Literatura

Águilas

La discotheque por María José NAVARRO

La muy popular y archiconocida discoteca La Meca, situada en la bella localidad de Águilas, es muy fea. Es un bodrio de los que hacen época, un espanto, un atentado al buen gusto, y la sobriedad, un pegote de neón y brilli-brilli infumable y hortera. Aún no estilan las multas al mal gusto, pero desde aquí, modestamente, las proponemos, por lo civil, lo penal y lo criminal.

La discotheque por María José NAVARRO
La discotheque por María José NAVARROlarazon

Multado debería ser, también y por las mismas faltas al respeto, el secretario general de Comisiones Obreras, Ignacio Fernández Toxo, que se ha ido de veraneo en un crucero por el Báltico. Los hay especialistas en poner el grito en el cielo con lo que gastan otros, en decidir quiénes sí y quiénes no tienen derecho a hacer con su dinero lo que les plazca y en calificar de escándalo todo aquello que no sea tener yate propio, pero no es mi caso.

A mí me parece estupendamente que Toxo se vaya con su mujer surcando los mares, incluso el Báltico, con el fresco que hace en el Báltico, oigan. Lo que me parece regular es haber elegido un barco con una reproducción de la escalinata del Titanic, y con mil novecientas personas dentro. Y no contento con aquello, va el hombre y se hace una foto. Todo eso ya me parece cuestionable, y por momentos, indefendible. Pero estábamos en el horror estético de la discoteca La Meca, que busca cambiar su nombre para no ofender a los musulmanes. Del enfado de esta gente nos enteramos por el periodista Paulino Ros y por su blog «Islam en Murcia», fuente de interesantes reflexiones y escaparate del pulso árabe en esa región. A Ros le llegó la noticia de que un africano se había negado a trabajar en el establecimiento anteponiendo sus creencias religiosas a la necesidad de curro, y fue asistiendo, además, al malestar creciente entre esa comunidad. Lo que ha ocurrido después es un despropósito.

Si es verdad que el local está en el punto de mira de yihadistas y que hasta el CNI ha tenido que alertar a sus propietarios sobre determinadas amenazas, dan ganas de meter la cabeza en un cubo ante tanto fanatismo y tantas ganas de follón. Aun así, cambiarle el nombre al garito no está de más. Si un bar de copas se llamara «El brazo incorrupto de Santa Teresa» y protestaran unas carmelitas, nos parecería correcto y hasta cabal retirar el cartel de la puerta. Una cosa es el fanatismo y otra la buena educación. Esta última es más sana. Y da siempre menos problemas.