Estados Unidos
Salario mínimo
El ministro de Trabajo, Valeriano Gómez, nos ha sorprendido con una de sus habituales rectificaciones, en esta ocasión sobre el salario mínimo interprofesional (SMI). Si el pasado junio anunciaba que iba a subirlo un 2,5 por ciento, ahora se arrepiente y dice lo contrario, o sea, que no se va a subir porque la prioridad del Gobierno es crear empleo. Rectificación que no me parece mal, porque si bien es verdad que en España tenemos el SMI más bajo de Europa, pensar en un momento como el actual en subirlo parece suicida.
Sobre el salario mínimo he leído estos días en Estados Unidos unas declaraciones de Walter Williams, miembro relevante de la Universidad George Mason de Virginia, que me han parecido de lo más interesante. Es verdad que, en principio, a todos nos parece razonable que la cuantía del SMI sea tal que pueda permitir a cualquier trabajador que viva sólo de él, tener dinero suficiente. Pero dice Williams, profesor universitario de raza negra forjado a sí mismo tras superar una infancia de pobreza en las calles de Filadelfia, que si bien el salario mínimo se considera una conquista para los desprotegidos, en realidad «es una auténtica tragedia para los pobres». ¿Por qué? Lo explica con una ley básica del mercado: cuanto más bajo es el precio de algo, más demandado será; y cuanto más alto, menos. Trasladándolo al SMI, arguye que una de las crueldades de su aumento es que perjudica directamente a los trabajadores menos cualificados, incluidos los jóvenes, que son los primeros en perder el empleo cuando las empresas se ven obligadas a pagar determinados sueldos por unas actividades de las que eventualmente pueden prescindir. Recuerda, en este sentido, que la obligación de pagar el salario mínimo acabó con miles de puestos de repostadores de combustible en las gasolineras, con cientos de acomodadores en los cines, con miles de cobradores de autobús y con otras muchas profesiones que dejaron de existir y sus miembros pasaron a engrosar las listas del paro. Walter Williams no es ningún racista sino lo contrario. En su juventud de negro sin recursos fue seguidor de Malcom X, lo que no le impidió aceptar trabajos de todo tipo, desde limpiabotas a cargador de muelle, camarero, cartero y otros en los que echó jornadas intensivas que compatibilizó con estudiar duramente hasta llegar a la Universidad y acabar como profesor en Virginia. Hoy es también un prestigioso comentarista de Radio y Televisión, articulista en diferentes medios escritos, y autor de libros relevantes, el último «Raza y Economía». Ese bagaje le permite emitir sin mayor problema opiniones libres contrarias, por ejemplo, a la «discriminación positiva de los negros», o como ésta sobre el SMI. «¿Qué es mejor –dice Williams- un salario mínimo de 3,26 dólares a la hora o uno de 7,25 que no se puede cobrar por encontrarse uno en el paro?». Reflexión interesante a la que veo se ha apuntado, con buen sentido, nuestro ministro sindicalista. Ciertamente, yo también creo que es mejor trabajar y cobrar algo, aunque sea poco, que no tener trabajo y no cobrar nada.
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