Historia
Poyejali
Se cumplían ayer cincuenta años de la conquista del espacio y por mí puede seguir esperando el espacio otros cincuenta más, que yo no subo. Yo no es que tenga muchos principios, pero los que tengo, sobre todo los referidos a las filias y a las fobias, son inamovibles.
A mí hay cuatro cosas que me espantan y estoy ya muy mayor para cambiar de idea. Son, por este orden, las tunas, los acuarios, el esquí y el espacio sideral. De las tres primeras hablaremos cualquier otro día, pero del espacio quiero opinar y hacerlo en contra, incluso a pesar de que la ingravidez sea una bendición para las que nos pesan los huesos.
Al espacio yo no voy porque bastante ligero tengo ya el cerebro como para que encima me esté volando sin ton ni son. A mi torpeza habitual, que me impediría realizar las maniobras oportunas para conseguir volver, se une mi incapacidad para la ciencia, así que no podrían encargarme experimento alguno, más allá de vigilar cómo se pudre un queso.
Este país ya ha aportado suficientes cosmonautas a la carrera espacial y, si seguimos haciéndolo, asistiremos al nacimiento de «Españoles por el cosmos» y estoy harta de ver a compatriotas por la tele. Recordemos, además, la amarga experiencia vivida por nuestro primer astro-nauta, el ratón Perico, que hizo Barcelona-Badalona y cuando bajó de su capsulita no era capaz de andar a cuatro patas: a partir de ese momento caminó erguido como un notario.
Nosotros ya enviamos de cuando en cuando a nuestras moscas vinagreras que lo hacen estupendamente bien y no dan guerra ninguna, y ya estuvieron Miguel Eladio y Pedro para dar lustre a nuestra presencia y parece que lo que cuentan es exactamente lo que todos imaginábamos, es decir, que la vista es azul y magnífica.
Pero lo que más me escama del espacio, sin embargo, y lo que me hace tenerle mucha manía, es que los que regresan después de darse un rulo por ahí arriba lo hacen algo tristes. Una espera siempre que los astronautas vuelvan como locos, dando saltitos, que cuenten y no paren, que haya que sedarlos para que consigan descansar, y resulta que no, que parecen sufrir de melancolía en cuanto ponen un pie de nuevo en la tierra, como si, de pronto, notaran los brochazos de la realidad.
Puede que este planeta nuestro gane con la perspectiva. Y puede que de cerca, y ejemplos hay todos los días, merezca menos la pena. Ya lo dijo Gagarin hace cincuenta años. Vámonos. Y resulta que era un consejo.
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