África

Grecia

Interrogantes sin respuesta

La Razón
La RazónLa Razón

Deberíamos preguntarnos por la naturaleza de este mundo civilizado, si es que lo es o lo ha sido en alguna ocasión y a costa de cuantas renuncias. Dudo mucho de que los buques de la OTAN, que patrullan cerca de las costas de Libia y que han rescatado ya a numerosos náufragos que intentan llegar hasta Europa pasando por la pequeña isla de Lampedusa, hubieran dejado morir a 61 personas, abandonándolas a su suerte. Resulta difícil calcular el número de víctimas que, huyendo a través de Túnez, de Egipto o de la misma Libia, residentes en aquel país y en su mayoría subsaharianos, han perecido en el intento de alcanzar la tierra prometida europea. Pero lograron desembarcar ya en aquella pequeña isla italiana más de 35.000 personas. Las autoridades creen que el número de refugiados –algunos sin retorno posible a su país de origen– alcanzará los 50.000. Tampoco es una cifra que cree un estado de alarma y obligue a reformar el tratado de Schengen, que define el sentido del europeísmo, como ha advertido ya su Parlamento ante una dubitativa Comisión. Me parece difícil, sin embargo, creer que los capitanes de algunos buques renunciaran a las universales leyes del mar que obligan a rescatar a cualquier navegante en peligro, pero se investiga. El día 25 de marzo salió una embarcación con 72 personas a bordo, que, en su ruta hacia Lampedusa, se quedó sin gasoil a mitad camino. El día 27 se avisó por teléfono, se dice que a un sacerdote italiano que dio la alarma a los guardacostas. Desde aquel momento, después de ser abastecidos por aire en una ocasión, la embarcación, a la deriva, acabó regresando a Zlitan con tan sólo 11 supervivientes. Fueron detenidos. El resto había muerto de hambre y de sed. Uno de los supervivientes alude a un potaaviones que les habría avistado, aunque según declaran franceses e italianos, los suyos se encontraban lejos del lugar. Presionada por fuerzas políticas xenófobas, algo de Europa se pierde cuando trazamos otro muro que nos aísla de la desesperación de nuestros vecinos de la otra orilla.
Europa y los EE.UU., escudados en la OTAN, realizan ataques militares a Libia, sin mucho éxito, para defender a su población y aislar a un extravagante Gadafi que pactó con Berlusconi frenar la inmigración a cambio de favores petrolíferos y al que se recibió en la mayor parte de Europa con honores. Hasta Gran Bretaña, oronda en estos momentos por no haber caído en la trampa del euro, permitió que el preso libio que había planeado un atentado aéreo con más de un centenar de víctimas fuese excarcelado. Esta Europa no es la que habíamos imaginado. En los duros momentos que atraviesan Grecia, Irlanda y Portugal, el gobierno de los mercaderes pretende hacer negocio con los préstamos que otorga. El batiburrillo de la Unión, cada quien a su aire y sálvese quien pueda, no es capaz de llegar al fondo de la cuestión: sin una sólida recuperación económica no hay consumo y sin consumo no hay empleo y sin empleo no hay recuperación posible: gobierne quien gobierne. No hace falta siquiera recurrir a las tres tardes para entender algo de economía como, según la leyenda, hiciera en mala hora, Zapatero. El euro se está poniendo violáceo y esquivo. Y cuantos lo utilizan entienden como valor seguro el oro u otros paraísos fiscales. La Suiza, en sus orígenes ganadera, de Heidi, fiel a las restricciones migratorias (que también las hay) no supera el 2% de paro. Tal vez opinen, como los británicos con su tambaleante libra, que les salva el franco suizo y el acierto al rechazar integrarse en una Europa que acabará no gustando ni a los europeos convencidos. No saben todavía los portugueses como finalizará su gozosa intervención y los irlandeses esperan ya poder renegociar los intereses de la deuda, mientras los griegos ponen patas arriba la Unión, cuando amenazan, ante el terror bancario alemán y el de sus socios, con regresar al dracma. Con visión de Estado, Juan Carlos visitó al rey de Marruecos y, con seguridad, le ofreció oportunos consejos, tras la masacre de Marraquech, otra ciudad mártir como tantas en Europa, África y América. El terrorismo no debe ser confundido con una guerra. Éste fue el mayor error del presidente Bush, Jr. No existen países oficialmente terroristas, aunque Pakistán cerrara los ojos ante la presencia de Bin Laden. Hay individuos fanatizados, mártires o no, según sus ideas, capaces de servirse de la violencia homicida. Los tiempos de Gandhi y del pacifismo juvenil parecen lejos del siglo XXI: se añoran. La juventud consumista europea, alejada de su anterior poder adquisitivo, correspondida con el sentido paternal de sus mayores, prefiere el hedonismo al sacrificio. Es natural. Pero, la mejor preparada, observa también cómo se la margina. Nuestros cerebros, investigadores o emprendedores, emigran como hicieran en otro tiempo sus antepasados. Buscan en las antípodas o regresan al mundo rural, donde no florece el I+D+i. Como el desolado Mourinho, tras el empate con el Barça en el Santiago Bernabéu, se preguntan varias veces por qué. Tal vez parte del madridismo pueda ya responderle. Pero, ante estos tiempos, en el que los medios anticipan el apocalipsis, dramáticos incluso para los europeos, herederos de la cultura clásica y del racionalismo, no será sencillo responder. Tampoco EEUU parece disponer de respuestas. Deberíamos preguntarnos por la naturaleza de este mundo civilizado, si es que lo es o lo ha sido en alguna ocasión y a costa de cuantas renuncias.