Europa

Berlín

Pilar Primo de Rivera y su boda frustrada con Hitler

Pilar Primo de Rivera y su boda frustrada con Hitler
Pilar Primo de Rivera y su boda frustrada con Hitlerlarazon

Si el descabellado proyecto de casar a la hermana predilecta de José Antonio nada menos que con Hitler hubiese tenido éxito, la historia hispano-alemana sería probablemente hoy muy distinta. En «La pasión de Pilar Primo de Rivera» (Plaza y Janés) sale a relucir este insólito episodio y otros muchos desconocidos que, tras acceder por vez primera al archivo personal de la directora de la Sección Femenina, sorprenderán sin duda a los lectores. Pero centrémonos en la que fue, según el escritor falangista Ernesto Giménez Caballero, la novia de Hitler.

Giménez Caballero quedó deslumbrado por la belleza y simpatía de Magda Goebbels. Se la presentó su buen amigo, el filólogo e hispanista Arturo Farinelli. Tuvo ocasión así de charlar con ella durante el Congreso de Autores Europeos, celebrado en la ciudad alemana de Weimar del 23 al 26 de octubre de 1941. Dos meses después, Magda le invitó a su casa de Berlín, donde él confió abiertamente a la atractiva anfitriona «las posibilidades de reanudar lo que se interrumpiera con Carlos II el Hechizado y se malograra con aquel archiduque de Austria, Carlos, que nos costaría Gibraltar». En definitiva: «Una nueva dinastía hispano-austriaca».

Magda le prometió informar de él a su marido, e incluso al mismo «Führer», pues le había interesado extraordinariamente su exposición. El escritor asegura que regresó a España para informar a Franco, en El Pardo, de su encuentro privado con la esposa de Goebbels; acto seguido se puso en contacto con el Vaticano, donde interesó mucho aquello de que «había que catolizar a Hitler». Durante la cena en casa del matrimonio Goebbels, Giménez Caballero llevaba consigo, como regalos, un capote de luces para el ministro de Educación y Propaganda, unas delicadas figuritas de nacimiento modeladas por el escultor murciano Antonio Garrigós y Giner para los hijos de la pareja, y un ejemplar de «Genio de España», cómo no, para el «Führer», con dedicatoria y todo.

Magda y Joseph tenían seis hijos. Hitler había condecorado a Magda como «la mejor madre del Tercer Reich», y los miembros del clan formaban la familia aria ideal para el pueblo alemán. Como ya es sabido, tras la caída del régimen nazi, cuatro años después de su encuentro con el intelectual español, Magda Goebbels envenenó a toda su prole y luego se suicidó junto a su esposo. Giménez Caballero evocaba así aquella velada: «Antes de sentarnos a la mesa, durante los aperitivos, enseñé al pequeño y cojito jerarca del propagandismo germánico a manejar el capote, el modo de ceñirlo para el paseíllo y de veroniquearlo. Y a los niños les monté un Belén junto a la chimenea. Magda estaba radiante y conmovida. Durante la cena les conté chistes al modo madrileño y cuentos y cosas de España, definiendo a Franco como un nuevo Cisneros (el propio Caudillo le nombraría embajador en el Paraguay en 1958), cuya figura y destino de instaurador imperial les expliqué apasionadamente. Y nuestro posible porvenir común. Estaban fascinados escuchándome». Y continúa: «Antes de terminar los postres, el «Führer» avisó a Goebbels con urgencia. Le entregué mi libro para él y le rogué que lo tradujeran y publicaran enseguida, a ser posible en la editorial Diederichs de Jena, que estaba muy interesada [...]. Goebbels abandonó la mesa antes del café».

Y entonces, solos Magda y él, tuvo lugar una histórica conversación de la que únicamente queda constancia por el propio Giménez Caballero. Magda Goebbels le hizo pasar a su salón privado, donde ardía una chimenea que ella atizaba de vez en cuando mientras charlaban. La mujer se acomodó frente a él en un sofá. El escritor decía que ella le escuchaba embelesada pero, a juzgar por su detallada descripción de la anfitriona, parecía más bien todo lo contrario: «Cabellos rubios como el sol, que portaba con trenzas entrecruzadas, sobre la nuca. Ojos de lago. Y un vestido negro de terciopelo, hasta ocultarle los pies. Sólo una perla sobre el nácar de su garganta, como un símbolo venusto».

La señora Goebbels le dijo, al parecer:

-Esto, ¿lo sabe alguien más aquí?

-Sí. Otras dos damas –repuso él–.

-¿Quiénes son?

-Una, la que fuera embajadora de Alemania en Salamanca, Edith Faupel, hoy escarmentada de su fracaso allá, por la «solución Hedilla».

-No conozco esa solución. ¿Quizá para conducir nosotros la guerra de España?

-Más o menos. Haciendo de Hedilla, sencillo obrero santanderino y un buen hombre, el heredero de José Antonio Primo de Rivera. Otro día se lo contaré, pues viví aquello de cerca y por eso me estima mucho Frau Faupel.

-¿Y la segunda dama? –preguntó Magda–.

-Suzanne Diederichs, la esposa del editor que va a publicar mi «Genio de España», prologado por Von Papen.

-Mejor que no insista con ellas.

El interlocutor sacó a relucir de nuevo la urgente reanudación de la estirpe hispano-austríaca que propiciaría un armisticio en Europa, con un enlace tradicional y revolucionario al tiempo.

-¿Y cuál sería la candidata a emperatriz? –inquirió la esposa de Goebbels–.

-Sólo podría ser una –sentenció Giménez Caballero–. En la línea de princesas hispanas como Ingunda y Brunequilda y Gelesvinta y Eugenia... Sólo una, por su limpieza de sangre, por su profunda fe católica y, sobre todo, porque arrastraría a todas las juventudes españolas: ¡la hermana de José Antonio Primo de Rivera!...

Magda enmudeció. De pronto, sus ojos se humedecieron, y no porque hubiese tomado alguna que otra copa de licor, que lo hizo, sino de incontenible emoción. Cogiendo de las manos a su invitado, le susurró:

-Su visión es extraordinaria... Su misión también... Y además, audaz y concreta...

Y añadió:

-Mi marido está encantado con usted. Y el «Führer» desea conocerle. Yo les hablé de esto que ahora vuelve a proponerme de esta manera ya concreta y certeramente personificada. Y que sería posible...

-¡Sería posible...! –exclamó él, entusiasmado.

-Sería posible, si Hitler no tuviera un balazo en un genital, de la primera guerra, que le ha invalidado para siempre... Imposible, gran amigo, imposible. ¡No habría continuidad de estirpe!

-¿Y Eva Braun?

-Un piadoso enmascaramiento para la galería...