Historia

Cataluña

De rebajas

La Razón
La RazónLa Razón

Enero fue tradicionalmente, entre nosotros, mes de rebajas; aunque hay ciudades, países o autonomías que las adelantan a diciembre y, hasta el momento, era habitual que duraran más o menos un mes. Pero los tiempos de las rebajas han impregnado todo el calendario de la vida nacional y hasta de la internacional. Se ha rebajado hasta el significado de algunos conceptos.

¿Cómo ha de calificarse la revuelta egipcia en la que, parecía, que nos iba el futuro? Bien es verdad que se echó a un viejo militar que detentó el poder y la corrupción durante tres decenios.

Pero las reformas constitucionales serán tuteladas por aquel mismo ejército del que surgió el déspota que tanto protegieron los estadounidenses y europeos, ya que suponía, en teoría, el freno a los posibles desmadres del radicalismo islámico. ¿Debe ser entendida la operación y lo que se derive de ella como una revolución popular? El término se degradó y no parece probable que el momento histórico en el que con tantas dificultades nos movemos admita cambios sociales trascendentales, porque el radicalismo no conduce sino a otra forma de opresión. Ni siquiera la ya segunda potencia mundial, China, añora aquellos años del ínclito guarda rojo Mao, cuyo retrato, como el del Che en Cuba, forman parte de un paisaje antiguo. Lo que anda perturbando la mente de nuestros políticos profesionales y sus incondicionales es descubrir dónde se halla aquel centro democrático, que no UCD, equidistante de cualquier extremismo. Se ha recuperado, incluso, en el ámbito de la memoria histórica una tercera España que no simpatizaba ni de un bando ni del otro cuando los dos se dedicaban a helarles el corazón a tantos.

No cabe duda, sin embargo, de que existe en este país un centro u ombligo que cabe simplificar geográficamente en Madrid capital y cuyo resto se califica con desdén de periferia, aunque más discutible resulta adivinar lo que tanto preocupó en los años de la hoy tan cuestionada transición: la búsqueda de otro centro que no incomodara ni a la derecha ni a la izquierda del espectro político, si es que tales términos resultan todavía válidos. Pero en ello radica el próximo desafío electoral. Los votantes de las municipales y autonómicas no serán sólo los ya comprometidos militantes, sino la tercera España que ni siquiera combatió, a menos que se viera forzada a ello, en una terrible guerra civil que supuso un retraso histórico de casi medio siglo. Es muchas veces la gente del común la que observa y calla y deposita su voto con sensatez sin el ingrato deseo de hacer sangre, sino de buscar una salida al atolladero en el que siempre anda metida. El de ahora mismo es de órdago, porque el país entero está de rebajas, rebajado. Disminuyen los precios de los pisos, que ya se habían rebajado, y vuelven a rebajarse, de los productos, no sólo los de la poco creativa línea blanca, sino que es posible descubrir hasta automóviles con sustanciales descuentos y toda clase de artilugios que llenan los hogares que puedan permitírselo. Y bajan los salarios, que no el paro. Porque, puestos a rebajar, he aquí que hay comunidades, como Cataluña, que, entre nombramiento y nombramiento se ven obligadas a reducir un 10% sus presupuestos, aunque los funcionarios fueron ya castigados con la disminución de sus haberes y los pensionistas con una congelación que contrasta con el índice de precios al consumo: cada vez más pobres.

No recurramos al paro juvenil, al retorno de los emigrantes a sus países o a esta nueva emigración de jóvenes a países menos castigados o ya en plena recuperación. Alguien se felicitaba de todo ello, porque, apuntaba, dentro de unos decenios retornarán con más experiencia y sabiendo alemán. Advirtamos que ya vuelven a comprarse compañías –caso CEPSA, por ejemplo, por Abu Dhabi– que en otros tiempos hubiéramos considerado casi como agresiones a nuestro futuro energético, siempre dependiente. Pero el hoy no crea empleos. Y esto es lo que observa el centro social, que desconfía por naturaleza de la clase política, empeñada en hacer saltar la banca de los escándalos, cuando lo que desearía es que en sus campañas se le ofreciera confianza y soluciones. Zapatero, desandando lo andado, se está pasando de frenada y cree que su inmersión en las soluciones más impopulares han de favorecer la imagen de quien se inmola en bien de una comunidad. En cierto modo actúa como el terrorista islámico iluminado que desea acabar en el paraíso de las huríes. La socialdemocracia era centro, como lo fue, en su momento, la democracia cristiana. Pero los ejes vertebradores de la política europea de antaño se han decantado hacia la derecha. El centro es ahora centroderecha y este espacio está reservado. Rebajando el estado del bienestar –y en ello andamos– como exigió Alemania y ahora los EE UU, que pretende reducir su monstruoso déficit, se produce un deslizamiento que alcanza a todas las formaciones. El votante, si se le convence, tal vez hasta lo apruebe. Pero necesitado ya de tanto como tuvo, que va diluyéndose como azucarillo en el café, tratará de adivinar dónde reside aquel centro añorado que debería ofrecerle crecimiento económico, un buen pasar, un límite a los impuestos y hasta una corrupción tolerable. Más o menos.