Roma
OPINIÓN: La beatificación de un Papa excepcional
Este 1 de mayo se prevé en Roma una gran afluencia de gente de los cinco continentes –sobre todo de Polonia– para asistir a la ceremonia de beatificación de Juan Pablo II, en este segundo domingo de Pascua que él mismo quiso dedicar a la Divina Misericordia, sobre la que escribió una de sus encíclicas, la titulada «Dives in misericordia», es decir, «Dios Rico en misericordia». Además, se da la circunstancia de que le llegó la muerte exactamente la vigilia de esta fiesta, el 2 de abril de 2005.
Con esta beatificación se hace realidad el deseo manifestado por muchas personas en ocasión de la muerte del Papa polaco. Recordaréis todos una foto muy divulgada que mostraba una pancarta en la plaza de San Pedro pidiendo que fuera declarado «Santo subito». Ese deseo se hace ahora realidad.
Pero el proceso para la beatificación de Juan Pablo II se ha hecho siguiendo las normas que exige la Iglesia antes de elevar a uno de sus hijos o hijas al honor de los altares. Benedicto XVI ha declarado en diversas ocasiones que no tiene duda alguna sobre la santidad de su «venerable predecesor».
Tal como ha explicado el cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, el Santo Padre actual sólo ha hecho, en este caso, dos excepciones al procedimiento habitual. En primer lugar, otorgando una dispensa a la regla según la cual un proceso de beatificación no se puede abrir sino después de al menos cinco años de la muerte del interesado. Y además, como explicó el mismo cardenal, a esta causa se le ha concedido una «vía prioritaria», evitando la espera a la que obliga el gran número de causas de beatificación y de canonización llegadas a Roma.
De este modo, la beatificación del Papa polaco llega sólo seis años después de su muerte, un verdadero récord tan sólo igualado por la madre Teresa de Calcuta, contemporánea de Juan Pablo II, que murió en 1997 y fue beatificada en el año 2003. Teresa de Calcuta, de todos recordada, fue la fundadora de las Misioneras de la Caridad, presentes también en nuestra ciudad de Barcelona con una meritoria labor en favor de las personas más necesitadas, en una fundación abierta por la misma fundadora en una de sus visitas a nuestra ciudad. Estas dos beatificaciones tienen una misma consecuencia: nos hacen más próxima la santidad. El reconocimiento de la Iglesia no recae sobre personas alejadas en el tiempo, a las que sólo conocemos gracias a la historia y a sus biografías. Estas beatificaciones nos ponen ante los ojos a unos santos y santas que han sido contemporáneos nuestros, a quienes todos hemos visto y con quienes en cierta manera –gracias sobre todo a los medios de comunicación- podemos afirmar que hemos convivido.
Es bueno que la santidad se nos haga cercana, ya que ella es el verdadero tesoro de la Iglesia y, como dijo el Concilio Vaticano II, es la vocación de todos los cristianos, sea cual sea su estado y su misión. Con el testimonio de los santos se manifiesta la misma santidad de la Iglesia y se continúa la obra de la salvación. Los santos y las santas son verdaderos testigos de la fe y siempre han sido fuente y origen de renovación en los momentos más difíciles.
Roma vivirá hoy, según todas las previsiones, uno de aquellos grandes acontecimientos, caracterizados por una gran participación popular, que marcaron el largo pontificado de Juan Pablo II. Y podemos asegurar que, gracias a los modernos medios de comunicación, esta beatificación será seguida en el mundo entero. Como afirmó Benedicto XVI al comunicar a los fieles la beatificación de su predecesor, de quien él fue uno de los más próximos y queridos colaboradores, «cuantos lo conocieron, cuantos lo apreciaron y estimaron, serán felices con la Iglesia por este acontecimiento».
Lluís MARTÍNEZ SISTACH
Cardenal arzobispo de Barcelona
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