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Las Vegas de mis amores por Enrique Miguel Rodríguez

La Razón
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Felipe González, en un notorio afán reduccionista, ha calificado a esta especie de franquicia de Las Vegas que se quiere instalar en España de un inmenso «puticlub». Por supuesto, es un exceso del ex presidente. Además, el que esté libre de club de alternes que tire la primera piedra. Últimamente hemos tenido noticias de no pocos responsables políticos que gastan dinero público en aliviar sus ardores con señoritas de vida alegre, pilingas, pericos verbeneros o simplemente putas. Con todo, esto de Las Vegas vuelve a resucitar a «Bienvenido Mr Marshall». Cuando las crisis llegan, sean bélicas o económicas, los europeos, durante más de un siglo, corremos a llamar a los americanos. Cierto es que detrás de los grandes casinos, con sus salas de espectáculos y distintos clubs nocturnos, hay siempre un ejército de señoritas putas que ejercen el oficio de las putas pero con más clase y educación. Los grandes jugadores mundiales son tratados en Las Vegas a cuerpo de rey. Son recogidos en aviones privados, instalados en suites horteras pero inmensas donde no falta de nada e incluso ponen a disposición de estos clientes «vips» unas bellas muchachas, que ya sabemos el oficio que tienen. Éstas llevan incluido un currículum sobre su vida que incluye las pruebas del SIDA. Por supuesto que además tienen un crédito de un millón de dólares para que puedan jugar y, si es posible, perderlo en sus días de estancia en la ciudad del juego. Tampoco es cuestión de escandalizarse cuando en las carreteras españolas están llenas de puticlubs donde no hay ningún control ni legalidad y donde muchas veces hay mujeres que son obligadas a la fuerza a prostituirse.