantante y la reina del «glamour», tienen vidas más ligadas al «cuore» y a las portadas de las revistas –y se vieron más afectados por la separación de sus padres–, la pequeña, Ana Boyer, ha encarrilado mejor su trayectoria. «Está más centrada y tiene estudios. Es diferente a los otros hermanos. Ahí se nota la influencia del padre», asegura Menéndez. También le ha ocurrido algo similar a Julio Iglesias con su actual esposa, Miranda. «Ella no se ha interesado en la fama y ha cuidado de que sus hijos no estén sobreexpuestos», comenta la psicóloga. Éste es, precisamente, uno de los principales problemas de estos jóvenes: la infatigable mirada del ojo mediático. Decía Víctor Hugo que «la popularidad es la gloria en calderilla» y a algunos, como las monedas en los bolsillos, les pesa demasiado. «Los hijos de familias desestructuradas tienen más predisposición a desarrollar algún tipo de trastorno. Tienen un desarraigo importante, lo que implica inestabilidad, algo que perjudica el desarrollo evolutivo del niño. Si esas circunstancias se producen, además, de una forma absolutamente pública, es todavía peor. Están tan expuestos que no saben lo que es el círculo íntimo de la familia», comenta la psicóloga. Sobran los ejemplos de niños que han visto la vida privada de sus padres aireada en los medios públicos: el hijo de Alejandro Lequio y Ana Obregón ha convivido con las imágenes subidas de tono en las que han «cazado» a sus padres y Paquirrín no sólo ha conocido los romances oficiales de su madre, también sabe a la perfección los «affaires» que se le atribuyen a la tonadillera. Por no hablar de melopeas tan conocidas como el «estamos tan a gustito» de Ortega Cano, de la que se hicieron eco los medios de comunicación.
Relaciones extramatrimoniales y situaciones poco decorosas que están a la vista de todos, incluidos los compañeros de clase. «Muchos hijos de famosos sufren acoso en el colegio», asegura Menéndez. Por éste y otros motivos, cuando se convierten en padres suelen estar escarmentados. «Preservan la intimidad de sus hijos mejor de lo que lo hicieron con ellos. Los hijos de Rosario Flores, por ejemplo, no han salido tanto en los medios como ella y sus hermanos», comenta la psicóloga. Aún marcados por la tragedia y acosados por los rumores de infidelidad que, ya fallecida su madre, rodearon al matrimonio, la prole de «la Faraona» y «el Pescaílla» supo hacer suya la cita de Goethe: «Lo que habéis heredado de vuestros padres volvedlo a ganar a pulso o no será vuestro». Pero hay quienes aún buscan un nombre propio tras el relumbre que irradia su apellido.
Una recuperación lejos de los Jackson
Se le escurrió la infancia entre escenario y escenario y, quizá movido por la frustración de no haber sido nunca un niño de verdad, quiso convertir su vida en un eterno «Neverland». Michael Jackson descubrió pronto cuál es el reverso amargo de la fama. A pesar de todo, jugó a ser adulto y, en una vida llena de excentricidades, pactó con la enfermera Debbie Rowe un matrimonio cuyo único fin era concebir a la descendencia del «rey del pop».
Así nacieron Prince y Paris –su tercer hijo llegaría a través de un vientre de alquiler–, unos niños que no sólo han tenido que afrontar el fallecimiento de su padre en 2009, también tuvieron que lidiar con el mito y con el circo mediático que rodeó la vida y la muerte del cantante. El intento de suicidio de Paris confirmaría el ahogo emocional en el que se encuentran sumidos los hijos de Michael Jackson. La joven recibe en estos momentos ayuda psicológica en el centro médico de UCLA, aunque no es el primer episodio triste que azota su agitada vida. Aunque va a un exclusivo colegio –el mismo al que acudieron Nicole Richie y Paris Hilton–, Paris habría confesado haber padecido «bulling» por parte de sus compañeros y en las redes sociales e, incluso, estuvo a punto de ser expulsada tras propinar una bofetada a un alumno que se había metido con su padre. De hecho, según el portal TMZ, a la joven se le habría vetado el acceso a su móvil y a internet hasta que no se recupere de este episodio. Asimismo, su madre, que era una desconocida para ella hasta la muerte del «rey del pop», se ha acercado mucho a Paris en las últimas semanas –algo que los Jackson ven con recelo porque temen que Debbie Rowe reclame la custodia de los niños– y será la encargada de velar por su recuperación. Cuando la niña deje el hospital, se marchará con Debbie Rowe durante dos meses para recuperarse, ya que la madre considera que Paris debe dejar Los Ángeles y desconectar de todo lo que la rodea. Una opción inteligente si se tiene en cuenta que el juicio entre los Jackson y la promotora AEG Live, responsable de los conciertos que supondrían el gran regreso del «rey del pop», sigue su curso, aireando las miserias del clan. Randy Phillips, presidente de la compañía, declaraba estos días que Michael Jackson le habría confesado que él y sus hijos vivían «como vagabundos» en los hoteles.
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