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Poesía y pastelería

La Razón
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Hay discusiones que los hombres arrastramos de una generación a la siguiente sin haberle puesto remedio por más que hayamos intentado alcanzar un acuerdo. A lo mejor es que hay asuntos cuyo debate resulta irremediable porque no tienen solución. Por ejemplo, nunca habrá acuerdo sobre si la tristeza incentiva la creación artística y, en consecuencia, el hombre feliz es menos creativo que el ser que vive sumido en la amargura. Yo creo que cualquier persona puede ser creativa con independencia de su estado de ánimo y que la calidad de su obra, por ejemplo, no mejora gracias a las calamidades que afligen al artista. Pero hay matices. Un fracaso sentimental puede desencadenar el talento del poeta tanto como puede frenarlo, aunque yo creo que los hombres sentimentalmente felices donde mejor se manifiestan no es en la literatura, sino en la pastelería. En mi caso, no ha habido una sola relación sentimental en cuyos comienzos no me haya asaltado la duda de que tanta felicidad pudiese ser contraproducente para mi trabajo. Debo reconocer que los momentos de serenidad sentimental coincidieron siempre con una prosa más reposada, menos incisiva, planteada casi como un derroche de gratitud por la inmensa suerte de ser agradecido reo del amor. Por el contrario, al releer mis trabajos encuentro mucho más emocionales, ásperos, a veces incluso brillantes, aquellos en los que la escritura coincidió en el tiempo con los prolegómenos de una horrible depresión. No me importa reconocer que la rentabilidad literaria del brote del amor ha sido en mi caso siempre inferior a la de su fracaso y que la prolongada exposición a la felicidad me ha parecido siempre una seria amenaza para el impulso creativo. Al final todo se ha resuelto siempre con un fracaso sentimental que me ha servido de alimento literario; y que en cierto modo he agradecido hasta el punto de creer que en su relación con el ciclo creativo, el amor sólo es interesante contemplado como el vago recuerdo de algo en lo que sustituimos a tiempo las flores que lo celebran, por los remordimientos que lo conmemoran. Al final suele ocurrir que entra en juego la conciencia. Y es en ese momento cuando has de tener claro que si te decidiste por la amargura fue pensando en que estabas convencido de que a veces las emociones que mejoran tu conciencia son por desgracia las mismas que perjudican tu estilo.