Balón de Oro
Özil o la fuerza del kebab
El cabo del miedo
Viva Peter Lorre
Empieza la Liga y, para aguarme la fiesta, ¡zás!, me piden que defienda un fichaje del Real Madrid. Pero, qué cosas, una cree que Mesut Özil es un buen fichaje, así que no me mofaré de aquellos que dijeron que dio una muestra de madridismo al negarse a jugar con su ex equipo. No diré, como sugieren los expertos de guardia, que llevo siguiendo a Özil desde que era alevín; reconozco que, como la inmensa mayoría de ustedes, no había visto a Özil hasta el Mundial, en el que me llamó la atención su frescura de ideas, su capacidad para crear juego donde no parece haberlo y también su velocidad en los últimos minutos del partido contra Inglaterra. Pocos partidos vistos, pero buena pinta, sí.
Özil, además, es joven y tiene proyección y tiempo, que es lo que le falta a Kaká, y viene junto a Khedira, otro joven con el que comparte selección. Khedira, eso sí, tiene más pinta de llevarse bien con Ujfalusi que con Özil, que no pega en los bares de moteros en los que encontraremos a los dos primeros, como tampoco pega en las pasarelas. Y es que Özil tiene una cosa que escaseaba en los últimos fichajes del Madrid, centrados en la venta de camisetas (ese negocio que nadie explica bien a riesgo de quedar con el culo al aire).
Özil no parece ser de los que se preocupan demasiado sobre su contorno de ojos, aunque quizás debería. Mientras el club intenta optimizar ingresos gracias a la venta de pinzas de depilar con el anagrama «CR7» y protectores bucales «made in Madeira», de Özil no creemos que lleguen a vender nada que no sean antifaces antiojeras de esos de gel que se meten en la nevera. Özil ha venido a jugar al fútbol. ¿Será posible en el Madrid?
María José Navarro
Gallina de moda
El Madrid se ha convertido en un club improvisador que ficha según las modas y cuyos proyectos deportivos no obedecen a una planificación meditada, sino al arrebato de quien le ha cogido alergia al trabajo y basa su «scouting» en las portadas de los diarios deportivos. Igual que algunos equipos pequeños picaron en Mundiales pasados (los hondureños del 82: Figueroa, Costly, Azu; los marroquíes del 86: Zaki, Timoumi…), nada menos que el Ser Superior y su vicario porteño han mordido el anzuelo de la «Alemania multicultural» pagando una millonada por un mediocentro que en nada mejora a los Diarra en su fútbol de posición y pase cortito, y por un mediapunta que se granjeó fama de «crack» por un cuarto de hora contra Ghana. Es la vieja teoría del ratito rentable, tan común en el fútbol. María José debería saberlo porque lo ha sufrido con Bejbl y alguno más. Si el papelito de Özil en la semifinal contra España lo hace un jugador argentino, le empapelan la casa con plumas de gallina. Huérfano de Müller, que es el bueno, el madridista fue menos que nada, un imberbe superado por la enjundia del reto. Pero claro, en el árbol genealógico del jugador del Bayern sólo se encuentran ancestros germánicos desde los tiempos de Otón el Magnífico.
A efectos propagandísticos, no sirve. La adopción de criterios empresariales basados en la mercadotecnia en detrimento de los deportivos fue lo que hizo naufragar a Pérez en su primera etapa; y ahora va por el mismo camino. En vez de un secretario técnico tiene a un «cool hunter» que le terminará recomendando que ponga a Belén Esteban de portavoz del club porque es lo que vende. Y el Barça, a años luz.
Lucas Haurie
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