Barcelona
«No reconocía ni mi propia voz»
Alberto Bosch ha viajado 67 días hasta la Antártida sin ninguna otra asistencia que sus medios humanos. Sólo se cambió 5 veces de calzoncillos
Cien años después de la llegada de Amundsen y sólo unos días antes de cumplirse el centenario en que lo hiciera el olvidado capitán Scott, Albert Bosch se convertía en el primer español en cruzar la Antártida desde la costa hasta el Polo, con plena autonomía, sin precisar avituallamientos lanzados desde el aire y avanzando por sus propios medios. «Arrastraba un trineo cargado inicialmente con 130 kilos, durante 67 días a través de 1.200 kilómetros. Estimando dos pasos por metro, ¡habré dado unos 2.300.000 pasos!».
Con temperaturas de hasta 45º bajo cero, se desplaza con esquíes y sin la ayuda de kites –unas cometas de aire que muchos exploradores emplean para impulsarse–, ya que la expedición apostaba por no utilizar ninguna asistencia extra más allá de sus propios medios humanos. «Los inicios no fueron prometedores, primero un temporal de viento nos hizo guarecernos dos semanas en la tienda y después mi compañero Carles Gel fue evacuado».
Le quedaban 1.145 kilómetros por delante y no podía derrumbarse, «por eso me planteé el recorrido en bloques de cuatro días. El horizonte eran sólo cuatro días, y así iba sumando para que se me hiciera más fácil. El cuerpo me pedía parar, pero la mente no». Cómo él mismo sostiene, tampoco descansar un día le hubiera hecho recuperarse tanto. Dentro de la tienda se llega a estar tan caliente que la tentación de no salir a la intemperie con unos vientos que azotan a muchos grados bajo cero, es demasiado poderosa. «Por eso controlar la cabeza es una necesidad extrema, pues te lanza mensajes de miedo, de cansancio, de morriña familiar».
Durante las larguísimas horas de caminatas arrastrando la pulka, también es vital controlar el aburrimiento. «Ha sido un viaje interior, un master en actitud, una excelente oportunidad para analizar mi vida. Allí no puedes engañar a nadie. Si algo tiene grietas en tu interior, en una aventura de estas características, se rompe en mil pedazos. Para evitar el tedio de un paisaje tan níveamente monótono, se proyectaba películas en su imaginación, repasaba conferencias, momentos vividos, recuerdos. Se contaba cuentos a través de imágenes. «O cosas tan banales como revivir todos los restaurantes en los que había estado el último año, y a los que iría. Después de tanto alimento liofilizado, la comida se convirtió en una verdadera obsesión».
Y cada día la misma dureza. Montar y desmontar la tienda pensando que sólo con hacerle una pequeña rotura, habría terminado todo. El mismo frío, la misma nieve, el mismo esfuerzo en arrastrar el trineo con los esquís sobre un terreno que no deja de subir porque el polo está a 2.835 metros. «Incluso los mismos calcetines y los mismos calzoncillos. Sólo me cambié cinco veces porque si una prenda se te adapta no puedes arriesgar cambiándola. ¡Y de ducha, ni hablamos!». Sólo hubo dos momentos que rompieron la monotonía: el día 42 cuando se cruzó con otra expedicionaria inglesa que hacía el recorrido a la inversa «y casi no reconocí mi propia voz al emitirla, después de tantos días sin hablar»; y la noche de fin de año, que colgó del techo de la tienda una olla «y con un palo, marqué las 12 campanadas mientras comía avellanas tostadas».
Algunos de los post que colgaba de su web denotaban angustia, como aquel en el que cuenta que el día que superó el punto más cercano al polo Sur que alcanzó Shackleton en 1909, «fue horrible: avanzaba con cero visibilidad, sólo con la ayuda del GPS y de la brújula». Pese a todo, no es un temerario, «no busco el riesgo sino aventuras estimulantes, superar retos y aprender. Por ponerte sólo un ejemplo, antes de partir me extrajeron el apéndice de forma preventiva. No podía dejar nada al azar».
Neutrinos
«Lo cierto es que lo menos interesante de todo el invierno antártico vivido fue la llegada. Se divisan las banderas de los 12 países firmantes del Tratado Antártico, luego un gran pirulo y, de forma anexa, está la base norteamericana Amundsen-Scott trabajando en el proyecto "IceCube", que es un detector de neutrinos». Sólo trabajan unas 35 personas pero hay unas normativas para acercarse, «recorté un poco y cuando estaba cerca, vi venir corriendo a un tipo. Cuando se me acercó, me dice en español: ¿Eres Albert Bosch? ¡Fue increíble!: Era un científico zaragozano que estaba en la base».
El 9 de enero pisaba Barcelona, con 15 kilos menos y un proyecto «que sólo está en fase de estudio: ir la Polo Norte». No en vano, este empresario ha concurrido al Dakar en 8 ocasiones, ha completado el Proyecto 7 Cumbres –escalar las cumbres más altas de cada continente– y ha participado en más de 100 carreras de diferentes disciplinas extremas. De momento, ya tiene otra «muesca» en su historia aventurera: alcanzar ese gran continente austral, «el lugar donde no se ve la osa mayor»: An arthos. La Antártida.
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