La Mar Flores más inoportuna
En todos los años que llevo dedicándome a esto del «colorín», que diría mi compañero Ángel Antonio Herrera, no he visto un momento más inoportuno para reaparecer que el de Mar Flores. Justo cuando algunos medios hablan de la presunta bancarrota del empresario Javier Merino –su compañero de viaje, padre de tres de sus cuatro hijos–, Mar nos enseña la mejor de sus sonrisas en «Vanity Fair». La revista reza: «Mar Flores... Sobrevivir al ESCÁNDALO». Escándalo con mayúsculas, pues así ha sido. Eso sí, habría que corregir a Mar y a su entrevistadora, ya que ésta nunca llegó a ser una de nuestras modelos más internacionales y tampoco se consolidó como una actriz de culto. Poco han interesado sus nuevos negocios o la relación con su marido, y ahora ha sido «Lo que la verdad esconde» de su linchamiento mediático lo que ha despertado del letargo a esos mismos fantasmas que la hicieron desaparecer, llegando casi a caer en una depresión. Si en algo ha tenido éxito Mar, ha sido en sus relaciones y amistades peligrosas con la altas esferas empresariales –estuvo con Fernando Fernández Tapias– y con la aristocracia española. Pero los del rancio abolengo no llegaron ni a dibujar un tímido horizonte de equilibrio familiar o emocional frente a la seguridad económica que le aportaba el empresario. El conde Lecquio, haciendo honor a su compatriota Casanova, dio rienda suelta a sus bajas pasiones, mientras que Cayetano Martínez de Irujo salió al ruedo mediático a batirse en duelo por su amada. Dicen que casi le cuesta la herencia, ya que la Duquesa de Alba no veía con buenos ojos a «la princesa de Usera». Todavía recuerdo el mote que «Dado» le puso a Cayetano: «Ma este non e il "Conde de Salvatierra", Cayetano e il "Conde de Salva-Mare..."». Lo cierto es que Mar, vas asociada a la frase: «Y con ella llegó el escándalo». Yo, la próxima vez, descartaría volver a ser portada. En casa se está más tranquila.
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