Historia

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El secreto de Magda Goebbels

Giménez Caballero propuso en 1941 a la esposa del jerarca nazi un matrimonio entre Hitler y Pilar Primo de Rivera

Magda Goebbels, esposa del jerarca que controlaba la propaganda nazi
Magda Goebbels, esposa del jerarca que controlaba la propaganda nazi larazon

En 1941, dos días antes de Nochebuena, el escritor Ernesto Giménez Caballero retornó a Berlín para cenar en casa del matrimonio Goebbels. Llevaba consigo, como regalos, un capote de luces para el ministro de Educación y Propaganda, Joseph Goebbels, unas delicadas figuritas de nacimiento modeladas por el escultor murciano Antonio Garrigós y Giner para los hijos de la pareja, y un ejemplar de «Genio de España», cómo no, para el Führer, con dedicatoria y todo.

Magda y Joseph tenían seis hijos, cuyos nombres empezaban todos por «h», en memoria de Hitler: Helga Susanne, Hildegard Traudel, Helmut Christian, Holdine Kathrin, Hedwig Johanna y Heidrun Elisabeth. Hitler había condecorado a Magda Goebbels como «la mejor madre del Tercer Reich», y los miembros del clan formaban la familia aria ideal para los alemanes.

Como ya es sabido, tras la caída del régimen nazi, cuatro años después de su encuentro con el intelectual español, Magda envenenó a toda su prole y luego se suicidó junto a su esposo. Giménez Caballero evocaba así aquella inolvidable velada: «Antes de sentarnos a la mesa, durante los aperitivos, enseñé al pequeño y cojito Jerarca del Propagandismo germánico a manejar el capote, el modo de ceñirlo para el paseíllo y de veroniquearlo. Y a los niños les monté un Belén junto a la chimenea. Magda estaba radiante y conmovida. Durante la cena les conté chistes al modo madrileño y cuentos y cosas de España, definiendo a Franco como un nuevo Cisneros [el propio Caudillo le nombraría embajador en el Paraguay, en 1958] cuya figura y destino de instaurador imperial les expliqué apasionadamente. Y nuestro posible porvenir común. Estaban como fascinados, preguntándome y escuchándome. Antes de terminar los postres el Führer avisó a Goebbels con urgencia. Le entregué mi libro para él […] Goebbels abandonó la mesa antes del café. Los niños fueron llevados a dormir por una Fräulein, tras besarme alegremente».

Y entonces, solos Magda y él, tuvo lugar una histórica conversación de la que únicamente queda constancia por el propio Giménez Caballero, quien le confesó a ella, en sus propias palabras, «las posibilidades de reanudar lo que se interrumpiera con Carlos II el Hechizado y se malograra con aquel archiduque de Austria, Carlos, que nos costaría Gibraltar». En definitiva: «La renovación de una nueva Dinastía hispano-austríaca». ¿Realidad o delirio del propio Giménez Caballero?

Sea como fuere, el interlocutor asegura que sacó así a relucir la urgente reanudación de la estirpe hispano-austríaca que propiciaría un armisticio en Europa, con un enlace tradicional y revolucionario al tiempo. «¿Y cuál sería la candidata a emperatriz?», inquirió la esposa de Goebbels.

«Solo podría ser una –sentenció Giménez Caballero–, en la línea de princesas hispanas como Ingunda y Brunequilda y Gelesvinta y Eugenia… Sólo una, por su limpieza de sangre, por su profunda fe católica y, sobre todo, porque arrastraría a todas las juventudes españolas: ¡la hermana de José Antonio Primo de Rivera!...». Magda enmudeció. De pronto, sus ojos se humedecieron, y no porque hubiese tomado alguna que otra copa de licor, que lo hizo, sino de incontenible emoción.

Cogiendo de las manos a su invitado, le susurró: «Su visión es extraordinaria… Su misión también… Y además, audaz, valiente y concreta… Mi marido está encantado con usted. Y el Führer desea conocerle. Yo les hablé de esto que ahora vuelve a proponerme de esta manera ya concreta y certeramente personificada. Y que sería posible…». «¡Sería posible…!», exclamó él, entusiasmado.

«Sería posible –advirtió Magda–, si Hitler no tuviera un balazo en un genital, de la primera guerra, que le ha invalidado para siempre… Imposible, gran amigo, imposible. ¡No habría continuidad de estirpe!».

Sin testículo

En octubre de 1941, Johanna Maria Magdalena Ritschel, conocida como Magda Goebbels y considerada como la primera dama del Tercer Reich hasta el matrimonio de Hitler con Eva Braun, sabía ya perfectamente que al Führer le faltaba un testículo, como a Napoleón Bonaparte.

Debieron transcurrir nada menos que 67 años, hasta noviembre de 2008, para que lo que entonces era un simple rumor para el común de los mortales y tan solo una certeza para el círculo íntimo del Führer, se confirmara vox populi tras desclasificarse un crucial documento.

Hitler, efectivamente, había sufrido una grave herida en la batalla de Somme, en 1916, durante la Primera Guerra Mundial, a raíz de la cual perdió una de sus partes más íntimas. La desclasificación de un documento en 2008, donde se transcribe la conversación entre el médico militar alemán Johan Jambor que le atendió entonces, y el sacerdote Franciszek Pawlar, disipa ya cualquier duda.

No existía entonces evidencia alguna de que el dictador alemán fuese medio eunuco. De hecho, el rumor se empleó ya durante la Segunda Guerra Mundial para entonar una popular canción, que decía en inglés: «Hitler has only got one ball, the other is in the Albert Hall» («Hitler tenía una sola pelota, la otra está en el Albert Hall»). Sin embargo, el médico militar Johan Jambor recordaba a Adolf Hitler como el «gritón», porque no cesaba de chillar pidiendo auxilio tras recibir el brutal impacto de una granada.