Jesús Mariñas
Giancarlo Viola ya prepara su reaparición televisiva
Llega el momento del repaso personal a la vida de Sara Montiel tras páginas, horas y programas dedicados a exaltar su memoria de mito, el más grande e irrepetible de nuestro cine. Así lo entendió Ana Botella, pues tuvo mucha más sensibilidad política que el ministro de Cultura, que cada día se sabe menos a quién representa. ¿Acaso es que el cine y nuestros triunfos mundiales son de otra galaxia y él no se ha enterado de quiénes son nuestros artistas? Pero vuelvo a «Saritísima», así bautizada por Terenci en nuestra entrañable Barcelona, donde más de una vez veíamos con la manchega sus películas. La Ciudad Condal fue para ella como una segunda casa. Casi se enraizó allí, y tenía grandes amigos, como su doctor, al que llamaba «el matasanos», o la risueña Mercedes, casi otra hermana más para ella junto a Nella, la cubana que siempre acogía en Miami a sus hijos, Thais y Zeus.
Era de esas mujeres que nunca se callaban con Sara, por eso compartíamos la antipatía por el cubano con el que la cantante nunca llegó a casarse: él se enamoró de Sara y no de María Antonia. Ahora ella ya descansa en paz, mientras Giancarlo del Duca –nacido con el apellido de Viola– sólo estuvo en España un día para dejar claro a todos que su mundo se desmoronaba con esta muerte. «¿Qué hago aquí si no está Antonia?», le oyeron comentar afligido, con el tono de voz y el desconsuelo que ya había pasmado a los presentes horas antes del entierro. Su representante, Lorenzo, tuvo la malicia de recibirlo con una rosa roja «para que se la pongas sobre el féretro y que la foto esté asegurada», reconoció, con la única intención de hacer platós. Aunque esta argucia es disculpable porque peores fueron otros detalles que tuvo con ella desde que se conocieron en Barcelona y tuvieron una relación pasional e intermitente –Sara conoció siempre de qué paño estaba hecho este galán que hoy se dedica a organizar cacerías en Rumanía–.
Hubo mucho ajetreo en la casa de quien será irremplazable. Hicieron paquetes con medicamentos que ya nadie utilizará y Nella se ha trasladado desde Miami para encarrilar el derrumbe moral de los hijos sin dejar de animar a Ana, la dominicana que desde hace 17 años se hizo imprescindible en el hogar de la familia. Lleva la casa y tiene adoración por Zeus y Thais, sin mencionar a Sara, por supuesto, para la que era su confidente, su compañía, su ánimo y su estímulo. Llegó a afirmar que «nada le afectaba más que la traición de una persona de confianza». Sara vivía un enorme reconocimiento internacional y esto la reconfortaba, y estaba ilusionada con la futura retrospectiva que pensaba hacerle el festival de cine berlinés.
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