Conciertos
Almaviva en «Gran Hermano»
«El barbero de sevilla». De Rossini. Cantantes: J. M. Zapata, P. Spagnoli, M. Custer, L. Ragazzo, A. Shore, T. Babiloni, etc. Orquesta y Coro de la comunidad de Madrid. Dirección de escena: J. A.Rechi. Dirección musical: V. P. Pérez. Teatro El Escorial, 23-VII-2011.
El juego entre ficción y realidad que es característico en la gran ópera rossiniana ha sido aprovechado por Joan Anton Rechi para plantear la obra como una mezcla entre culebrón venezolano y reality show. Los espectadores asisten durante el primer acto a la grabación de una telenovela, con cámaras, maquilladores, registas, etc., para trasladarse en el segundo a un concurso-reality con sorteo de coche incluido. Está claro que hay que forzar mucho las cosas cuando sólo se meten un par de morcillas y que el texto de Rossini no expresa nada de ello. Funciona muy bien en la segunda parte, mientras que en la primera se aturulla al espectador con una sucesión de disparates, a cada cual más cómico, que a veces le hacen elegir entre seguir la trama rossiniana o la que Rechi inventa. Ésta alcanza el clímax donde corresponde, en el concertante final del primer acto, con una traca en la que se asesina a un regista y tanto los participantes en el rodaje como la Policía, que viene a aclarar el suceso, acaban bailando la «Macarena» al son de las notas del de Pésaro. Todo un punto pretendidamente kitsch y hortera. No hubo ni una protesta al final y sí mucha adhesión, prueba de que ante todo el público se había divertido. Un festival es el lugar adecuado para estas excursiones en óperas cómicas que lo admiten, como ese estupendo «Elixir de amor» que se verá en el Real en un par de temporadas.
Pietro Spagnoli mejoró su versión de Fígaro para el Real y José Manuel Zapata alcanzó el buen nivel de meses atrás después de un menos logrado «Ecco ridente» y aportó una vena cómica que domina con fluidez. La mezzo Manuela Custer cumplió bien, sin meterse en filigranas, y resolvió meritoriamente sus arias, muy en paralelo con la acción. La voz de Lorenzo Ragazzo no es un «cannone» pero sí suficiente para Basilio, mientras que al Bartolo de Andrew Shore no le ayudó su marcado acento anglosajón. El coro, bajo las órdenes de Jordi Casas, salió airoso de la mucha dificultad que planteaba el movimiento escénico y Víctor Pablo Pérez realizó un excelente trabajo con la Orquesta, con tempos muy vivos. Si se trataba de que el espectador se lo pasase bien, el objetivo se cumplió.
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