Estados Unidos
Presidentes postmodernos
Estos días se han celebrado los diez años del acceso de Rodríguez Zapatero a la Secretaría del PSOE. Como era de esperar, no ha habido consenso en cuanto a los contenidos, aunque todo el mundo parece reconocer la importancia que ha ido cobrando aquel hecho, que entonces fue interpretado por muchos como el acceso del socialismo español a algo parecido a lo que Tony Blair representó para el laborismo inglés. Resultó otra cosa, muy distinta: el primer presidente postmoderno de un país desarrollado, y no seguidor de nadie, sino predecesor de otro gran personaje, como es Obama, en lo que Obama tiene de figura sin historia, capaz de reinventarse una identidad camaleónica a la medida de los deseos de su interlocutor.Para sus partidarios, que los tiene, y muchos –conviene recordarlo–, Rodríguez Zapatero ha introducido a España en una Nueva Era. Si algo la caracteriza, es la ductilidad de la realidad, y en particular de las instituciones, a los deseos del gobernante, que a su vez se supone que son los de la mayoría. Estamos en un ejercicio de democracia total, con pocos contrapesos. La decisión mayoritaria permite introducir nuevas formas de familia, nuevas formas de vivir el propio «género», políticas de igualdad y multiculturalismo, relatos históricos, cambios muy profundos en la estructura misma del Estado, por así llamarlo, y más aún que eso, en lo que significa ser español. Así como Obama es un presidente postracial, Rodríguez Zapatero es el presidente de la España postnacional. En el fondo, todo gira en torno a una cuestión central en la era de la globalización, como es la identidad. Desde la perspectiva de Rodríguez Zapatero y quienes lo apoyan, estos años han sido todo un éxito. Si se admite su punto de vista, no les falta razón.Sus detractores y adversarios, que tampoco faltan, subrayan otro punto, en el que curiosamente Rodríguez Zapatero también ha coincidido hasta aquí con Obama. Es el gusto de los dos presidentes por las políticas de estímulos públicos, de intervención del gobierno, de desconfianza hacia las decisiones de quienes forman la sociedad civil. Como España no es Estados Unidos, ni tiene el dólar ni el crédito que disfruta la economía norteamericana, Rodríguez Zapatero, a diferencia de Obama, ha tenido que dar marcha atrás en su política intervencionista. Lo está haciendo de mala gana. Es como si para él la postmodernidad –es decir, la cuestión central de la reinvención de la identidad– fuera la prolongación natural del socialismo clásico, y no concibiera la una sin el otro.Es posible que en ese reflejo, de explicación difícil, tal vez puramente ideológico, se esté jugando su suerte el Partido Popular. Si Rodríguez Zapatero, o alguien de su entorno, imaginaran la forma de conjugar el advenimiento de la Nueva Era postmoderna con la retórica de la austeridad y el sacrificio (y no digamos ya si reintroduce, que puede hacerse, el motivo del orgullo español), no resultaría descabellado pensar que dentro de diez años estemos celebrando otros tantos. Y con más motivos.
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