Bolivia

Mateo Gil: «Los famosos mercados y los bancos somos todos»

Ha tenido que esperar 12 años para volver a ponerse detrás de la cámara. En medio, tres Goyas como guionista («Mar adentro», «El método» y «Ágora») contemplan a este canario que se asemeja más a un poeta que a un cineasta. «Blackthorn» es un western que rescata al forajido Butch Cassidy de su muerte oficial, con el mítico Sam Shepard y Eduardo Noriega como protagonistas.

El director y guionista Mateo Gil, en el madrileño «Ice Bar»
El director y guionista Mateo Gil, en el madrileño «Ice Bar»larazon

Para refrescarle el espíritu, tras el calor del desierto boliviano del rodaje, quedamos en las antípodas térmicas: el madrileño «Ice Bar» de Conde de Romanotes. Contra las leyes de una entrevista, dispara el preguntado: «No soy muy bueno haciendo entrevistas, ten paciencia». El resultado le quita toda la razón

–En «Blackthorn» rescata al forajido Butch Cassidy de su muerte oficial. ¿Justicia poética?
–Cassidy es una excusa para hablar de otra forma de mirar el mundo y para hacer un tipo de cine que ya no se hace.
–Pero tendría ganas de darle una segunda oportunidad, aunque fuera en ficción, ¿no?
–Pero es que Butch Cassidy merecería más de una oportunidad, porque tiene muchas características que conviene no olvidar: sus atracos tenían una motivación ideológica, más que económica.
–Por eso reescribe su historia presentándole como un Robin Hood del Oeste.
–No soy yo. En vida, tenía esa fama... Se convirtió para mucha gente en una especie de símbolo de lucha contra los grandes propietarios, las grandes compañías y los grandes terratenientes. Presumía de no haber matado a nadie, y sólo robar a los grandes evitando la violencia.
–¿Podría estar hoy entre los «indignados»?
–Era un tipo muy brillante y con mucho carisma. Habría estado antes del 15-M dando guerra.
–¿Cargaría contra Club Bilderberg o Davos?
–(Jajaja) Puede. Pero le imagino más en Greenpeace o en una ONG combativa.
–Para un director rodar «una del oeste» es...
–Volver a mis orígenes, regresar a la infancia, a las primeras películas que adoré.
–¿Júreme que no se dormía viendo a John Wayne sobre el caballo?
–¡Para nada! Me recuerdo perdiendo todos los dientes de leche viendo las películas del sábado por la tarde, porque me ponía tan nervioso, que me hurgaba los que se movían.
–El guión es de Miguel Barros. ¿En casa del herrero, cuchillo de palo?
–No. Miguel escribió una primera versión y ya nos sentamos, mano a mano, para dos o tres reescrituras. Pero había un gran material de base y yo me lo agencié.
–Dos actores de diferente registro, Sam Sephard y Eduardo Noriega. ¿Son el agua y el aceite o la leche en el cola-cao, que imbrican bien?
–(Risas) Que juzgue el espectador, pero yo creo que funcionan muy bien juntos.
–¿Qué tiene Noriega para ser el «muso» de Amenábar y suyo?
–Es buen actor y con el tiempo ha ido ganando. Pero siempre digo que no hay un compromiso entre nosotros, pero cuando me ha tocado rodar reúne los requisitos que busco.
–Y como es Sephard en la distancia corta. No pienso en el actor de «Elegidos para la gloria», sino en el guionista de la mítica «París, Texas».
–¡Nada menos! Soy un poco osado, ¿no? Ahora en serio: cuando se es profesional, cada uno asume el papel que le corresponde. Él es un tipo un tanto distante y siempre fui con mucho cuidado, pero tampoco llegué a tratarle como a Sam Sephard, sino como al actor de mi película.
–¿Qué destacaría de él?
–Su valentía. Su arrojo.
–¿Por trabajar con un director español?
–No, por lo que has dicho al principio: hacer tantas cosas en su vida, sólo porque quería hacerlas. Y ésta es una de ellas. Se fue a Bolivia y estuvo tres meses con nosotros, rodeado de desconocidos que hablaban en castellano y no recibió ni una visita. Todo un antidivo.
–De no haber aceptado, ¿había película o había un plan B, como Peter Coyote?
–(Risas) ¡Qué gran pregunta! Siempre hay un plan B, pero eran arriesgados. Aquí había una delgada línea que, si cruzábamos, la película no iba a funcionar. Necesitábamos un tipo como Sam: mucho carisma, porte, peso y pasado.
–¡Así le acogieron en el Festival Tribeca!
–Me contaron que, quien fuera que la vio en el comité de selección (y eso que no estaba terminada y con músicas provisionales) pensó que era una peli independiente americana.
–¿Para un español hacer un western es como para un noruego cantar como Camarón?
–No mujer. Para mí el cine está totalmente fusionado con el western, porque están casi en mi ADN infantil, forma parte de mi cultura y jugaba en la calle a emular esas películas.
–¿Era de los buenos o de los malos?
–Eso no lo recuerdo, pero sí que simulábamos peleas con caídas aparatosas, a cámara lenta.
–¿Qué pasó con la adaptación de Pedro Páramo?
–Mi apuesta era doble: o bien ser fiel a la novela, porque en ella ya hay un guión y la otra, llevarlo por el lado de la absoluta naturalidad. Me fui al pueblo donde Rulfo se crió con sus abuelos y es un lugar lleno de vida.
–¡Pese a sus muertos!
–Pues sí. Mi idea era no darle un tono fantástico pese a sus fantasmas, sino hablar de gente que sufre. A veces pienso que el propio éxito y el pesimismo fue el que paralizó a Rulfo.
–O ser un poco Bartleby como usted: ¡12 años ha tardado en rodar su segundo largo!
–Pero no ha sido porque yo quisiera, sino porque sacar adelante un proyecto es difícil.
–La próxima, ¿una de romanos?
–¡La anterior ha sido de romanos: «Ágora»! Aunque sólo fuera el guión.
–Los bancos, como en la época de Cassidy, siguen siendo los enemigos.
–Esa sería una manera muy simplista de verlo. Los bancos somos nosotros.
–¡Qué profundo!
–Todos somos parte de esos «famosos mercados» que tenemos demonizados. No son entelequias: todo el que tiene más de 1.000 euros, los mete en un plazo fijo, por tanto, bancos, somos todos.
–La vida de Strauss-Kahn es una película.
–Seguro, que sí. Y abarcaría muchos géneros.
–Y el robo del Códice Calixtino, ¿le inspira o se lo dejamos a Ron Howard?
–Mejor, yo no sabría por dónde afrontarlo. Es una pérdida terrible pero uno no podría evitar hacer algo muy «berlanguiano».
–¿Qué lee y que oye en esta época?
–Soy muy marciano para la música. Escucho bandas sonoras y música extraña. Ahora mismo estoy enganchado al estonio Arvo Part, que hace una música religiosa increíble. Y estoy devorando «Meridiano de Sangre» de Cormac McCarthy.
–¿Para cuándo otra con Amenábar?
–Espero que pronto. Tenemos mucha complicidad. Pero me gustaría poder combinar un guión para él y una nueva película mía.
–Ya ha llegado el «The End».
–¿Y valdrá algo de lo que he dicho?